R¨ªo, o el futuro sin magia
Noticias brasile?as, como todos los a?os por estas fechas, en la Prensa, en la radio, en la pantalla chica repiten la imagen ya impresa en la mente de la mayor parte de los espa?oles, de la mayor parte de los europeos: el carnaval de R¨ªo. Muslos, senos movi¨¦ndose en ritmo obsesionante; hombres y mujeres felices en unos especiales d¨ªas del a?o.Pero hoy la imagen se desdobla. Hay tambi¨¦n otras multitudes que han enseriado sus gritos; su objetivo no es gozar s¨®lo de los momentos en que se olvidaban de sus problemas. Hoy se agitan precisamente para afrontarlos. El ritmo de samba puede seguir igual, pero la letra es distinta. No se trata de cantar al amor y al placer, sino de afirmar la postura, pol¨ªtica de la libertad. Los cariocas del carnaval gozaban de la lejan¨ªa moment¨¢nea del presente. Los cariocas, los paulistas, los gauchos (R¨ªo Grande do Sul) de hoy cantan la esperanza del futuro. Brasil estrena liberdade.
He vivido en Brasil como profesor de la universidad de R¨ªo de Janeiro en plena dictadura militar, he sido testigo de la censura de la letra impresa, de pel¨ªculas, de teatro. Pero desde mi ventana de Copacabana yo ve¨ªa todas las noches una manifestaci¨®n que ning¨²n Gobierno pod¨ªa prohibir en Brasil. La comunicaci¨®n a trav¨¦s del papel, de las ondas radiof¨®nicas, de la imagen televisiva era susceptible de interferencias. ?sta enfrente de mi ventana, no, porque era la comuni¨®n entre los brasile?os y el mundo et¨¦reo y fant¨¢stico de los esp¨ªritus. Lo que se divisaba en la oscuridad eran decenas de velas encendidas protegidas del viento por las paredes del hoyo formado en la arena, lamparillas que se estremec¨ªan en la noche dando r¨¦plica a las estrellas de arriba y que como ellas eran s¨ªmbolo de la eternidad.
Los que las hab¨ªan depositado colocaban con ellas tambi¨¦n sus deseos, tanto los de amor como los de odio, tanto los que quer¨ªan el bien de alguien como los que auspiciaban su muerte. La media botella de cacha?a (aguardiente), la flor, a veces el cuerpo ensangrentado de un gallo daba indicio del mensaje mandado a los poderosos dioses que vinieron de ?frica acompa?ando a los primeros esclavos; la protecci¨®n necesaria entonces contra los due?os de hacienda y vidas sigue siendo hoy urgente contra la miseria, el hambre, la enfermedad, la presi¨®n social.
Ese mundo misterioso de la macumba se manifiesta especialmente en la ceremonia de Yamanj¨¢ en la ¨²ltima noche del a?o. Hay que verlo... para no creerlo. Las playas de R¨ªo se reparten entre decenas de peque?os recuadros formados con cuerdas; en cada uno hay un pai de santo (padre santo, en traducci¨®n literal), aqu¨ª un sacerdote, alguien de aspecto aparente igual al de sus conciudadanos, pero que resulta tocado de la gracia capaz para hacerle servir de intermediario entre los dioses y los pobres mortales. Ante ¨¦l se arrodillan los fieles para contarle sus anhelos y sus pesares. O pai de santo, que puede ser una mujer, le escucha gravemente fumando una pipa corta; le aconseja, y luego, levantando las manos por encima de la cabeza del penitente, hace casta?etear los dedos a ambos lados de su cuerpo, arrastrando as¨ª los malos esp¨ªritus que, ca¨ªdos en tierra, dejar¨¢n de hacerle da?o.
Mientras tanto, alrededor de ellos suena el tambor con un ritmo mantenido durante horas y horas mientras salmodian las muchachas oscilando el busto; casi todas van vestidas de blanco virginal; alguna empieza a girar de prisa, cada vez m¨¢s de prisa, los ojos se abren y cierran, lanza un gemido y se desploma; los asistentes la sujetan s¨®lo para que no se da?e, deposit¨¢ndola suavemente sobre la arena para no interferir su trance; saben que en este momento est¨¢ pose¨ªda por el esp¨ªritu, est¨¢ comulgando con un ser que s¨®lo ella ve; tumbada en el suelo se mover¨¢ convulsivamente hasta perder el conocimiento. Otras llevar¨¢n su paroxismo a la orilla del mar; adornadas de flores, nuevas Ofelias de color oscuro, se mover¨¢n tambi¨¦n r¨ªtmicamente hasta desplomarse entre las olas que rompen en la playa. Otros sol¨ªcitos y an¨®nimos asistentes surgidos de la muchedumbre procurar¨¢n que permanezcan con la cara hacia arriba para evitar su asfixia.
En esta noche m¨¢gica las decenas de luces de otras veces son centenares, ya que adem¨¢s de la arena han invadido el mar. En todo lo que abarca la vista se las divisa sobre una barquita de madera que adem¨¢s de la llama llevan un mensaje escrito en un papel; es la petici¨®n con la que los cariocas piden a la diosa Yamanj¨¢ ayuda para el a?o que empieza. En otros ritos de este tipo hay que esperar largamente hasta descubrir por los hechos si ha sido aceptada la petici¨®n, pero los fieles de Yamanj¨¢ lo saben en seguida. Si las olas devuelven la barquita a tierra est¨¢ claro que la diosa no quiere saber nada del peticionario; si, en cambio, desaparece en el mar, quiere decir que la demanda ha sido acogida con agrado y tendr¨¢ respuesta positiva en los primeros meses del a?o que empieza.
Yamanj¨¢, se ha dicho, es una mezcla de la diosa pagana africana y de la Virgen Mar¨ªa. Brasil, se ha deducido, es un pa¨ªs tan desgraciado que necesita de dos religiones para calmar su desesperaci¨®n.
Podr¨ªa ser. Pero es una desesperaci¨®n que queda hondamente en el interior, porque el viajero s¨®lo ve la sonrisa perenne de este pueblo. R¨ªo de Janeiro es para quien all¨ª vivi¨® unos dientes blancos sobre una cara oscura iluminando la barroca cortes¨ªa del lenguaje en tercera persona: "O, senhor, est¨¢ bem?". S¨ª, carioca, lo est¨¢, vi¨¦ndote a ti y a la cidade mais maravilhosa do mundo, y aqu¨ª el nativo, excepcionalmente, no exagera nada. El senhor se siente bien, especialmente ahora que parece que en el pa¨ªs va a amanecer de forma distinta, que el pueblo no va a necesitar fuerza m¨¢gica para pedir un futuro con libertad.
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