Im¨¢genes de Margaret Price
La serie Grandes recitales l¨ªricos de la Direcci¨®n General de M¨²sica y Teatro present¨® a otra primer¨ªsima figura: Margaret Price. Nacida en Blackwood y formada en Londres, la Price destac¨® pronto en los escenarios oper¨ªsticos. Tras ser Cherubino, Constanza, Fiordeligi, Pamina, Do?a Ana y Condesa absolutamente excelentes, triunf¨® como ?gata, Desd¨¦mona, Amelia, Isolda, Juana de Arco o Adriana Lecouvreur. La relaci¨®n de personajes da idea de la amplitud de medios y de la versatilidad de inteligencia que hacen de la Price una estrella singular.Lo es tambi¨¦n en el mundo del lied, desde Mozart hasta Berg, gracias a la extraordinaria belleza de una voz -densa, bien coloreada, grande, potente y flexible- y a la honda musicalidad de unos criterios interpretativos: los que transfiguran el arte de Margaret Price- seg¨²n los pentagramas que aborda.
Grandes recitales l¨ªricos
Margaret Price, soprano. Graliani Johnson, pianista. Obras de Mozart, Brahms, Strauss y Mahler. Teatro Real. Madrid, 25 de febrero.
Su actuaci¨®n comenz¨® con Una peque?a cantata alemana, de Mozart (K. 619). Se trata de una p¨¢gina escrita en Viena en julio de 1791, sobre texto de Franz Heinrich Ziegenhagen, en la que se recogen ideas t¨ªpicamente rousseaunianas para cantarlas con matices expresivos de grave talante.
Despu¨¦s, el lied rom¨¢ntico a trav¨¦s de tres continuadores, no por esta condici¨®n menos personales: Brahms, Strauss y Mahler. P¨¢ginas brahmsianas sobre Uhland, Gorttfried Keller, Friedrich Hal¨ªn, Hans Schmidt, Gruppe, Heine o Paul Heyse dieron ocasi¨®n a la Price para momentos de tan intensa emoci¨®n como Sommerabend (Crep¨²sculo de est¨ªo) o Der Tod (La muerte) que, en contrastes con lieder m¨¢s leves en su po¨¦tica y en su m¨²sica -El cazador-, nos llevaron por la evoluci¨®n brahmsiana desde 1858 (opus 14) hasta 1889 (opus 107).
Parecidos prodigios, en la dicci¨®n, el aliento interminable, la intencionalidad, el color y hasta el gesto, sirvieron las precisas demandas del liederismo de Richard Strauss (inolvidable Wiegenlied, opus 41, n¨²mero 1) para recogerse al fin en ese pozo de tristeza que es Mahler. Hasta cuando es alegre, la expresi¨®n sugiere antes una contradicci¨®n de la pena que otra cosa. La desolaci¨®n -sobre la que insiste, con acierto, Sope?a- determina la mayor parte de la creaci¨®n mahleriana, y los lieder sobre R¨¹ckert no constituyen excepci¨®n. Excepcionales fueron todas las versiones, y especialmente valiosa la colaboraci¨®n de un excelente pianista y conocedor del g¨¦nero: Graham. Johnson.
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