El 's¨ªndrome de Washington' o la sed de poder
Los psiquiatras norteamericanos han descubierto el s¨ªndrome de Washington como una enfermiza necesidad de mandar o influir que lleva a algunas personas a convertirse en alcoh¨®licos de poder. El perfil psicol¨®gico de estas personas, que han convertido la capital norteamericana en la ciudad de Estados Unidos con mayor n¨²mero de psicoterapeutas por habitante, tiene zonas muy vulnerables que les llevan a derrumbarse en caso de no conseguir sus objetivos.
WashingtonEl atractivo psicol¨®gico especial de una ciudad como Washington, capital de EE UU, no es otro que el poder. Las personas que se sienten atra¨ªdas por la fragancia de este gran afrodisiaco no son s¨®lo los pol¨ªticos, sino tambi¨¦n los abogados, los integrantes de los grupos de presi¨®n, los empleados de asociaciones empresariales y multitud de otras cuyo trabajo es el tr¨¢fico de influencias. Seg¨²n los numerosos psicoterapeutas de la capital, si existe el s¨ªndrome de Washington, y muchos piensan que es as¨ª, gira alrededor de la necesidad de poder.
Desde luego, en Estados Unidos hay otros centros de poder, como Nueva York, pero el poder que se da en Washington no tiene comparaci¨®n: all¨ª es donde se establecen las normas. Los psicoterapeutas de Washington afirman que la gente atra¨ªda a la capital por esta raz¨®n, en oposici¨®n a los que vienen, por ejemplo, por la seguridad que proporciona un empleo en la Administraci¨®n federal, se mueven por motivos que les convierten en altamente eficientes en algunos aspectos de la vida y especialmente vulnerables en otros.
La ciudad de los psiquiatras
Esta vulnerabilidad puede ser, parcialmente, la causa de la proliferaci¨®n de psicoterapeutas en esta ciudad. El ¨¢rea metropolitana de Washington, seg¨²n Melvin Sabshin, director m¨¦dico de la Asociaci¨®n Americana de Psiquiatr¨ªa, dispone de m¨¢s psicoterapeutas per c¨¢pita que cualquier otra ciudad importante de Estados Unidos. Y eso que ¨¦sta es una ciudad donde est¨¢ mal visto en muchos ambientes someterse a tratamiento psiqui¨¢trico.Desde luego que se dan los mismos problemas que en todas partes: soledad, alcoholismo, drogas..., pero aunque la atracci¨®n por el poder puede decirse que es condici¨®n indispensable para triunfar en Washington, la b¨²squeda del poder tiene sus propios riesgos psicol¨®gicos.
Aunque no existe ninguna etiqueta para los problemas que puede causar, hay un tipo de personas, que algunos llaman alcoh¨®lico del poder, que se toma tan en serio su b¨²squeda que pierde la visi¨®n general de su vida. "Para algunos, la sed de poder toma el car¨¢cter de una adicci¨®n", afirma el doctor Steve R. Pieczenik, un psiquiatra que tambi¨¦n ha sido subsecretario de Estado adjunto. "Muchos de mis pacientes han tenido que ver con el poder: en grupos de presi¨®n, pol¨ªticos, esta gente est¨¢ continuamente construyendo una base de poder, formando alianzas, t¨ªpicamente, sin ning¨²n objetivo espec¨ªfico; simplemente les gusta el poder en s¨ª mismo".
Una fuente de problemas para estas personas, se?ala Pieczenik, aparece cuando el amante del poder empieza a manipular a su mujer y sus hijos como lo hace con todo el mundo. "La parte m¨¢s triste", a?ade, "es que a menudo se dan cuenta. de lo que hacen cuando es demasiado tarde. Para entonces ya se est¨¢ fraguando el divorcio".
Isaias Zimmerman, psic¨®logo cl¨ªnico que ha tratado a muchos buscadores de poder durante sus 30 a?os de ejercicio profesional, se?ala: "El sexo les deja de importar, sus familias pasan a segundo plano. Hacen sus actividades oficiales, trabajan tanto que se quedan a dormir en la oficina, viajan constantemente. Pierden completamente el equilibrio, el resto de su vida empieza a marchitarse".
"La necesidad de poder", afirma David McCIelland, un psic¨®logo de la universidad de Harvard que ha realizado investigaciones b¨¢sicas sobre el tema, "est¨¢ marcada por el deseo de influencia por s¨ª misma. La persona que tiene esta necesidad en grado m¨¢ximo desea hacerse notar. Los detalles no le importan, el placer reside en el ejercicio del poder en s¨ª mismo". "Existen dos caras en el atractivo del poder", afirma el doctor Douglas Labier, un psicoanalista que ha actuado de asesor en diversas agencias federales.
"El aspecto positivo es el deseo de servicio p¨²blico. El negativo es el atractivo del poder en s¨ª. En el mejor de los casos, ambos van unidos. Cualquiera de los dos por s¨ª solo es peligroso"
"Si las personas con ideales no acceden al poder se convierten en c¨ªnicos", a?ade Labier, "mientras que el poder sin una misi¨®n que cumplir lleva a los amantes del poder a adoptar ideales cuando lo que realmente quieren es sacar provecho ego¨ªsta". Los ideales frustrados llevan a la frustraci¨®n y la depresi¨®n, afirman los terapeutas entrevistados, pero el atractivo del poder tiene sus propias trampas.
Extremos irreversibles
"Los amantes del poder pueden llegar a extremos irreversibles", afirma Labier. "Uno al que trat¨¦ vino a mi consulta porque hab¨ªa medrado como asistente del director de una agencia federal, para el que ejerc¨ªa las funciones desagradables del mando. Su carrera se basaba en maltratar a sus subordinados para hacer que se llevaran acabo los programas de la agencia. Cuando lleg¨® un nuevo jefe a quien le gustaba trabajar en equipo se vio completamente desfasado. Todo el mundo le contemplaba mal y vino a someterse a tratamiento".Otro paciente "hab¨ªa estado trabajando para un subcomit¨¦ del Senado, donde se port¨® corno un trepador", se?ala Labien. "Se le daba muy bien descalificar a sus adversarios. Un d¨ªa, en una reuni¨®n, perdi¨® el control ante la cr¨ªtica de un compa?ero de comit¨¦. Estuvo tan violento que tuvo que ser sujetado y llevado a un psiqui¨¢trico".
Un sistema pol¨ªtico efectivo necesita indudablemente de gente a la que le guste el poder. Algunos observadores, sin embargo, afirman que los j¨®venes que en la actualidad llegan a Washington se sienten m¨¢s cautivados por el poder que por los ideales. Aunque Washington siempre ha sido el escal¨®n intermedio para buenas posiciones en las que se puede cambiar la influencia adquirida por dinero y posici¨®n, estos motivos parecen ahora m¨¢s generales que nunca entre los reci¨¦n llegados.
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