El a?o Szasz
Acabado felizmente el a?o Orwell, que s¨®lo ha cumplido en discreta medida las cat¨¢strofes prometidas, se hace urgente encontrar un nuevo santo patrono para los 12 meses que se nos vienen encima. Oficialmente se habla de un A?o Mundial de la Juventud, patronazgo a¨²n m¨¢s ominoso que el de Big Brother... sobre todo para los j¨®venes, si es que tal cosa existe. Por mi parte y con el ¨²nico y honrado prop¨®sito, como siempre, de colaborar a la confusi¨®n reinante, me apresuro a proponer el a?o Szasz. Pienso sinceramente que dejarnos durante todo un a?o inspirar por las ideas del doctor Thomas S. Szasz no puede resultar sino sumamente beneficioso para individuos e instituciones. El doctor Szasz es psiquiatra y psicoanalista, norteamericano de origen austriaco, ha escrito numerosos libros (El mito de la enfermedad mental, ?tica del psicoan¨¢lisis, Los rituales de la droga) y preside la Asociaci¨®n Norteamericana para la Abolici¨®n de la Hospitalizaci¨®n Involuntaria, adem¨¢s de ser codirector del Consejo Nacional para el Crimen y la Delincuencia. La editorial Tusquets public¨® hace unos a?os una obra, La teolog¨ªa de la medicina, que puede servir de ¨²til introducci¨®n a sus ideas fundamentales. A este fin quiere contribuir tambi¨¦n la siguiente entrevista, totalmente imaginaria, siento decirlo, pero en la que Szasz habla por lo com¨²n con sus propias palabras, tomadas de sus escritos. Un proyecto tan provechoso y emotivo como el a?o Szasz bien vale una modesta supercher¨ªa, ?no? Los pol¨ªticos en sus campa?as electorales y en sus balances de gesti¨®n aplican este mismo principio, aunque no avisan por lo general que se trata de una supercher¨ªa. Si yo les enga?o, lo har¨¦ al menos tras haber pedido su deliberada complicidad.
Pregunta. Doctor Szasz, usted habla en muchas de sus obras contra el "Estado terap¨¦utico". ?A qu¨¦ se refiere exactamente?
Respuesta. Mire usted, en todas las ¨¦pocas los hombres han intentado librarse de las exigencias conflictivas de su libertad buscando una instancia superior que zanjase por ellos las opciones fundamentales. Hoy, el disolvente universal para la culpa es la ciencia. Por eso la medicina es una instituci¨®n social tan importante. Durante milenios, los hombres y las mujeres rehuyeron la responsabilidad teologizando la moral. Hoy la reh¨²yen medicalizando la moral. El Estado teocr¨¢tico pretend¨ªa salvar a los hombres por decreto, reprimiendo ejemplarmente en ellos todo lo que hab¨ªa quedado establecido como malo; el Estado terap¨¦utico pretende curar a los hombres de ser lo que son, por las buenas o por las malas. Ambos modelos, desde luego, pretenden coaccionamos por nuestro bien.
P. ?Quiere usted decir que los m¨¦dicos y psiquiatras imponen una especie de dictadura terap¨¦utica sobre la sociedad?
R. Hay que distinguir tajantemente entre intervenciones psicoterap¨¦uticas voluntarias e involuntarias, entre elecci¨®n que lleva a contratar y coacci¨®n que lleva a capitular, en resumen: entre hacer algo por una persona y hacer algo a una persona. La medicina no es una instancia de reforma moral, ni mucho menos de represi¨®n policial: nadie deber¨ªa ser jam¨¢s medicado contra su voluntad y todo el mundo deber¨ªa tener derecho a automedicarse del modo que prefiriera. Pero hoy esto no es posible.
P. ?No cree usted que eso resultar¨ªa a menudo peligroso?
R. La libertad es peligrosa. Todos los dictadores y los d¨¦spotas burocr¨¢ticos lo han repetido siempre.
P. ?Acaso el Estado no debe velar por la salud de las personas?
R. El Estado no puede decretar lo que es la salud de una persona contra la opini¨®n o la voluntad de esa persona. Por lomismo que la Iglesia no puede salvar a nadie a la fuerza.
P. Pero los m¨¦dicos tambi¨¦n tienen derecho a sus propios criterios ¨¦ticos. El Consejo General de M¨¦dicos en este pa¨ªs se ha pronunciado recientemente contra la vasectom¨ªa porque no es una intervenci¨®n ¨¦tica.
R. Es un caso t¨ªpico. Mire, cada m¨¦dico tiene derecho -y deber- de orientar su pr¨¢ctica profesional de acuerdo con sus valores morales. Ninguno debiera ser obligado nunca a intervenir de un modo que repugne a su conciencia. Pero ¨¦ste es un problema individual. Colectivamente, el Consejo de M¨¦dicos o cualquier otra asociaci¨®n semejante tiene tanta autoridad para decir que la vasectom¨ªa es ¨¦ticamente perversa como yo para mostrar mi desaprobaci¨®n por la funci¨®n ciorofilica de las platas.
