Libertades en Europa
Tomemos o no partido, estamos acostumbrados a que en los pa¨ªses del Este y en la mayor¨ªa de los del Tercer Mundo derechos y libertades se vean sometidos a los poderes discrecionales de las fuerzas pol¨ªticas que controlan el Estado. Pero estamos mal preparados para aceptar el hecho de que tambi¨¦n se encuentran amenazados en el Oeste, en los pa¨ªses que se autoproclaman campeones del mundo libre. ?ste es un asunto dif¨ªcil de asumir, debido a que hay implicaciones humanas dram¨¢ticas que no soportan que nos limitemos a declaraciones de principios.Ahora bien, es imposible ignorar que desde hace unos 10 a?os hay todo un grupo de derechos y libertades, toda una serie de espacios de libertad, que no han dejado de perder terreno en Europa. Basta atenerse a lo que se les hace a los inmigrados o a las distorsiones que acaba de sufrir en Francia el derecho de asilo pol¨ªtico para constatarlo. Pero esto resulta tambi¨¦n evidente si, sali¨¦ndonos un poco del juridicismo estrecho, consideramos la evoluci¨®n concreta del derecho a disponer de un m¨ªnimo de medios materiales de vida y de trabajo para decenas de millones de personas en Europa (desempleados, j¨®venes, ancianos, etc¨¦tera); del derecho a la diferencia para las minor¨ªas de todo tipo; del derecho a una expresi¨®n democr¨¢tica efectiva para la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n.
Un reflejo de militante, que se remonta ya, evidentemente, a otra ¨¦poca, podr¨ªa llevar a que se objetara el que no se pueden poner en el mismo plano conflictos relacionados con las libertades jur¨ªdicas y formales y la conquista de nuevos espacios de libertad, que tienen que ver, sobre todo, con las luchas concretas. Teniendo en cuenta que la justicia no ha estado nunca por encima de lo que ocurre en la sociedad, que la democracia siempre est¨¢ m¨¢s o menos manipulada, no puede esperarse nada, o muy poco, de la primera, mientras que est¨¢ todo por hacer en cuanto a la segunda.
Menos que nunca, no deber¨ªamos limitarnos a una denuncia global -y formal- de la justicia burguesa. El hecho de que la independencia de la magistratura sea, por lo general, un enga?o, lejos de llevarnos a renunciar y a aceptar la mitolog¨ªa espontane¨ªsta de los as¨ª llamados tribunales populares, deber¨ªa conducirnos a reflexionar sobre los medios para hacer efectiva esa independencia. La especializaci¨®n de las funciones sociales y la divisi¨®n del trabajo son lo que son. Y nada, por otro lado, nos permite dar por hecho, a corto ni a medio plazo, un cambio de mentalidades profundo; no hay raz¨®n para esperar que las sociedades organizadas lleguen a prescindir tan pronto de un aparato de justicia. Lo que no significa que se deba aceptarlo tal como es; por el contrario, es fundamental definir de nuevo su mecanismo de formaci¨®n, sus competencias, sus medios y sus articulaciones posibles con un medio democr¨¢tico... Para responder adecuadamente a estas exigencias, las luchas en favor de la libertad deber¨ªan dotarse, pues, de instrumentos nuevos que permitiesen llevar a cabo:
- Intervenciones sobre la marcha en asuntos concretos en los que se d¨¦ un atentado contra los derechos y libertades.
- Una actividad a m¨¢s largo plazo, en relaci¨®n con grupos de abogados, de magistrados, de trabajadores sociales, de detenidos... con el fin de elaborar formas alternativas del aparato de justicia.
La lucha defensiva para el respeto del derecho y la lucha ofensiva para la conquista de nuevos espacios de libertad son complementarias. Ambas luchas est¨¢n llamadas a adquirir una importancia al menos igual a la de las luchas sindicales o pol¨ªticas, y a influir en ¨¦stas cada vez en mayor medida.
