Las reglas del juego
Recorre el mundo la noticia de que Edwin Moses, plusmarquista mundial casi vitalicio en 400 metros vallas, ha sido no s¨®lo arrestado, sino procesado por hacer proposiciones a una buscona callejera, en realidad agente de la brigada de costumbres en una fiscal¨ªa de Los ?ngeles. La informaci¨®n a?ade que se encontr¨® en su coche una ¨ªnfima cantidad de marihuana -el fiscal la considera "insuficiente para liar un porro"-, y que un destrozado Moses ha comparecido con su esposa en una conferencia de prensa para declarar que las escasas trazas de droga no son suyas y nunca ha recurrido a meretrices. Las secciones deportivas de los peri¨®dicos han publicado algunos comentarios sobre los previsibles herederos del veloc¨ªsta en su distancia.Sugestivos hechos para abrir 1985, con resonancias del 1984 orwelliano. El Estado contempor¨¢neo naci¨® renunciando a la persecuci¨®n de brujas, endemoniados, lujuriosos, herejes y liberales en general, sacrificados durante siglos con serena pompa. Bien es verdad que por entonces algunos especialistas de nuevo cu?o repararon en una amplia garna de desviaciones, antes un¨¢nimemente consideradas vicios; expertos en psique y soma avanzaron la posibilidad de abordarlas desde principios humanitarios, sin oscurantismos teol¨®gicos. Y tan pronto como los poderes p¨²blicos se convencieron de que, en efecto, ciertos vicios eran enfermedades curables, comenz¨® a perfilarse el complejo que algunos juristas actuales llaman de los "delitos sin v¨ªctimas".
All¨ª, por la propia naturaleza de la acci¨®n, el da?o a otro o no existe o no necesita rebasar el nivel del riesgo inconcreto. Sin embargo, se trata de conductas muy reprobadas y varias. La tentativa de suicidio, la eutanasia, el adulterio, la ociosidad, la pornografia, la objeci¨®n de conciencia, el, proxenetismo consentido, la prostituci¨®n, el juego y las apuestas, la toxicoman¨ªa habitual, la homosexualidad, el exhibicionismo y un inagotable etc¨¦tera, con peculiaridades regionales como en Sur¨¢frica el ayuntamiento entre personas de diferente color.
Los esfuerzos por curar estas enfermedades con cosa distinta del tradicional varapalo produjeron sus remedios. Se ensayaron la lobotom¨ªa, el electroshock, la terapia del reflejo condicionado, el psicoan¨¢lisis, la narcoterapia, la reclusi¨®n forzosa y otros procedimientos de vanguardia. Hacia mediados de nuestro siglo estaban legalizadas en todas partes las intervenciones psiqui¨¢tricas involuntarias. Ante un exhibicionista muy pac¨ªfico y buen artesano, pero contumaz, los jueces se sintieron aliviados en conciencia al poder sustituir una reclusi¨®n entre verdaderos delincuentes por el internamiento en centros rehabilitadores durante el per¨ªodo de tratamiento. Szasz cuenta el caso de un anciano que reclam¨® recientemente -ante un tribunal de Pensilvania- ser curado de su af¨¢n exhibitorio o ser puesto en libertad, tras 26 a?os de terapia forzosa; el reclamante logr¨® lo segundo, demostrando que nadie le hab¨ªa administrado tratamiento espec¨ªfico alguno durante ese tiempo.
Los delitos sin v¨ªctima est¨¢n ligados a metamorfosis de una proteica censura, y tienen exactamente los mismos enemigos que ¨¦sta. Jefferson, por ejemplo, cre¨ªa que las leyes est¨¢n hechas para protegernos de otros, no de nosotros mismos. Si impedimos que la virtud se defienda por s¨ª sola, los castigos o premios externos se encargar¨¢n de convertirla r¨¢pidamente en hipocres¨ªa. Para Stuart Mill, medio siglo despu¨¦s, ninguna autoridad dotada de jurisdicci¨®n pod¨ªa intervenir coactivamente sobre alguien ampar¨¢ndose en el bien de ese alguien (otra cosa es la beneficencia), porque lo inalienable del ciudadano adulto es decidir por s¨ª acerca de semejante cosa. Hacia aquellos a?os, Spencer ve¨ªa peligroso pedir del Estado lo sublime -que erradique los vicios-, porque adem¨¢s de no
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Viene de la p¨¢gina 9 cumplir habr¨¢ crecido atr¨®ficamente durante el frustrado intento.
