La guerra interminable
Camboya, un pa¨ªs agonizante, es escenario de una nueva ofensiva vietnamita destinada a fracturar a la guerrilla nacionalista
Coincidiendo con el final de la ¨¦poca de las lluvias, Vietnam ha utilizado esta vez todo su material de guerra sofisticado. Helic¨®pteros de ataque por vez primera, misiles (como el que derrib¨® a comienzos de semana un avi¨®n tailand¨¦s de reconocimiento), carros de combate sovi¨¦ticos T-34. Sus cohetes B-40 y sus morteros de 80 mil¨ªmetros han machacado a lo largo de los ¨²ltimos d¨ªas los campos de Rythisen y Ampil, como antes los de Nong Chang y Nong Samet, todos en la l¨ªnea fronteriza con Tailandia, y a consecuencia de ello no menos de 120.000 refugiados camboyanos han debido iniciar de nuevo el v¨ªa crucis de atravesar la frontera tailandesa para escapar de la muerte. Tras la destrucci¨®n de Ampil, cuartel general del Frente Nacional de Liberaci¨®n del Pueblo Jemer (KPNLF), 5.000 guerrilleros han sido desalojados de sus posiciones y han huido hacia los santuarios tailandeses. Atacar estos santuarios es precisamente una de las decisiones clave que, por sus implicaciones, el Gobierno de Hanoi no se atreve a adoptar.Los ataques conjuntos de las tropas vietnamitas y el Ej¨¦rcito regular camboyano contra las bases del KPNLF, uno de los dos grupos anticomunistas que, junto a los jemeres rojos, combaten contra Hanoi, son s¨®lo el ¨²ltimo de los episodios en la lenta agon¨ªa de un pueblo desangrado. Los j¨®venes de Camboya no han conocido otra cosa que la guerra y la miseria. La poblaci¨®n del pa¨ªs ha pasado en los ¨²ltimos 15 a?os de ocho millones a seis millones de personas, diezmada por el hambre, las matanzas y la represi¨®n.
En t¨¦rminos generales, el objetivo inmediato del despliegue militar realizado por Vietnam -hay unos 160.000 soldados vietnamitas de elite controlando Camboya y luchando junto a los 30.000 del Ej¨¦rcito regular de Phnom Penh- es romper la precaria alianza formada en 1982 contra Hanoi, el ¨²ltimo de los invasores, por los tres grupos pol¨ªticamente significativos de Camboya: la simb¨®lica fuerza realista de Norodom Sihanuk, 4.000 hombres escasos; el Frente de Liberaci¨®n Jemer, 12.000 guerrilleros obedientes al moderado y primer ministro de la coalici¨®n, Son Sann, y los comunistasjemeres rojos, con mucho la organizaci¨®n m¨¢s numerosa (40.000 combatientes) y mejor armada leal a Pol Pot, el hombre que como primer ministro camboyano dirigi¨® un ba?o de sangre de tres a?os de duraci¨®n.
Las l¨ªneas de demarcaci¨®n de esta alianza, que ostenta el reconocimiento de las Naciones Unidas como leg¨ªtimo Gobierno de Camboya bajo el nombre de Gobierno de Coalici¨®n de Kanipuchea Democr¨¢tica (CGDK), vienen dadas no s¨®lo por sus diferencias ideol¨®gico-pol¨ªticas (los jemeres comunistas y las tropas burguesas de Son Sann y el pr¨ªncipe Sihanuk), sino tambi¨¦n por su prop¨®sito fundamental: expulsar de Camboya al enemigo hist¨®rico vietnamita. La frontera territorial que separa Vietnam de Camboya es una fr¨¢gil l¨ªnea de l¨ªmites imprecisos. La verdadera muralla que separa a los dos pa¨ªses, probablemente la m¨¢s espesa de Asia, es la de una cultura con ra¨ªces hind¨²es, la camboyana, y otra, la vietnamita, que se mira en China.
El aislamiento de los jemeres rojos como principal fuerza enemiga es el objetivo espec¨ªficamente pol¨ªtico perseguido por Hanoi. Vietnam, que est¨¢ sufriendo las consecuencias de haber instalado en Phnom Penh un gobierno vasallo a las ¨®rdenes del ex jemer Heng Samrim, conoce con qu¨¦ facilidad podr¨ªa detenerse el apoyo internacional a un grupo de siniestra memoria en el mundo debido a las atrocidades cometidas en Camboya durante el mandato de Pol Pot, su jefe militar.