P. Supongo que eso tendr¨¢ alg¨²n l¨ªmite. La autodestrucci¨®n, por ejemplo. El fiscal se?or Villarejo ha dicho que nadie tiene derecho a la audestrucci¨®n. Y el Ministerio del Interior est¨¢ remiso a autorizar las asociaciones en pro de una muerte digna, que
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El a?o Szasz
en muchos casos ser¨ªa una muerte voluntaria...R. Prohibir lo que no se puede impedir es a la vez degradar la autoridad y envilecer la obediencia. Prohibir el suicidio es un acto de locura y de desprecio por el ser humano. El que no acepta y no respeta a los que rechazan la vida no acepta ni respeta a la misma vida. No se debe hacer vivir a quien no lo desee, ni impedirle que haga cosas que puedan acabar con su vida, ni muchos menos castigarle del modo que sea por no desear vivir. Y esto, insisto, por respeto a la vida misma en lo que tiene de humana, no de puro proceso biol¨®gico.
P. Pero c¨®mo el Estado va a consentir...
R. S¨ª, ¨¦se es el problema. Antes el suicidio fue pecado porque era ir contra la voluntad de Dios, que era quien nos hab¨ªa dado la vida. La vida no estaba considerada, a fin de cuentas, propiedad del suicida, sino de Dios, y quitarse la vida era como robar a Dios. Ahora actuarnos como si nuestras vidas fueran del Estado, no nuestras. El suicida defrauda una vida al Estado, dispone de una vida que no es suya, sino de la colectividad institucionalizada. La mayor¨ªa de las pr¨¦dicas contra el suicidio y (supuestamente) a favor de la vida lo ¨²nico que vienen a decir es que como la vida no es nuestra no tenemos derecho a disponer de ella.
P. Estas consideraciones quiz¨¢ puedan servir de pre¨¢mbulo a lo que yo quiero tratar hoy fundamentalmente con usted: el problema de la droga.
R. ?El problema de la droga? Los nazis ten¨ªan un problema jud¨ªo; nosotros tenemos un problema de la droga. Ahora bien, la expresi¨®n "problema jud¨ªo" era en realidad un eufemismo por el que los nazis designaban la persecuci¨®n de los jud¨ªos; el "problema de la droga" es igualmente un eufemismo que se emplea en nuestros d¨ªas cuando se trata de perseguir a las gentes que se entregan a cierto tipo de drogas.P. Vamos, doctor, usted sabe muy bien que hay drogas que matan.
R. Por cierto. No cabe duda de que ciertas drogas son m¨¢s peligrosas que otras. Es m¨¢s f¨¢cil matarse con hero¨ªna que con aspirina. Pero tambi¨¦n es m¨¢s f¨¢cil matarse saltando de un rascacielos que de una casa de pocos pisos. En el caso de las drogas justificamos su prohibici¨®n seg¨²n su poder de autolesi¨®n; no hacemos lo mismo en el caso de los edificios. ?Por qu¨¦? Supongo que porque los riesgos de los rascacielos se consideran compensados con su utilidad p¨²blica, mientras que las drogas s¨®lo proporcionan goces privados. Y recordemos que nuestra vida no es nuestra, sino del Estado... Obviamente, esto no significa que sea bueno tomar ciertas drogas. Puede, con toda seguridad, resultar muy da?ino. Pero si una persona ha de ser libre, debe tener el derecho a envenenarse y matarse. Y, efectivamente, lo tiene ahora con el tabaco, pero no con la marihuana; lo tiene con el alcohol, pero no con la hero¨ªna.
P. Quiz¨¢ se deba distinguir entre drogas duras y blandas...
R. ?Y por qu¨¦ no entre secas y h¨²medas? Mire, lo que convierte a una droga en dura -dura de conseguir, dura de encontrar pura, dura de disfrutar sin peligro penal o de ruina econ¨®m¨ªca- es la prohibici¨®n que pesa sobre ella. Prohiba usted m?ana de nuevo el alcohol y los bebedores se arruinar¨¢n buscando ginebra y se quedar¨¢n ciegos o morir¨¢n intoxicados con met¨ªlico. Adem¨¢s de que el gangsterismo tendr¨¢ un nuevo campo de juegos.
P. Entonces cree usted que lo que realmente mata no es la droga, sino la prohibici¨®n que la veda...
R. Creo que la droga puede matar a quien quiera matarse y eso no puede ni debe ser perseguido como un problema p¨²blico, porque es una cuesti¨®n privada. Pero hoy, por el hecho de estar prohibida, la droga mata a mucha gente que ciertamente no quiere matarse ni mucho menos. Si el Estado pretende realmente que la droga mate lo menos posible, lo que deber¨ªa hacer es levantar la prohibici¨®n y controlar su calidad. Y su precio. Es la falta de un control m¨ªnimo sanitario lo que mata en la droga. ?Cu¨¢nta gente morir¨ªa por sobredosis o adulteraci¨®n de la hero¨ªna si ¨¦sta se vendiera en la farmacia, con debidas garant¨ªas y un prospecto claro explicando su dosificaci¨®n? Piense la de gente que morir¨ªa de triquinosis si el jam¨®n de Jabugo estuviera prohibido y se vendiera de tapadillo...
