Juan Pablo II, en la plaza de la izquierda

El tiempo regal¨® tambi¨¦n el s¨¢bado al Papa y a sus j¨®venes, en la plaza de San Juan de Letr¨¢n, una tarde fant¨¢stica de una primavera casi veraniega, que los j¨®venes aprovecharon entre canto y canto, entre jaculatoria y jaculatoria, para saborear con desenvoltura ante los ojos del Papa los apetitosos helados italianos. Fue una gran fiesta que dur¨® desde las tres de la tarde, hasta que se hizo casi de noche.
En aquella plaza romana, cl¨¢sica como lugar de cita de las grandes reuniones de masas del partido comunista y de los sindicatos, conocida como "la plaza de Berlinguer", escenario de las tensas jornadas obreras del Primero de mayo decada a?o, j¨®venes representantes de las partes m¨¢s significativas del mundo hicieron resonar ante el papa Wojtyla sus propios testimonios de fe cristiana y de confianza en la fuerza de la oraci¨®n y de la fraternidad.
Fue como un desfile de convertidos o agraciados por el esp¨ªritu que contaron sus historias personales. Por ejemplo, el testimonio de un joven polaco, encarcelado con otros dos amigos durante el estado de guerra por el general JaruzeIski, que logr¨® a trav¨¦s de la oraci¨®n "amar a sus carceleros". Su historia fue le¨ªda por una joven polaca que vive en Roma porque, como se inform¨® a los j¨®venes de. la plaza a trav¨¦s de los potentes altavoces, "a aquel joven se le ha negado el permiso para venir a Roma", anuncio que fue subrayado con un estruendoso aplauso.
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