Cambio de imagen
Pek¨ªn, el gran valedor de los jemeres rojos y su proveedor de armamento, intenta por todos los medios suavizar la fachada radical de sus protegidos a trav¨¦s del hombre que ejerce de vicepresidente de este especial Gobierno camboyano, Khieu Samphan. En recientes declaraciones, Samphan afirmaba que en una Camboya liberada de la dominaci¨®n vietnamita s¨®lo podr¨ªa aplicarse un modelo pol¨ªticoecon¨®mico "liberal y capitalista", que los jemeres apoyar¨ªan para asegurar la "unidad nacional". No es imaginable, en boca de un jefe
La guerra interminable
pol¨ªtico comunista, una declaraci¨®n m¨¢s expl¨ªcita de los temores con que China contempla el posible aislamiento de los jemeres como fuerza hegem¨®nica de la guerrilla camboyana.La legitimaci¨®n internacional de la coalici¨®n camboyana viene dada por la respetabilidad anticomunista de dos de sus integrantes, el peque?o grupo del vol¨¢til Norodom Sihanuk, denominado Movimiento de Liberaci¨®n de Kampuchea, y el frente que dirige Son Sann. Este anticomunismo declarado de dos de sus grupos permite que en las Naciones Unidas siga vac¨ªo el sill¨®n destinado a Camboya y que la organizaci¨®n de seis pa¨ªses no comunistas del sureste asi¨¢tico (ASEAN), integrada por Filipinas, Singapur, Malasia, Indonesia, Tailandia y Brunei, ejerza, con el visto bueno de Washington, de pivote diplom¨¢tico y cauce de la ayuda econ¨®mica dirigida al Gobierno de coalici¨®n de Kampuchea Democr¨¢tica.
Los vietnamitas han preparado durante meses la ofensiva en marcha, tan seria desde todos los puntos de vista que Pek¨ªn y Washington han lanzado sendas advertencias sobre las consecuencias que para Hanoi puede tener el no detenerla a tiempo. La esperanza de Estados Unidos y sus aliados de que la desaprobaci¨®n internacional por el apoyo que recibe de Mosc¨² obligue a Hanoi a adoptar una posici¨®n m¨¢s flexible sobre Camboya parece mal fundamentada. Primero, porque el Kremlin sigue valorando la fidelidad de su aliado en Extremo Oriente, como lo prueba el reciente estacionamiento en la base de Cam Ranh de 14 cazabombarderos Mig 23; y m¨¢s importante, porque Hanoi, en contra de una extendida opini¨®n, ejerce en Camboya, mucho m¨¢s que de brazo armado de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, una misi¨®n de expansionismo hist¨®rico respecto de un territorio que siempre ha acariciado.
Puesto que en los c¨¢lculos de las grandes potencias no parece entrar por el momento la soluci¨®n del contencioso camboyano, el ¨²nico agujero en el horizonte que permitir¨ªa otear un cambio de actitud vietnamita viene por el lado de las discrepancias en el r¨¦gimen de Phnom Penh, donde se mantiene un equilibrio inestable entre las facciones comunistas de los ex jemeres, por un lado, con Heng Samrin al frente, y la m¨¢s radicalizada de los vietminh, llegados como vencedores de Vietnam.
Un inmenso sufrimiento
Pero el cuadro pol¨ªtico de Camboya es apenas un rompecabezas sin sentido si deja de enmarcarse en el inmenso sufrimiento de todo un pueblo diezmado, errante y al borde de la desintegraci¨®n tras 15 a?os de una de las guerras mas crueles y sepultadas de la historia contempor¨¢nea. En enero de 1983, el vicesecretario general de la ONU, sir Robert Jackson, declaraba que no conoc¨ªa nada similar a lo pasado por los camboyanos en los 10 a?os precedentes.
Los masivos bombardeos de los B-52 norteamericanos a partir de 1969, desatados por Nixon para controlar la infiltraci¨®n guerrillera en Vietnam, iniciaron la entera dislocaci¨®n de un sistema social y econ¨®mico. Arruinaron la tierra, causaron millares de v¨ªctimas, llevaron la guerra al interior de Camboya e hicieron de detonador de los acontecimientos sucesivos.
Sin la fractura total, mediante medio mill¨®n de toneladas de bombas, de un peque?o pa¨ªs que hab¨ªa sido la estampa id¨ªlica de las agencias de viajes, no es posible explicarse el terror desatado despu¨¦s por los jemeres rojos, sus fosas comunes para decenas de miles de hombres y mujeres, sus purgas m¨¢s all¨¢ de la descripci¨®n... Tampoco es posible entender los desplazamientos masivos y forzados de millones de personas, ni la enfermedad, la miseria y la mortandad que los acompa?¨®. Y el alivio con que se recibi¨® por los camboyanos la invasi¨®n vietnamita de 1979, que pon¨ªa fin a uno de los experimentos pol¨ªtico-sociales m¨¢s tr¨¢gicos de la historia reciente, no era sino el preludio de otra fase de la guerra, la que conduce a los campos de refugiados de hoy, a los nuevos ¨¦xodos y a la misma destrucci¨®n.
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