''Live-sex show'
En la zona de los prost¨ªbulos de Amsterdam, a una temperatura de 10 grados bajo cero, un joven mal afeitado, con gorro de lana y casaca de pl¨¢stico jalea la mercanc¨ªa junto a las taquillas de Casa Rosso, un garito sexual donde se celebran coitos de carne y hueso para turistas. A esa hora de la noche por all¨ª s¨®lo pasan ciudadanos solitarios, grupos de japoneses con gu¨ªa y alg¨²n marinero turbio, empa?ado de ginebra. Amsterdam est¨¢ nevada, los canales est¨¢n helados, las rameras permanecen todav¨ªa en las bomboneras de los escaparates. -?Espa?ol?
-S¨ª, m¨¢s o menos.
-Yo soy catal¨¢n. De Tarrasa.
-?Qu¨¦ haces aqu¨ª?
-Ya ves. Animo a la clientela. Vendo entradas para el espect¨¢culo. ?Quieres una? Es maravilloso, te lo juro. Chicas de primera clase. Empieza en este momento. Bajo un cielo septentrional de reflejos polares, rodeado de car¨¢mbanos, este j¨®ven de Tarrasa se gana la vida compitiendo a brazo partido con morenos de la mandanga, moluque?os y otros duros del asfalto. Casa Rosso emite sobre la atm¨®sfera escarchada una bocanada de terciopelo caliente y luces de fresa que fr¨ªen tetas desnudas en las parrillas de ne¨®n. En la sala de arriba se dan en sesi¨®n continua pel¨ªculas pornogr¨¢ficas con felaciones soberanas y en el tingladillo del teatro tal vez el gorila del cartel acaba de realizar un acto extremadamente cultural con una se?orita de Utrecht. Ahora en escena se agita otra patata pelada con una bengala en la vagina.
-?Una cerveza?
-Bien. Acepto.
-Me gusta tu cara -contesta el joven de la casaca de pl¨¢stico- Hace tiempo que no hablo con uno de all¨¢ abajo. ?Buscas algo en es pecial?
-Nada. ?Acaso puedes ofrecerme t¨² alguna cosa? -No s¨¦. Acomp¨¢?ame. El joven de Tarrasa entra en un bar inmediato donde en la barra hay varios canallas acodados delante de la copa en silencio. Pide una pinta de cerveza y saluda a unos compinches que apenas le sonr¨ªen con un destello de colmillo. Luego se sienta en el taburete golpeando r¨ªtmicamente el estribo con la bota nerviosa detr¨¢s de una m¨²sica que no existe. El local est¨¢ casi desierto, tiene estalactitas en el ventanal silba la cafetera y cuando alguien paga la caja registradora suelta una descarga. El j¨®ven se llama Tony y parece ir pasado de ,anfetamina.
-Dime algo de Jopie De Vries. -?Co?o! -exclama el muchacho- No pronuncies su nombre aqu¨ª en voz alta.
-?Qui¨¦n es?
-El amo.
-Eso ya lo s¨¦.
-No creas, yo lo adoro. En este barrio todo el mundo trabaja para ¨¦l. Controla las chicas de los escaparates, el sexo de Arristerdani es suyo y aun m¨¢s. Es compadre de Sinatra. El otro d¨ªa cas¨® a su hija con un guardaespaldas y esta calle se llen¨® de Mercedes blancos. Vino Sinatra y Dean Martin y tambi¨¦n ese negrito de los dientes de oro y muchos actores de Hollywood. Tengo una foto as¨ª de grande con ellos clavada en la puerta de mi habitaci¨®n. ?Quieres verla? Yo he salido al lado de Jopie. Es un buen tipo Jopie. Va siempre con un gorro de lana lleno de agujeros como el m¨ªo, lleva barba y pantalones ra¨ªdos. Viene a ser un jud¨ªo de 45 a?os.
-?Y t¨²?