La tensi¨®n y la crisis
Dicho esto, hay que decir tambi¨¦n que no se puede tratar la evoluci¨®n de las libertades en Europa como algo en s¨ª, separ¨¢ndolas del contexto de la tensi¨®n internacional y de la crisis econ¨®mica mundial. Pero en cuanto enuncio estos dos encabezamientos surge un sinf¨ªn de problemas. ?La tensi¨®n y la crisis deben ser consideradas las causas del declinar de las libertades o bien, por el contrario, la consecuencia de las crecientes tendencias; conservadoras y reaccionarias que se produjeron tras las oleadas de las luchas por las libertades en los a?os sesenta? Voy a intentar demostrar que el an¨¢lisis de la tensi¨®n Este-Oeste y el de la crisis mundial se van a ver favorecidos si se los reconsidera desde el punto de vista de las libertades.A veces me pregunto si en nuestras sociedades, calificadas (con bastante imprudencia, por otro lado) de posindustriales, las libertades no est¨¢n destinadas a sufrir una erosi¨®n irreversible, debido a una especie de aumento global de la entrop¨ªa del control social. Pero este sociologismo triste s¨®lo se apodera de m¨ª los d¨ªas que estoy deprimido. Reflexionando con m¨¢s seriedad, no veo raz¨®n alguna para juntar un destino represivo corno el mencionado a la proliferaci¨®n, en los medios de la producci¨®n y de la vida social, de maquinismos de informaci¨®n y comunicaci¨®n. No en realidad lo que lo falsea todo es otra cosa. No es el progreso t¨¦cnico-cient¨ªfico, sino la inercia de las relaciones sociales superadas. Comenzando por las relaciones internacionales entre los bloques. Comenzando tambi¨¦n por la carrera de armamentos permanente, que vampiriza las econom¨ªs y anestesia las mentes. Entonces me digo que quiz¨¢ la tensi¨®n internacional, al contrario de lo que querr¨ªan hacernos creer, es menos el resultado de un antagonismo de base entre ambas superpotencias que un medio precisamente, para ellas, de disciplinar al planeta.
A este respecto, es significativo que la defensa de las libertades individuales y colectivas no haya sido nunca una baza seria en las relaciones conflictivas Este-Oeste. Una vez dejados a un lado las proclamaciones y los grandes principios, se ve claramente que el peso de esa libertad en los grandes deals internacionales no es mucho (el propio presidente Carter acab¨® ridiculiz¨¢ndose a s¨ª mismo ante la clase pol¨ªtica estadounidense al insistir m¨¢s de lo habitual en estos asuntos).
A fin de cuentas, los dirigentes de los pa¨ªses occidentales se han acomodado muy bien al hecho de que los pueblos del Este sean controlados firmemente por sus burocracias totalitarias. Y m¨¢s all¨¢ de las apariencias, detr¨¢s del ruido ideol¨®gico y estrat¨¦gico, parecen dispuestos sin m¨¢s a llevar adelante pol¨ªticas muy semejantes, en busca del mismo tipo de objetivos, es decir, el control de los individuos y de los grupos sociales, de forma creciente; normalizarlos, integrarlos, si es posible, sin resistencia por su lado, sin que ni siquiera se den cuenta (por medie, de los equipamientos colectivos, en lo referente a su desarrollo y mantenimiento, a trav¨¦s de los media, para modelar el pensamiento y la imaginaci¨®n y, sin duda, en un futuro, por una suerte de telegu¨ªa inform¨¢tica permanente, para asignarles una residencia territorial y una trayectoria econ¨®mica). El resultado es ya visible. Cada vez hay m¨¢s segregaci¨®n generadora de racismo ¨¦tnico, sexual y de edad; cada vez m¨¢s libertad de acci¨®n ?para la casta de los jefes, y de los managers, y cada vez m¨¢s servidumbre para los peones de base del gran juego capitalista. La reducci¨®n de las libertades a la que asistimos por todos lados, depender¨ªa, pues, en primer lugar, del advenimiento de concepciones del mundo m¨¢s conservadoras y funcionalistas, reaccionarias, pero siempre dispuestas a apropiarse del progreso de las ciencias y de las t¨¦cnicas, para ponerlas a su servicio. Y este contexto ha sido posible, y ha adquirido consistencia, s¨®lo gracias a la conjunci¨®n pol¨ªtica de las burgues¨ªas occidentales, de las burocracias socialistas y de las elites corruptas del Tercer Mundo, en el seno de una nueva figura del capitalismo, lo que yo he calificado en otro lugar de capitalismo mundial integrado.