P. No ir¨¢ usted a decirme que la hero¨ªna es corno el jam¨®n de Jabugo...
R. No, se?or. Yo prefiero el jam¨®n, pero respeto a quien piensa de otra manera. Recuerde usted que la temible hero¨ªna fue en su d¨ªa inventada para curar a los adictos a la morfina... Quiz¨¢ dentro de poco oigamos que la droga m¨¢s dura de todas es la metadona.
P. Pero ?la esclavitud diab¨®lica del adicto ... !
R. ?Vaya, ya estamos con el mito de la adicci¨®n! ?Se ha fijado usted que nuestros criterios actuales sobre la adicci¨®n son asombrosamente semejantes a algunos de nuestros antiguos prejuicios sobre el sexo? La adicci¨®n es irreversible tal como ayer se nos dec¨ªa que la masturbaci¨®n reblandece la m¨¦dula espinal. El vicio del toxic¨®mano -se dedique al tabaco o a la hero¨ªna puede, de hecho, revelarse muy f¨¢cil o muy dificil de vencer. Algunos luchan vanamente durante a?os; otros, cuyos intentos de descolgarse hab¨ªan resultado infructuosos mucho tiempo, logran bruscamente desintoxicarse. ?A qu¨¦ se debe atribuir tal fen¨®meno? Me parece que no tanto a la naturaleza t¨®xica de tal o cual sustancia como a la personalidad del pretendido toxic¨®mano. La cuesti¨®n ser¨ªa m¨¢s bien saber si el hecho de drogarse -con tabaco, alcohol o hero¨ªna- forma o no parte integrante del drama interior que representa el paciente-v¨ªctima, en el que obviamente tiene el papel de protagonista. Cuando tal es el caso (y entonces los intentos de desintoxicaci¨®n no son m¨¢s que episodios previstos en el gui¨®n), le es dificil o imposible cambiar de costumbres. Pero el que decide abandonar la escena y bajar el tel¨®n ve romperse los lazos que le ten¨ªan colgado y se cura con sorprendente facilidad.
P. ?Pero es que el drogadicto no puede hacer una vida normal y productiva?
R. ?Y si resulta que no quiere? ?0 que tampoco podr¨ªa en caso de no tornar drogas? Si el drogadicto se porta de un modo an¨®malo o inadaptado pensamos que es por la enfermedad de la droga. Si, logr¨¢semos curarles ser¨ªan ciudadanos productivos y ¨²tiles. Creer eso, en la mayor¨ªa de los casos, es como creer que si un fumador de cigarrillos analfabeto dejase de fumar se convertir¨ªa en Einstein.
P. ?Pero, si todas las drogas se legalizasen, las consecuencias ser¨ªan terribles para la sociedad!
R. Es como creer que permitir el divorcio o despenalizar el aborto destruir¨¢ el matrimonio o acabar¨¢ con la procreaci¨®n. Quiz¨¢ la idea del comercio libre de narc¨®ticos asuste a las personas, porque creen que todo el mundo se pasar¨ªa d¨ªa y noche fumando opio o inyect¨¢ndose hero¨ªna, en vez de trabajar y compartir sus responsabilidades como ciudadanos. Pero eso es un disparate que no merece ser tomado en serio. Los h¨¢bitos del trabajo y el ocio son pautas sociales profundamente arraigadas; dudo que un comercio libre de drogas convirtiese a las laboriosas hormiguitas en viciosas cigarras. Adem¨¢s, mucho del prestigio de la droga le viene hoy de su prohibici¨®n. Ahora sabemos que la divulgaci¨®n de la brujer¨ªa se debi¨® m¨¢s al trabajo de los cazabrujas que al esplendor de la brujer¨ªa. ?No ser¨¢ asimismo que la divulgaci¨®n de la adicci¨®n en nuestros d¨ªas se deba m¨¢s al trabajo de los cazaadictos que al esplendor de los narc¨®ticos?
P. En resumen, pues...
R. En resumen: en una sociedad abierta y libre, no es en absoluto asunto del Gobierno qu¨¦ ideas lleva un hombre en su cabeza, y asimismo no deber¨ªa ocuparse de qu¨¦ drogas lleva en su cuerpo.
P. Despu¨¦s de tan delet¨¦reas ideas, apenas me atrevo a pedirle unas palabras para los. j¨®venes en este su a?o mundial.
R. ?Pobres j¨®venes, ya con un a?o para ellos solos! Pues nada, les recordar¨¦ por si hace falta el Onceno Mandamiento: ?Qu¨¦ no os cojan!
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