Una pasi¨®n fr¨ªa
El delgad¨ªsimo cuerpo replegado sobre s¨ª mismo, las rodillas un poco dobladas, Milva reproduce sobre el escenario la prestigiosa estampa de la mujer de los a?os veinte, treinta: la mujer de Brecht. Se expresa, adem¨¢s de con la voz, con los ojos brillantes y m¨®viles bajo el flequillo de ni?a china, con la palidez de polvos de arroz en el rostro y el rojo-herida de la boca, con el movimiento de sus largos brazos. La mujer de Brecht tiene una elegant¨ªsima ordinariez, una fina, delicada vulgaridad. Lo que los folletines llamaban flor del fango. Mujer de puerto, de fondo de barrio jud¨ªo, apasionada por el hombre que le echa a la cara el humo del cigarrillo o por la chuler¨ªa atroz de Mac, el Navaja.Strehler, que dirige a Milva desde hace a?os dice de ella que tiene un instinto porque proviene "de la clase social de que hablan estas canciones; puede entenderlas sin esfuerzo intelectual alguno". Quiz¨¢ el esfuerzo intelectual lo ha puesto ¨¦l en su dirigida: una frialdad que es m¨¢s brechtiana que popular, en forma de segunda vuelta de aquello que se canta y se dice, de no cre¨¦rselo de ninguna manera y no dejar que nos creamos la sencillez simple de lo que se expresa, aunque de todas formas haya una bravura mediterr¨¢nea.
Milva canta a Brecht
Canciones de las obras de Bertolt Brecht. M¨²sica de Kurt Weil y Hans Eisier. Int¨¦rprete: Milva. Piano: Beppe, Moraschi. Direcci¨®n: Giorgio Strehler. V Festival de Teatro. Estreno: teatro Mar¨ªa Guerrero. Madrid, 20 de marzo.
Las melod¨ªas de Kurt Weil y Hans Eisler tienen todo el sabor de la ¨¦poca; el fondo berlin¨¦s con acentos de jazz, algo de music-hall canallesco y de m¨²sica bien aprendida. Quienes tengan en la memoria o en la discoteca las grabaciones de Lotte Lenya o las interpretaciones de Helene Weigel echar¨¢n algo de m¨¢s o de menos: la diferencia entre la creaci¨®n y la d¨²plica. Pero Milva, en s¨ª misma, es muy suficiente: en su voz ronca -la de los personajes- y en su capacidad de actriz. Entusiasm¨® al p¨²blico, recibi¨® flores y ovaciones, y s¨®lo los derechos laborales de los t¨¦cnicos del teatro que acababan su jornada con admirable decisi¨®n de puntualidad impidieron que los bises durasen y durasen.
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