La crisis, las libertades... Es evidente que. no dejan de tener cierta relaci¨®n. La inquietud econ¨®mica, por s¨ª sola, tiene mucho peso en el ¨¢nimo de la gente; llega a inhibir incluso las veleidades de protesta, y puede llegar a favorecer efectos parad¨®jicos, como en Francia, donde una parte del electorado comunista se ha pasado al Frente Nacional, de car¨¢cter fascista, de Le Pen. Pero, aqu¨ª tambi¨¦n, la presentaci¨®n tipo mass-media ordinaria ?no corre el riesgo de falsear el problema? ?Se trata de la crisis que pesa sobre las libertades, o se trata m¨¢s bien de la pasividad colectiva, la desmoralizaci¨®n, la desorientaci¨®n, la desorganizaci¨®n de las fuerzas renovadoras potenciales, que dejan libre el paso al nuevo capitalismo salvaje con el fin de llevar a cabo reconversiones de beneficios de efectos sociales devastadores? Por un lado, el t¨¦rmino de crisis se adapta mal cuando queremos aplicarlo a ese tipo de cat¨¢strofes en cadena que sacude al mundo, y sobre todo al Tercer Mundo, desde hace 10 a?os. Por otro lado, es evidente que limitar estos fen¨®menos a la esfera de la econom¨ªa es absolutamente ileg¨ªtimo. Cientos de millones de seres humanos est¨¢n a punto de morir de hambre, miles de millones de individuos se hunden cada vez m¨¢s en la miseria y la desesperaci¨®n, ?y todav¨ªa nos explican tranquilamente que se trata de problemas econ¨®micos cuya soluci¨®n s¨®lo llegar¨¢ cuando salgamos de la crisis! ?Nada se puede hacer! La crisis, parece ser, cae de las nubes, va, viene, es como el granizo o como el cicl¨®n Hortensia. S¨®lo los augures -es decir, los economistas distinguidos- tendr¨ªan algo que decir. Pero si hay un campo en el que lo absurdo toca la infamia es precisamente en ¨¦ste -del que hablamos. Pues en realidad, ?qu¨¦ necesidad habr¨ªa de que las reconversiones industriales y econ¨®micas -aunque fuesen planetarias, o aunque implicasen los m¨¢s profundos cambios de los medios de producci¨®n tuviesen que traer consigo un gasto tan grande? De nuevo se perfila la urgencia de un giro de 180 grados en el modo de pensar estos problemas. Lo pol¨ªtico prima sobre lo econ¨®mico. Pero no a la inversa. Incluso si en el estado actual de las cosas es dif¨ªcil poder afirmar que es lo pol¨ªtico lo que fabrica la crisis en su totalidad, no es menos cierto que es lo pol¨ªtico lo que debe considerarse responsable por sus m¨¢s perniciosos efectos sociales. Y la salida de la crisis, o, si se prefiere, de la serie negra, deber¨¢ ser pol¨ªtica y social, o no habr¨¢ salida. De tal suerte que la humanidad seguir¨¢ su camino hacia no se sabe qu¨¦ implosi¨®n final.
El Viejo Continente
?Y Europa occidental, a todo esto? Nos enorgullecemos con frecuencia de ella porque la consideramos un ¨¢rea de libertad y cultura, cuya funci¨®n ser¨ªa la de equilibrar las relaciones entre el Este y el Oeste y trabajar para promover un nuevo orden internacional entre el Norte y el Sur. Es cierto- que en los ¨²ltimos tiempos el mundo alem¨¢n ha comenzado a descubrir el inter¨¦s que hay para Europa en calmar los ¨¢nimos. Pero estamos todav¨ªa muy lejos de una pol¨ªtica europea aut¨®noma y coherente. En realidad, la libertad de acci¨®n de Europa se va reduciendo cada vez m¨¢s a medida que se constata que no saldr¨¢ indemne de la ardua prueba de reconversi¨®n del capitalismo mundial. Europa sigue atada de pies y manos a la axiom¨¢tica estrat¨¦gica, econ¨®mica y monetaria, de Estados Unidos. M¨¢s que nunca, se halla enredada en lo que los tecn¨®cratas consideran que son arca¨ªsmo nacionalistas y nacionalitarios y en sus corporativismos de todo tipo. Y lo que empeora todav¨ªa m¨¢s las cosas es que el conjunto de su flanco mediterr¨¢neo se inclina paulatinamente hacia una forma intermedia de tercermundizaci¨®n.