El antipaternalismo de estos anglosajones roza lo chocante, como el de su contempor¨¢neo Tocqueville, cuando distingu¨ªa entre la paternidad familiar (preparatoria de la edad viril) y la paternidad estatal (fijatoria en una permanente infancia). En realidad, desde los griegos, algunos hombres temen que la ley se acarree el desprecio si saca los pies de su espec¨ªfico tiesto para convertirse en veh¨ªculo de una particular concepci¨®n moral. Pero esto tiene hoy en d¨ªa algo de imposible; una inmensa cantidad de personas vende, compra y defiende salud moral, como siglos antes acontec¨ªa con la salvaci¨®n del alma. Algunos delitos sin v¨ªctima son vicios realmente tristes, y ?cu¨¢ntos padres renunciar¨ªan a una atm¨®sfera de buen ejemplo para sus hijos? Aunque los buenos ejemplos cambien -pienso en las solteras encintas, ayer y hoy-, ser ecu¨¢nimes obliga a comprender que el derecho colabore con la simple opini¨®n. La principal v¨ªctima de los delitos sin v¨ªctima es el esc¨¢ndalo, ese estremecimiento ante la transgresi¨®n del decoro, y toda comunidad cultural tiene sus pautas de esc¨¢ndalo. Como lo decoroso guarda relaci¨®n directa con el qu¨¦ dir¨¢n, deja de ser indecoroso todo cuanto no trascienda. Eso transforma la apuesta ¨¦tica en maniobras de discreta astucia; pero la discreta astucia -sigamos siendo ecu¨¢nimes- tiene numerosos e inteligentes partidarios.
Tarea de gran pol¨ªtica ser¨ªa lograr que -sin esc¨¢ndalo- fuera haci¨¦ndose decoroso lo bello y bueno por s¨ª. Indecoroso, digamos, lapidar a ba?istas desvestidos, y decoroso quitarse de en medio sin miserias para los seres queridos cuando llegue la oportuna hora. Valdr¨ªa casi la pena distinguir entre decoros obscenos y decoros dignos. Puesto que cada sector social se escandaliza con distintas cosas, es inquietante que la jurisdicci¨®n (algo en principio de y para todos) se mezcle en tales asuntos. Al mismo tiempo, parece inevitable. Los delitos sin v¨ªctima est¨¢n defendidos por una bien remunerada falange y sostenidos por un n¨²mero de personas quiz¨¢ en aumento. Resulta evidente que el paternalismo est¨¢ incluso de moda, otra vez, cuando un ¨ªdolo como el atleta americano es procesado por "solicitar un acto de prostituci¨®n", incluido en el marco de una figura penal llamada conducta inadecuada".
En agudo contraste, la Prensa espa?ola nos cuenta estos d¨ªas que el primer teniente de alcalde de Madrid, Juan Barranco, ha propuesto "una plena legalizaci¨®n en el ejercicio" de la profesi¨®n m¨¢s antigua del mundo. Se trata de dos decoros distintos, y la pregunta es cu¨¢l gobernar¨¢ el inmediato futuro. La iron¨ªa de los delitos sin v¨ªctima es que acaben requiriendo su propia e impune inducci¨®n. Nadie osar¨ªa preferir la detenci¨®n de un homicida a la perpetraci¨®n de un crimen, o coger a un ladr¨®n antes que evitar un robo. Sin embargo, hay funcionarios disfrazados de Irma la Dulce -y otros papeles m¨¢s escabrosos para provocar aquellos delitos donde el autor y la v¨ªctima coinciden. En California, vanguardia del mundo, redescubren ahora al doctor Francia, aquel presidente vitalicio de Paraguay que fingi¨® morir -y se hizo funerales- a fin de poder espiar las caras de los asistentes.
Fue una medida de discreta astucia, para no cargar con turiferarios insinceros.
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