La oportunidad de Duarte
LAS ELECCIONES que se han llevado a cabo en El Salvador no pueden poner fin a la situaci¨®n de guerra civil que vive el pa¨ªs, pese a las nobles intenciones que cabe prestarle al presidente Duarte. No pueden ser la soluci¨®n del enfrentamiento no solo porque la guerrilla -que agrupa a un amplio abanico de fuerzas, desde la socialdemocracia a la izquierda dura, marxista y leninista- no acept¨® la invitaci¨®n a participar en esos comicios, sino porque el Estado de derecho que promet¨ªa el presidente se halla todav¨ªa muy lejos de hacerse realidad, aun dentro de la parcela del pa¨ªs sobre la que con evidentes dificultades gobierna. Desde la asunci¨®n de la presidencia por el dem¨®crata cristiano Jos¨¦ Napole¨®n Duarte, el n¨²mero de asesinatos de figuras pr¨®ximas a la oposici¨®n, de masacres groseramente indiscriminadas, no ha dejado de crecer. Esas muertes no hay que atribuirlas al Gobierno de Duarte, pero s¨ª a su incapacidad; no matan los esbirros del poder, como ocurr¨ªa anteriormente, pero el Gobierno tampoco logra impedir que los escuadrones de la muerte de la extrema derecha, vinculados en muchos casos al Ej¨¦rcito, lleven su ley a la arena pol¨ªtica.Los resultados de las recientes elecciones legislativas y municipales, con el triunfo por mayor¨ªa absoluta de la democracia cristiana, deber¨ªan permitir a Duarte demostrar si es o no capaz de pacificar sus filas, condici¨®n inevitable para llevar a cabo un di¨¢logo significativo con la guerrilla. Hasta la fecha, Duarte actuaba con sus poderes desde la presidencia, pero pod¨ªa argumentar que, falto de una mayor¨ªa en la C¨¢mara, la coalici¨®n de derecha y extrema derecha en la misma, acaudillada por el siniestro Roberto d'Aubuisson, constitu¨ªa un freno para las iniciativas reformistas del r¨¦gimen. Confirmados los resultados todav¨ªa no oficiales que entregan esa mayor¨ªa al partido presidencialista, Duarte se ve en la tesitura de un ahora o nunca para asentar la democracia y desarmar la contienda civil, desmarcando al menos a aquellos elementos m¨¢s moderados del esfuerzo guerrillero.
Es muy cierto que la victoria en las urnas, conseguida con menos de un 50% de votantes debido a la inseguridad generalizada en la que se ha desarrollado la ceremonia electoral, no cambia las relaciones subyacentes de poder. D'Aubuisson no va a desaparecer bajo tierra por un pu?ado de votos m¨¢s o menos, y los escuadrones de la muerte no estaban pendientes del escrutinio para sentirse legitimados en su execrable cometido. Pero no es menos cierto que lo que no pueda hacer ahora Duarte ya no podr¨¢ hacerlo nunca.
Al mismo tiempo, el presidente salvadore?o anuncia su intenci¨®n de reanudar el di¨¢logo con la guerrilla. El Gobierno de El Salvador podr¨¢ pedir a los guerrilleros que entreguen las armas cuando las armas de sus elementos incontrolados hayan sido visiblemente abandonadas, pero no antes. Ning¨²n grupo guerrillero, por moderado que se declare, puede aceptar su integraci¨®n en la democracia salvadore?a mientras ¨¦sta no d¨¦ pruebas de legalidad y orden en su propia retaguardia. Establecidas esas condiciones previas y legalizados todos los partidos pol¨ªticos, la guerrilla deber¨ªa quedar reducida a una minor¨ªa infatigable que, por su propio y eventual mantenimiento sobre las armas, demostrar¨ªa que no desea el triunfo de los modos democr¨¢ticos. Si alg¨²n d¨ªa se llegara tan adelante en el proceso de pacificaci¨®n de El Salvador, entonces s¨ª que las fuerzas armadas estar¨ªan plenamente legitimadas para defender el pa¨ªs de todos contra los que quisieran perpetuar el juego de las dictaduras de uno u otro signo. Hoy por hoy el posible di¨¢logo no se produce entre legalidad y subversi¨®n, sino entre un partido centrista, que apenas puede gobernar, y una coalici¨®n de fuerzas izquierdistas sin cuya integraci¨®n en la pol¨ªtica nacional no podr¨¢ hablarse de democracia en El Salvador. La demostraci¨®n de que es posible ampliar y dar significado a ese di¨¢logo le toca ahora al presidente Jos¨¦ Napole¨®n Duarte, sobre la base de su claro triunfo en las urnas.
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