Las nuevas condiciones
Sin extenderme demasiado, querr¨ªa ahora mencionar las condiciones a las que deber¨ªan responder, en mi opini¨®n, las actividades militantes del futuro, las futuras m¨¢quinas de lucha por la paz y la libertad en todas sus formas. No pretendo de ning¨²n modo dar una definici¨®n exhaustiva y proponer un modelo bueno para todo. S¨®lo trato de extraer algunas ense?anzas del per¨ªodo hist¨®rico de los a?os sesenta y de la derrota que sigui¨®. Fuimos, al mismo tiempo, ingenuos, desordenados, ciegos e iluminados, a veces sectarios y limitados, pero tambi¨¦n, a menudo, visionarios y portadores de futuro. De todos modos, es evidente que este futuro no va a ser a imagen y semejanza de nuestros sue?os de entonces. Pero estoy convencido de que hay una cita -y, por tanto, algunos de nosotros tenemos una cita- con ciertos antecedentes de m¨¦todos que podemos extraer de las formas de lucha y de modos de organizaci¨®n de aquella ¨¦poca, junto con ciertas lecciones derivadas de aquellas acciones, en las que algunos sacrificaron sus mejores a?os. Pienso que estas condiciones son tres:1. Las nuevas pr¨¢cticas sociales de liberaci¨®n no deber¨¢n establecer entre ellas relaciones de jerarquizaci¨®n; su desarrollo responder¨¢ a un principio de transversalidad que permitir¨¢ que aqu¨¦llas se coloquen a caballo, como rizoma, entre los grupos sociales y los intereses heterog¨¦neos. Los escollos que hay que salvar son los siguientes:
a) La reconstituci¨®n de partidos de vanguardia y de estados mayores que dicten su ley y que modelen los deseos colectivos sobre un modo paralelo -aunque formalmente antag¨®nico- con respecto del sistema dominante. La ineficacia y el car¨¢cter pernicioso de este tipo de dispositivos no deber¨¢ ser demostrado.
b) La departamentizaci¨®n de las pr¨¢cticas militantes, seg¨²n ¨¦stas tengan como finalidad objetivos pol¨ªticos de envergadura o bien la defensa de intereses sectoriales o una transformaci¨®n de la vida cotidiana... Y la separaci¨®n entre, por un lado, la reflexi¨®n program¨¢tica y te¨®rica y, por el otro, la reflexi¨®n anal¨ªtica -que hay que inventar- de la subjetividad de los grupos y de los individuos comprometidos directamente en la acci¨®n.
El car¨¢cter transversalista de las nuevas pr¨¢cticas sociales -rechazo de las disciplinas autoritarias, de las jerarqu¨ªas formales, de los ¨®rdenes de prioridades decretados desde arriba, de las referencias ideol¨®gicas obligadas...- no debe ser considerado contradictorio respecto de la creaci¨®n, evidentemente inevitable, necesaria e incluso deseable, de centros de decisi¨®n que, llegado el caso, utilizan las m¨¢s complejas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n y que pretenden una eficacia m¨¢xima. El problema aqu¨ª es el de promover procedimientos anal¨ªticos colectivos que permitan disociar el trabajo de decisi¨®n y las inversiones imaginarias de poder, que no coinciden, para la subjetividad capitalista, sino en que esta ¨²ltima ha perdido sus dimensiones de singularidad y se ha convertido masivamente en lo que podr¨ªamos llamar un eros de la equivalencia ("importa poco la naturaleza de mi poder, desde el momento en que dispongo de cierta cantidad de capital de ese poder abstracto").
2. Una de las principales finalidades de las nuevas pr¨¢cticas sociales de liberaci¨®n ser¨¢ la de desarrollar, m¨¢s todav¨ªa que simplemente salvaguardar, procesos de singularizaci¨®n colectivos y/o individuales. Aludo con esto a todo lo que confiere un car¨¢cter de subjetivaci¨®n viva a estas iniciativas, un car¨¢cter de experiencia insustituible, que "valga la pena ser vivida", que "d¨¦ un sentido a la vida...". Tras las d¨¦cadas de plomo del estalinismo, tras los m¨²ltiples vaivenes de los socialdem¨®cratas -siempre el mismo escenario de compromiso, flojedad, impotencia y fracaso-, tras el scoutismo limitado y tambi¨¦n poco honrado de los grup¨²sculos, el militantismo ha acabado impregn¨¢ndose de un olor rancio de iglesia, que hoy provoca un leg¨ªtimo movimiento de rechazo. S¨®lo reinvent¨¢ndolo con temas nuevos, partiendo de una subjetividad disidente, llevada por grupos-sujeto, permitir¨¢ reconquistar el terreno perdido en beneficio de las subjetividades prefabricadas por los mass-media y los equipamientos del capitalismo new look. Y henos de nuevo ante la necesidad de inventar una anal¨ªtica colectiva de las distintas formas de subjetividad comprometidas. En este caso no partimos de cero en absoluto. Hay mucho que aprender de la forma en que los verdes alemanes, o Solidaridad en Polonia, han llevado a buen t¨¦rmino la creaci¨®n de nuevas formas de vida militante. Tenemos tambi¨¦n ejemplos negativos inversos, en el sectarismo de ETA Militar en el Pa¨ªs Vasco o en las monstruosas desviaciones terroristas y dogm¨¢ticas de las Brigadas Rojas en Italia, que han conducido inexorablemente a hacer decapitar a los movimientos de liberaci¨®n que eran sin duda los m¨¢s ricos y m¨¢s prometedores de Europa.
