El a?o de Tocqueville
En el a?o de 1831, dos viajeros franceses llegaron a Estados Unidos, en donde pasaron unos cuantos meses. Hab¨ªan ido, en teor¨ªa, a estudiar el sistema penitenciario, pero en realidad formaban parte de una larga tradici¨®n de visitantes a aquel nuevo pa¨ªs, iniciador de la revoluci¨®n democr¨¢tica. A la vuelta, uno de ellos, Alexis de Tocqueville, escribi¨® unas reflexiones sobre La democracia en Am¨¦rica, cuyo primer tomo apareci¨® en las primeras semanas de 1835 y se convirti¨® inmediatamente en el ¨¦xito literario m¨¢s importante del a?o. Con el paso del tiempo, sin embargo, la fama de Tocqueville fue decreciente en Francia, mientras que en Estados Unidos se convirti¨® en un cl¨¢sico de la reflexi¨®n pol¨ªtica y del estudio de la identidad nacional. S¨®lo luego, con el paso del tiempo, en, Francia se ha llegado a considerar a Tocqueville como quien realmente fue: no s¨®lo un noble que supo percibir la emergencia de un nuevo mundo, sino tambi¨¦n un gran escritor, una persona especialmente sensible para el cultivo de la historia y, sobre todo, un excepcional pensador pol¨ªtico que supo no s¨®lo describir de forma acertada la realidad de la democracia americana, sino trascender a la esencia misma de este sistema pol¨ªtico y de sus posibles peligros en el presente y en el futuro.Estamos, en efecto, a 150 a?os de la aparici¨®n de La democracia en Am¨¦rica, y no viene mal, en absoluto, recordar algunas de las cosas que, dichas hace un per¨ªodo tan dilatado de tiempo, siguen teniendo su vigencia o incluso la tienen de una manera especial. Si bien se mira, 1984, que fue el a?o de George Orwell, no presenci¨®, en realidad, un triunfo del fantasma totalitario como el que hab¨ªa previsto el novelista ingl¨¦s, sino m¨¢s bien su denuncia generalizada, incluso entre quienes en otro tiempo justificaban las dictaduras en funci¨®n de supuestos fines excelsos. Siendo Tocqueville un fil¨®sofo de la democracia, su mensaje tiene, a pesar de la distancia cronol¨®gica, incluso una mayor actualidad que el de Orwell.
Tocqueville vio en la democracia americana el testimonio de una revoluci¨®n irresistible que se produc¨ªa en todo el mundo, pero cuyo destino final no estaba escrito; a diferencia de Comte o Marx, Tocqueville era un probabilista, y esto le permiti¨® no s¨®lo describir una realidad, sino percibir hasta qu¨¦ punto habr¨ªa posibilidades distintas y a¨²n contradictorias. Su asombro ante las instituciones de Estados Unidos le permiti¨® captar cu¨¢l era la gran diferencia entre esta naci¨®n y las europeas: la "igualdad de las condiciones", ausente en las sociedades con resabios aristocr¨¢ticos. Tambi¨¦n percibi¨®, el significado que ten¨ªa para unas instituciones democr¨¢ticas el elevado grado de educaci¨®n pol¨ªtica, producto en parte de la pluralidad religiosa, y la descentralizaci¨®n. Pero todos estos factores descriptivos no lo eran ¨²nicamente: para Tocqueville la democracia no era s¨®lo un conjunto de instituciones pol¨ªticas, sino un estado de la sociedad, y en este aspecto su enfoque reviste en estos momentos una vigencia extraordinaria. Ese estado de la sociedad part¨ªa de la "igualdad de condiciones", pero se basaba tambi¨¦n en una relativa ausencia del Estado que diera margen a la inmensa fuerza creadora de la libertad. "La democracia", dec¨ªa Tocqueville, "no da al pueblo el Gobierno m¨¢s h¨¢bil, pero hace lo que el Gobierno m¨¢s h¨¢bil es con frecuencia impotente para lograr: expande en todo el cuerpo social una inquieta actividad, una fuerza sobreabundante, una energ¨ªa que no existe jam¨¢s sin ella y que, por poco que las circunstancias sean favorables, puede hacer maravillas".
Ya recordar esta relaci¨®n entre Estado y sociedad no viene mal en el momento presente, pero, adem¨¢s, Tocqueville, en la parte final del primer tomo de su libro y en la totalidad del segundo, aparecido en 1840, apunt¨® algunos de los peligros que en el presente actual pueden tener los sistemas democr¨¢ticos. El primero de ellos era el de la tiran¨ªa de las mayor¨ªas, bien sobre las minor¨ªas o mediante su imposici¨®n en las instituciones pol¨ªticas. No tem¨ªa la libertad, sino que dijo de ella que, am¨¢ndola en todas las ¨¦pocas, en los tiempos que corr¨ªan tend¨ªa m¨¢s bien a adorarla, pero sab¨ªa, como sigue siendo evidente, que la ley de mayor¨ªas no puede imponerse en su totalidad, porque inevitablemente hace desaparecer los derechos, y las garant¨ªas de los mismos, de una porci¨®n de la poblaci¨®n.
Tocqueville supo, en otro sentido, plantear una cuesti¨®n decisiva que sigue siendo cardinal para las democracias en el momento presente. Se trata del peligro de desnaturalizaci¨®n proveniente del puro inmovilismo. "Una naci¨®n que no pide m¨¢s que el orden ya es esclava en el
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fondo de su coraz¨®n", escribi¨®. Pero tampoco lo caracter¨ªstico de la democracia deb¨ªa ser, ni de hecho era, la brusca conmoci¨®n revolucionaria. Lo propio de los sistemas democr¨¢ticos era lo que denomin¨® un "movimiento eterno", pero dentro de unos l¨ªmites precisos y siempre con avances "reglados y progresivos". Tal regla de oro nunca debiera ser olvidada por un gobernante en un pa¨ªs de instituciones de estas caracter¨ªsticas.
Y, en fin, Tocqueville plante¨® tambi¨¦n un problema de una indudable significaci¨®n, actual. Para ¨¦l la democracia, corno estado de la sociedad, no pod¨ªa entenderse sin la "igualdad de condiciones", pero la tensi¨®n a la igualdad es siempre semejante a aquella del ser humano hacia la libertad, y pod¨ªa llegarse a un momento en que la voluntad de llegar a una igualdad absoluta supusiera una aceptaci¨®n del despotismo.
En aquella ¨¦poca en que escribi¨® Tocqueville ese despotismo podr¨ªa ser el de una sola persona (el bonapartismo, a t¨ªtulo de ejemplo); hoy es el del predominio de un poder tutelar como el Estado, en especial si es totalitario.
Tocqueville tuvo la premonici¨®n de imaginar todos estos graves peligros de las democracias, pero supo tambi¨¦n dar la receta, simple y exigente a un tiempo, para no caer en ellos. Al final de su libro sobre la gran democracia americana dice que, ante un futuro lleno de temores y esperanzas, a las naciones democr¨¢ticas "para ser honradas y pr¨®speras les basta con desearlo", y que, en definitiva, de nadie sino de ellas mismas depend¨ªa que Ia voluntad de conseguir la igualdad les condujera a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria". Vivir en democracia no es, en definitiva, sino ser due?o, cotidianamente, del propio futuro.
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