Pecios
(A Fabio, novel del arte o de las letras.) Hijo m¨ªo, te encarezco que abandones para siempre, por gu¨ªa y por criterio de valor para tus obras, aquel vetusto dicho tan falaz como autocomplaciente: "Ladran, luego cabalgamos". Primero, porque la noche y los caminos est¨¢n poblados de multitud de obtusos y suspicaces mastinazos o gozquecillos d¨¦biles y asustadizos, a quienes todos los dedos se les hacen hu¨¦spedes, y en seguida se ponen a ladrarle incluso a la m¨¢s necia, huera e inofensiva de las extravagancias. Y segundo, porque, sin ir m¨¢s lejos, Cervantes y Vel¨¢zquez llevan ya cabalgando -poco m¨¢s, poco menos, uno u otro- 350 a?os, y, sin haber o¨ªdo hasta la fecha, a lo largo de tantas y de tan accidentadas leguas de camino, ni tan siquiera el m¨¢s leve gru?ido, todav¨ªa cabalgan en cabeza, tan lozanos, airosos y ligeros como un amanecer.
(Teor¨ªa de la musa.) La musa nunca viene para poner la pluma o el pincel en movimiento, sino que solamente sobreviene -en caso de que quiera o pueda hacerlo- cuando una u otro ya se est¨¢n moviendo. Quiero decir que cada vez se hace en m¨ª m¨¢s fuerte y m¨¢s mdera la impresi¨®n de que todo lo que encontramos de realmente feliz en una obra literaria nunca ha sido producto de invenci¨®n y elaboraci¨®n delberada, sino instant¨¢nea flor de ocurrencia sobrevenida. Reluce con el aura inimitable que se me antoja propia de lo genitum, non factum, como dice del Verbo el Credo de Nicea. Me parece absolutamente inveros¨ªmil que Cervantes, cuando esboz¨® en su mente y empez¨® a escribir un entrem¨¦s gracioso pero vulgar y hasta salaz en alg¨²n paso, El viejo celoso, pudiese ni tan siquiera imaginar, hasta el instante mismo de llegarle a los puntos de la pluma, que iba a sobrevenirle, entre los frescos, besados, rebesados, jubilosos, rientes, desvergonzados labios de la malcasada ad¨²ltera -y en respuesta al burlado marido que desde fuera de la alcoba la conmina a abrir el cerrojo de la puerta-, la ocurrencia que es a la vez la m¨¢s alta, arrebatadora y amorosa expresi¨®n de gratitud camal que pueda concebirse y la frase m¨¢s incre¨ªblemente hermosa que se haya escrito en prosa castellana: "Lavar quiero a un gal¨¢n las pocas barbas que tiene con una bac¨ªa llena de agua de ¨¢ngeles, porque su cara es como la de un ¨¢ngel pintado".
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