Lo repito: me parece que el ¨²nico medio para escapar a este tipo de fatalidad mort¨ªfera es el de dotarnos de los medios adecuados para una gesti¨®n anal¨ªtica de los procesos de singularizaci¨®n, o de una "puesta en disidencia", de la subjetividad.
3. Tales m¨¢quinas militantes mutantes, para espacios de libertad transversales y singularizados, no deber¨¢n tener ninguna pretensi¨®n de perennidad. Deber¨¢n asumir su precariedad b¨¢sica y la necesidad de una renovaci¨®n perpetua, sobre todo porque depender¨¢n de un movimiento social de gran amplitud, y de larga duraci¨®n. Esto las conducir¨¢ a establecer alianzas nuevas y amplias, que las har¨¢n salir de su enfermedad infantil m¨¢s grave, a saber, la propensi¨®n tenaz a vivir como minor¨ªas asediadas. Se trata de promover una l¨®gica de alianzas polivalentes, que permita huir a la vez de la l¨®gica doble de las combinaciones de poder y de la purista y sectaria de los movimientos de los a?os sesenta, que iban a conducirlas a alejarse definitivamente de las grandes masas de poblaci¨®n. Su apertura transversalista deber¨¢ ser suficiente como para permitirles articularse con los grupos sociales cuyas preocupaciones, estilos y modos de ver est¨¢n muy alejados de los suyos. Esto s¨®lo ser¨¢ posible si asumen, precisamente, su finitud y singularidad y saben que deben desprenderse sin m¨¢s, sin segundas intenciones, del mito perverso de la toma del poder estatal por el partido de vanguardia. Nadie deber¨¢ tomar ya el poder en nombre de los oprimidos. Nadie deber¨¢ confiscar las libertades en nombre de la libertad. El ¨²nico objetivo aceptable deber¨¢ ser la toma de la sociedad por la sociedad misma. El Estado es otro problema. No se trata de oponernos a ¨¦ste de manera frontal, ni de echar requiebros a su degenerescencia suave para un futuro socialista. En cierto sentido tenemos el Estado que merecemos. Quiero decir que el Estado es lo que queda como la forma de poder m¨¢s abyecta cuando la sociedad se ha desprendido de las responsabilidades colectivas. Y no se trata s¨®lo del tiempo que vendr¨¢ al final de esta secreci¨®n monstruosa, sino, sobre todo, se trata de las pr¨¢cticas organizadas que permitan que la sociedad se desprenda del infantilismo colectivo al que le destinan los mas-media y los equipamientos capitalistas. El Estado no es un monstruo exterior del que hay que huir o al que hay que dominar. Est¨¢ por doquier, comenzando por nosotros mismos, en la misma ra¨ªz de nuestro inconsciente. Es necesario actuar con. Es un, dato que no se puede obviar, que est¨¢ en nuestra vida y en nuestra lucha.
La transversalidad, la singularizaci¨®n, las nuevas alianzas: estos son los tres ingredientes que yo querr¨ªa ver vertidos profusamente en la cazuela de las libertades. Entonces es cuando podr¨ªamos ver c¨®mo el famoso atraso de Europa y sus arca¨ªsmos tan conocidos cambian de color. Yo sue?o con el d¨ªa en que los vascos y los clandestinos del Ulster, los verdes alemanes y los mineros escoceses y galeses, los inmigrados, los seudocat¨®licos polacos, los italianos del Sur y la muchedumbre sin nombre de todos aquellos que no quieren o¨ªr nada ni saber nada de lo que se les propone se pongan a gritar todos juntos: "?S¨ª, somos todos arcaicos, y vuestra modernidad os la pod¨¦is meter donde os quepa!". Entonces la pasividad y la desmoralizaci¨®n se transformar¨¢n en voluntad de libertad, y la libertad, en fuerza material capaz de desviar el curso de una sucia Historia.
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