La paradoja como m¨¦todo
"Ahora que han ganado los m¨ªos, ya no puedo escribir". Me lo dijo un d¨ªa a la puerta de su casa donde me desped¨ªa. Parece que hay muchas confesiones que brotan cuando ya la conversaci¨®n y el tiempo se han agotado, rompiendo la clausura de pronto. "Tengo que cambiar de estilo, tengo que empezar otra cosa nueva": fue El bosque animado, donde buscaba una prosa l¨ªrica y cuidada, una lejan¨ªa de misterio gallego. No dej¨® huella demasiado fuerte en la literatura. La paradoja de Wenceslao Fern¨¢ndez Fl¨®rez no fue la ¨²nica: otros escritores de la derecha se encontraron de repente metidos en la caverna entre laureles y gloria: prisioneros triunfantes, dorados. Fern¨¢ndez Fl¨®rez hab¨ªa sido un militante de pluma contra la Rep¨²blica, contra los rojos, que por poco lo matan -se refugi¨® en una embajada-, quiz¨¢ "por asco de la gre?a jacobina", que hab¨ªa dicho Machado. Pero al mismo tiempo su combate de humorista de acero estaba contra la Espa?a negra: contra la represi¨®n sexual en Relato inmoral, contra el militarismo en Los que no fuimos a la guerra, contra la hipocres¨ªa de la sociedad dominante en Las siete columnas. Fue el escritor que cre¨® el personaje de un general "experto en retiradas", el de un rey pescador al que los buzos enganchaban en el anzuelo peces enormes; y se hab¨ªa burlado de los poderosos y ensalzado a los humildes. Yo le dec¨ªa que fui un ni?o que confirm¨® su vocaci¨®n por la izquierda sociol¨®gica leyendo sus novelas: y le gustaba.Poco pod¨ªa hacer un escritor cr¨ªtico en una Espa?a que no admit¨ªa la cr¨ªtica. La emprendi¨®, claro, con los rojos -Una isla en el mar rojo, La novela n¨²mero 13-, pero abandon¨® ese camino r¨¢pidamente: era demasiado elegante, demasiado humano, para hacer caer tambi¨¦n su literatura sobre una clase diezmada, depurada, exiliada, perseguida. Tampoco era eso lo que ¨¦l hab¨ªa querido, y no deseaba colaborar en la hecatombe. Siempre dio su firma para pedir indultos y libertades. Busc¨® un fen¨®meno amplio en el que meter su humor y lo encontr¨® en el f¨²tbol: tuvo con sus cr¨®nicas algunos ¨¦xitos period¨ªsticos, pero tampoco era eso. Estaba, como todos, castrado. Sus reediciones eran dif¨ªciles, y algunos de sus p¨¢rrafos brillantes se suprim¨ªan. Los suyos le cargaban de medallas y academias; y le censuraban. A medida que fue habiendo una cierta apertura, comenz¨® a entrar por ella. Pero ya era demasiado tarde.
Le recuerdo como un homber elegante y enamoradizo. Con el bat¨ªn largo en su casa de Alberto Aguilera -ten¨ªa varios despachos y se trasladaba de uno a otro seg¨²n lo que escribiese- o con el abrigo amarillo de pelo de camello, y el sombrero verde de se?orito mon¨¢rquico, por la calle de Serrano, saliendo de Abc, que fue siempre su casa. Alguna vez le encontraba con una bella y joven desconocida en el Caf¨¦ Roma y esperaba su se?al; en aquella ¨¦poca no se saludaba nunca en primer lugar a un se?or acompa?ado, por si quer¨ªa mantener su inc¨®gnito. Un d¨ªa me encargaron que le invitase a un estreno de cine, y me dijo: "Por favor, dos entradas del piso de arriba: ya sabe usted, por discreci¨®n". Costumbres de caballero a la antigua usanza, por fuera de este hombre que defendi¨® la sinceridad por encima de las maneras y los h¨¢bitos.
Denuncia de la sociedad
Era una man¨ªa de entonces, hoy bastante atenuada, oponer en Espa?a a dos figuras. Se discut¨ªa entonces entre los dos grandes humoristas: Fern¨¢ndez Fl¨®rez y Julio Camba. Los intelectuales prefirieron a Julio Camba, quiz¨¢ por una vieja ley s¨®rdida: W. F. F. era popular y sus libros vend¨ªan sucesivas ediciones, mientras los de Camba dorm¨ªan en las librer¨ªas. Fue un error m¨¢s. Camba fue efectivamente un gran escritor cosmopolita, sint¨¦tico, de jugosa y brillante frase breve y de hallazgos de idioma. Pero Fern¨¢ndez Fl¨®rez pint¨® una larga ¨¦poca espa?ola, denunci¨® una sociedad, quiso borrar los manchones negros que tababan la vida fresca y natural, y lo hizo como nadie. Cont¨® su tiempo s¨®rdido y oscuro, y lo denunci¨®, hizo que Espa?a se riera de su propia m¨¢scara siniestra y encontr¨® que, cuando crey¨® ganar, hab¨ªa perdido. Un destino de espa?ol.
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