El sur est¨¢ muy lejos. Tony era en Tarrasa un pe¨®n de alba?il, hijo de emigrante andaluces, asalariado igual que sus hermanos en la empresa constructora de N¨²?ez, presidente del C. F. Barcelona. A la sombra del andamio tom¨® en matrimonio a una muchacha de su condici¨®n y a los nueve meses la pareja tuvo una ni?a de ojo negros, que hab¨ªa sido concebida en una cama de suburbio dentro de las normas del Concordato. Quiere decirse con est que la pobreza engendra pobres y para ellos s¨®lo existe un horizonte de cabras entre vertederos industriales. Pero Dios, por regla general, tambi¨¦n inserta el alma en el ¨²tero de las proletarias cualquier noche de s¨¢bado despu¨¦s de una c¨®pula anodina. Tony no hac¨ªa demasiado uso de la cerviz, muy pronto se cans¨® de ser esclavo y un d¨ªa le dio la ventolera de dejar la familia en casa, cogi¨® el montante sin un salvoconducto y parti¨® hacia Holanda, totalmente a ciegas, con la intenci¨®n de labrarse un porvenir. No fue uno de aquellos chicos de la ¨¦poca dorada que acud¨ªan a la plaza del Dam guiados por una estrella de chocolate, sino un explotado, mera carne de ca?¨®n, que hu¨ªa de los fieros capataces del mediod¨ªa. Durante cuatro a?os en Amsterdam freg¨® platos y limpi¨® retretes en una soledad de perro. Una noche, con las manos en los bolsillos, Tony se fue a los canales de las putas y qued¨® pasmado ante los anuncios candentes de Casa Rosso.
-Por cierto. Tienes que comprarme una entrada.
-Bueno.
-?Sabes? Ahora vivo de esto. Llevo una comisi¨®n por cada cliente que consigo. Hasta hace poco trabajaba en el espect¨¢culo.
-?De qu¨¦?
-Realizaba un coito.
En Casa Rosso se ejerce un sexo de garrafa, con un cariz gimn¨¢stico, mec¨¢nico y tedioso. Cualquier suerte del instinto gen¨¦tico tiene lugar en vivo sobre las tablas. Negro con blanca, pelirroja con orangut¨¢n, rubia con l¨¢tigo y polainas, strip-tease simple, ejercicios ling¨¹¨ªsticos, juegos con el gollete de una botella, fino ballet de lesbianas y c¨®pulas de varios gustos al comp¨¢s del bolero de Ravel. Si uno viaja a Amsterdam y no puede comprarse un diamante, al menos debe rendir la visita de rigor a este establecimiento portuario que goza de prestigio internacional. Seriedad y garant¨ªa, orden y limpieza. En todas partes del mundo hay ensaimadas como ¨¦sta, pero en Amsterdam el sexo todav¨ªa es tur¨ªstico. Un p¨²blico de japoneses llena el peque?o paraninfo y algunos desde la primera fila escrutan los genitales de las atletas con un largavistas.
-Harto de fregar retretes, una tarde entr¨¦ en Casa Rosso y me ofrec¨ª de gal¨¢n.
-?Te aceptaron?
-Primero me tentaron las cachas. Me miraron la dentadura como a un caballo. Despu¨¦s me pidieron los papeles. ?Sabes? Yo no tengo papeles. Ando flotando por la vida. Creo que me aceptaron por eso.
-?Y la polic¨ªa?
-A veces se acerca a meter la nariz. Se le paga y largo. Eso est¨¢ inventado.
-?Y qu¨¦?
-Entonces llam¨¦ a mi mujer. Le puse una conferencia a Tarrasa y se lo dije. Oye chata, se trata de esto. Por lo que t¨² y yo hac¨ªamos ah¨ª en la cama sin que nos pagaran nada aqu¨ª nos dan 100 florines a cada uno por sesi¨®n. Se trata de salir a un escenario, que tiene calefacci¨®n, y echar un polvo de diez minutos en plan art¨ªstico. ?Vale?
-?Y ella?
-Vale. Encantada. Al d¨ªa siguiente estaba en Amsterdam con la ni?a.
-Algo dir¨ªa a la familia.
-Va para cuatro a?os que no s¨¦ de mi familia. A lo peor mis padres han muerto y yo sin enterarme. Mis hermanos andar¨¢n por Barcelona en el paro. Vete a saber. Yo me considero un artista. Este trabajo tiene su cosa.
