?Armas nucleares en Espa?a?
LAS INFORMACIONES publicadas ayer por EL PA?S sobre los planes secretos de Estados Unidos de desplegar armas nucleares en diversos pa¨ªses, entre ellos Espa?a, han causado profunda inquietud. Ni la declaraci¨®n de la Oficina de Informaci¨®n Diplom¨¢tica (OID), ni las palabras de Alfonso Guerra en los pasillos del Senado, ni la nota de la Embajada de EE UU pueden disminuir tal inquietud; m¨¢s bien aumentarla. El problema necesita ser examinado en dos vertientes: una, referente a la actitud del Gobierno norteamericano; otra, sobre la reacci¨®n espa?ola.Todo indica que el documento secreto del Pent¨¢gono, aprobado por la Casa Blanca, es de 1975. Ese documento especifica que en caso de emergencia EE UU colocar¨¢ en Espa?a determinadas cabezas nucleares. Pero el sentido de una emergencia no se define, y una larga experiencia demuestra que puede haber emergencias reales y tambi¨¦n emergencias ficticias, por casualidad o enga?o. Es f¨¢cil imaginar hasta qu¨¦ punto situaciones de emergencia m¨¢s o menos reales pueden condicionar las actitudes de un Gobierno sometido a presiones y amenazas imprevisibles. En todo caso, hace falta recordar que en el tratado con EE UU negociado por Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza, firmado en 1976, figura la cl¨¢usula siguiente: "Estados Unidos no almacenar¨¢ en suelo espa?ol armas nucleares ni sus complementos nucleares" (art¨ªculo 12 del Acuerdo Complementario sobre Facilidades, n¨²mero 6). Es una frase rotunda, totalmente incompatible con el documento secreto de 1975 que acaba de ser conocido. Espa?a no puede dejar de pedir explicaciones a EE UU por que significar¨ªa aceptar como algo normal que las instrucciones del Pent¨¢gono violasen el compromiso firmado con Espa?a sobre un punto tan decisivo como las armas nucleares. El Gobierno de Washington no puede limitarse a decir que no desplegar¨¢ armas nucleares, sin respetar los tratados y acuerdos que ha firmado con otros pa¨ªses. Porque precisamente eso es lo que el documento pone en entredicho. Washington ni siquiera ha hecho una declaraci¨®n clara en el sentido de que est¨¢ dispuesto a respetar la voluntad espa?ola de no aceptar, en ninguna eventualidad, armas nucleares. Esa ausencia no es falta de cortes¨ªa; es una pol¨ªtica, una intenci¨®n de utilizar nuestro suelo con ese fin si encuentra la posibilidad de hacerlo.
Por eso mismo, los esfuerzos del Gobierno espa?ol por convencer a la opini¨®n p¨²blica de que no hay ning¨²n peligro de instalaci¨®n de cabezas nucleares en Espa?a carece de base. No se puede exagerar el valor de la resoluci¨®n votada por el Congreso en octubre de 1981 porque, posteriormente a esa fecha, el convenio con EE UU de 1982, negociado por el ministro P¨¦rez-Llorca, debilita en gran medida la posici¨®n espa?ola. En vez de la frase citada m¨¢s arriba del tratado de 1976, en el convenio de 1982 se dice: "El almacenamiento e instalaci¨®n en territorio espa?ol de armas nucleares o no convencionales o de sus componentes quedar¨¢ supeditada al acuerdo del Gobierno espa?ol". Basta comparar esta frase con la de 1976 citada m¨¢s arriba para comprender hasta qu¨¦ punto se debilita la negativa de Espa?a a la instalaci¨®n de cabezas nucleares. Resulta incomprensible, en particular, c¨®mo el partido socialista, que se hizo cargo del poder despu¨¦s de la firma del convenio, pero antes de su ratificaci¨®n, ha aceptado esta cl¨¢usula. La ¨²nica defensa consiste en las palabras "supeditado al acuerdo del Gobierno espa?ol", sin duda decisivas. Lo grave es que el documento secreto del Pent¨¢gono contiene la autorizaci¨®n previa a los militares norteamericanos de instalar armas nucleares para los casos de emergencia. Sin haber informado de ello -la nota de la OID lo confirma- al Gobierno espa?ol. Aparece as¨ª una interpretaci¨®n por EE UU de su compromiso con Espa?a, en el terreno de las instrucciones militares, que vac¨ªa un punto esencial del convenio de 1982 en lo referente al arma nuclear. Renunciar a una clarificaci¨®n a fondo de esta cuesti¨®n con toda la energ¨ªa precisa ser¨ªa abandonar la defensa de una posici¨®n espa?ola sentida por los ciudadanos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.