Algunos pensamientos sobre la crisis del hombre
Cuando estall¨® la I Guerra Mundial, en agosto de 1914, el doctor Sigmund Freud, como la mayor¨ªa de patriotas austriacos, se alegr¨®. Compart¨ªa la indignaci¨®n de sus compatriotas por el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, y confiaba en que Austria infligir¨ªa r¨¢pidamente una derrota militar bien merecida al advenedizo reino de Serbia. Pero a lo largo de los cuatro a?os de la guerra, a medida que la juventud de Alemania, Francia y el Reino Unido se iba diezmando en el frente occidental en una totalmente in¨²til guerra de trincheras, y los imperios hist¨®ricos de Austria y Rusia se iban desintegrando ante sus ojos, su anterior entusiasmo fue dejando lugar a un profundo pesimismo, que conservar¨ªa el resto de su vida. La experiencia de la guerra alter¨® de manera decisiva sus teor¨ªas precursoras sobre el inconsciente. Hasta 1914 hab¨ªa concebido la l¨ªbido casi enteramente como una fuerza positiva, la fuente de la energ¨ªa creativa. En la d¨¦cada de los veinte elabor¨® una nueva teor¨ªa en la que el inconsciente estaba poblado por dos instintos contrarios: Eros y T¨¢natos, que representaban el amor y el odio, la creaci¨®n y la destrucci¨®n, la vida y la muerte.Las implicaciones filos¨®ficas de la segunda teor¨ªa de los instintos de Freud no eran nada novedosas. Las mitolog¨ªas griega, n¨®rdica, mexicana e india y las religiones jud¨ªa, cristiana y musulmana, cada una a su manera, dividen el mundo entre. las fuerzas c¨®smicas del bien y del mal. Obras maestras de la poes¨ªa como el Para¨ªso perdido de Milton y el Fausto de Goethe, presentan al hombre como el objeto de una lucha entre Dios y el diablo. Shakespeare, en HamIet, situ¨® la lucha entre el bien y el mal en los corazones mismos de sus personajes. Comenc¨¦ este art¨ªculo con la experiencia de Freud, porque el contexto de tal experiencia est¨¢ pr¨®ximo al nuestro: el desperdicio de recursos humanos y materiales en una guerra insensata; el aparente fracaso del pensamiento racional y materialista y del conocimiento enciclop¨¦dico para mejorar la calidad de la conducta humana. El cambio de Freud en los a?os 1914-1918 de la fe cient¨ªfica positivista al pesimismo sobre las capacidades morales del hombre es b¨¢sicamente semejante al desaliento intelectual y moral que sienten actualmente todas aquellas personas pensantes tanto en el mundo occidental como en el sovi¨¦tico.
Pero, independientemente de la teor¨ªa seguida para explicar la ,experiencia humana, disponemos de pruebas apabullantes, al menos hasta el presente, de que a una gran proporci¨®n de seres humanos les gusta la guerra. En un estudio dedicado principalmente a las armas nucleares, De Hiroshima a los euromisiles, Mariano Aguirre incluye una relaci¨®n, en un breve ap¨¦ndice, de nada menos que 140 conflictos militares que han tenido lugar desde 1945, en los que se han utilizado ¨²nicamente Armas convencionales. Estudios ampliamente documentados realizados por el Instituto Internacional de Investigaciones sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI) indican que m¨¢s del 70% del comercio internacional de armas en la d¨¦cada de los setenta consisti¨® en ventas al Tercer Mundo. Cualquier lector de peri¨®icos sabe que la mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica en Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos ha apoyado entusi¨¢sticamente la invasi¨®n de Afganist¨¢n, la triunfal recuperaci¨®n de las Malvinas y la ocupaci¨®n de Granada. Todos los agresores, y todos los defensores de las fronteras imperiales establecidas, alegan justificaciones racionales de estrategia o econom¨ªa para sus guerras. Pero cuando se juzgan las guerras por sus resultados y no por su ret¨®rica, tales motivos resultan ser m¨¢s racionalizaci¨®n que raciocinio.
Hay quienes argumentan que la existencia de la guerra no refleja un sentimiento general de placer experimentado por el hombre ante la violencia causante de muertes, que las guerras son el resultado de las ambiciones megal¨®manas de un Napole¨®n o un Hitler, o del fanatismo ideol¨®gico de los cruzados medievales o de los Jomeini actuales. Tales razonamientos me recuerdan mi pegatina favorita de los setenta, que dec¨ªa. "?Y si celebraran una guerra y no viniera nadie?". Hay que preguntarse c¨®mo es posible que los fan¨¢ticos dirigentes hayan recibido el apoyo entusiasta de grandes mayor¨ªas (al menos mientras iban ganando) y c¨®mo es posible que Thatcher en las Malvinas, y Reagan en L¨ªbano y Granada hayan, obtenido la aprobaci¨®n masiva del p¨²blico.
Para emplear el vocabulario de Freud, estoy seguro de que existe ciertamente una guerra entre Eros y T¨¢natos dentro del coraz¨®n de todos los hombres. Los seres humanos no son buenos por naturaleza en el sentido rousson¨ªano, ni malos en el sentido del calvinismo del siglo XVII. Poseen energ¨ªas que les hacen ser encantadores, colaboradores, creativos, divertidos; y poseen energ¨ªas que les hacen ser hostiles, competitivos, destructivos, amargos. Infinitas combinaciones contradictorias de estos impulsos nos convierten en la especie ¨²nica, y en los individuos ¨²nicos, que somos.
A trav¨¦s de la historia se ha considerado m¨¢s deseable que Eros fuera m¨¢s fuerte que T¨¢natos, tanto en cualquier individuo como en cualquier sociedad dada. Desde la invenci¨®n de la bomba at¨®mica es imprescindible que Eros sea, de una manera clara y constante, m¨¢s fuerte que T¨¢natos. Dado el corto espacio de tiempo, puede que unas d¨¦cadas, antes de que pudiera darse una guerra nuclear accidental o perfectamente intencionada, me parece un lujo preguntar si Eros puede dominar a T¨¢natos. Me enfrento a la necesidad y tan s¨®lo pregunto c¨®mo puede dominar Eros para que la raza humana no se destruya a s¨ª misma.
En las negociaciones de desarme debemos demostrar nuestra firme voluntad de desarme, no limitarnos simplemente a ganar aspectos del debate. Personalmente llevar¨ªa tal acontecimiento hasta el extremo de un comienzo unilateral, ya que la mitad del arsenal norteamericano posee capacidad suficiente para disuadir varias veces a cualquier oponente.
En todos los conflictos sociales hay que realizarlos cambios necesarios, incluyendo sacrificios econ¨®micos para los m¨¢s pr¨®speros, para que los trabajadores que han perdido su empleo o los j¨®venes que a¨²n no han conseguido un empleo puedan aspirar con confianza a desempe?ar unasfunciones dignas en la sociedad. En la vida familiar y en la educaci¨®n tenemos que hacer que el amor, la cooperaci¨®n y el humor sean mucho m¨¢s importantes que otros aspectos negativos y que la disciplina, por muy necesaria que sea ¨¦sta en ciertas ocasiones.
No existe medio alguno de saber en qu¨¦ proporci¨®n podemos conseguir que Eros domine a T¨¢natos en millones de seres humanos, pero debemos llegar a un punto en el que, si celebran una guerra, no vaya nadie.
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