El sur est¨¢ lejos. Oh espacio de sol tan poblado de barcas color naranja. A una temperatura de 10 grados bajo cero Amsterdam tirita y en la oscuridad espejean de hielo los canales, hay bicicletas ateridas en los pretiles, las botas crujen sobre un barro de car¨¢mbanos y por la zona de los prost¨ªbulos s¨®lo se ve alg¨²n ciudadano solitario, alg¨²n drogadicto sarnoso envuelto en el vaho de sus pulmones. Despu¨¦s de apurar la ¨²ltima pinta de cerveza Tony vuelve a la puerta de Casa Rosso para jalear la mercanc¨ªa en una noche de lobos. All¨ª ense?a con orgullo un cartel donde se le ve con su mujer, ambos desnudos y arrodillados, en un instante de la ceremonia. Tony quiere mucho a su mujer y no lo oculta. Durante un par de a?os, en sesi¨®n de tarde, ha ejecutado con ella a la vista del respetable p¨²blico un lance de amor. Todo controlado. Una erecci¨®n ayudada con ung¨¹entos, una tabla de gimnasia sexual totalmente fr¨ªa que requiere su t¨¦cnica. Pero hace unos meses a la pareja le sucedi¨® un percance y se qued¨® sin trabajo.
-?Te he dicho que quiero mucho a mi mujer?
-Lo has dicho.
-La verdad es que me gusta mucho, me tiene loco y aquella vez en escena la am¨¦ demasiado. Estaba lleno de japoneses el patio de butacas, sonaba una m¨²sica que me recordaba la ni?ez, un viaje a Andaluc¨ªa, y mientras ejecutaba el coito yo pensaba en aquellos d¨ªas felices. No me pude contener y adem¨¢s tardaron en echar la cortina. Dej¨¦ embarazada a mi mujer. Ahora ella est¨¢ de siete meses. Ese amor nos ha dejado a la intemperie. Yo me remedio de momento vendiendo entradas. En la n¨®mina de Casa Rosso hay otros espa?oles bajo el patrocinio del amo absoluto Jopie De Vries. El que hace de gorila enamorado se llama Alejandro y es de Pontevedra. Tambi¨¦n trabajan dos chicas valencianas a medias con un pl¨¢tano macho. Tony se mueve entre bastidores dando saltitos anfetam¨ªnicos o contempla el espect¨¢culo desde el palco del bar como un obrero parado. Cada ma?ana va al gimnasio. En el mismo barrio Jopie De Vries tiene un edificio de cinco plantas con toda clase de aparatos adonde pueden ir con una tarjeta todos sus empleados si desean hacerse una musculatura. Es una f¨¢brica de guardaespaldas, cuyos ejemplares de concurso Jopie exporta a todo el mundo. All¨ª acuden tambi¨¦n las chicas de los escaparates, los dependientes de sex-shop, los chulos de la goma y el elenco de todas las compa?¨ªas a levantar pesas, tomar saunas, bajar la tripa y echarse algunas piscinas. Pero Tony, el joven de Tarrasa, ha adaptado todav¨ªa un sue?o dentro de su gorro de lana.
-Mi hijo est¨¢ a punto de nacer. -?Lo deseas?
-Lo deseo mucho y quiero que Jopie lo apadrine. Por todo lo alto. Al fin y al cabo esa criatura ser¨¢ fruto de su negocio. Es la primera vez que esto ha pasado. No se quejar¨¢ del celo que puse en el espect¨¢culo.
-?Has hablado con el amo? -Algo le he dicho. Tony sue?a para su ni?o, que est¨¢ al llegar, con un bautizo enorme con muchas figuras de Hollywood. La calle de los prost¨ªbulos de Amsterdam se llenar¨¢ de Mercedes blancos y por los canales correr¨¢ el champ¨¢n. Vendr¨¢ Frank Sinatra y Dean Martin y tambi¨¦n ese negrito de los dientes de oro. Una comitiva de alegres rameras maternales y sus chulos con un clavel en el ojal, el gorila Alejandro y las valencianas del pl¨¢tano ataviadas con la bandera espa?ola ir¨¢n cantando hasta la iglesia de San Nicol¨¢s y sonar¨¢n todos los carrillones de la ciudad en se?al de j¨²bilo. Al borde de la pila el padrino Jopie De Vries se quitar¨¢ la chistera y aquel peque?o c¨²mulo de carne sonrosada, que fue concebida en un acto de amor sobre un escenario de pornograf¨ªa en vivo ante un p¨²blico de japoneses, se convertir¨¢ en un cristiano. Ahora, en el portal de Casa Rosso, el joven Tony, con la mirada un poco desvanecida a¨²n, pregona a los lobos de la noche una mercanc¨ªa caliente sobre el hielo. Y no hace m¨¢s que frotarse las manos.
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