Europa y la 'guerra de las estrellas'
LA ADMINISTRACI?N norteamericana est¨¢ intentando convencer a los Gobiernos europeos de la conveniencia para ellos de aceptar y apoyar la nueva estrategia militar hac¨ªa la cual se inclinan la Casa Blanca y el Pent¨¢gono, denominada guerra de las estrellas, a partir del discurso del presidente Ronald Reagan de marzo de 1983. Enunciada en su sentido m¨¢s elemental, esta nueva estrategia consiste en lo siguiente: crear instrumentos no nucleares que a partir de naves espaciales sean capaces de destruir los misiles nucleares lanzados por el enemigo en la eventualidad de una tercera guerra mundial. Esos nuevos instrumentos -a partir de los rayos l¨¢ser o de otros descubrimientos cient¨ªficos- podr¨ªan destruir los misiles nucleares enemigos desde el momento mismo de su lanzamiento o en etapas ulteriores de su ¨®rbita. Hoy por hoy tales instrumentos no existen; se calcula, por los optimistas, que podr¨¢n ser una realidad dentro de 15 ¨® 20 a?os; se trata, pues, de un proyecto enfocado de cara al siglo XXI. Si tal proceso se lleva a cabo estamos sin duda en la aurora de una nueva ¨¦poca: la eficacia de las armas at¨®micas -utilizadas hasta ahora solamente en Hiroshima y Nagasaki- dejar¨ªa de existir. Se podr¨ªa pensar en un sistema de seguridad internacional del que quedar¨ªan eliminadas las armas nucleares. El presidente Reagan ha jugado a fondo esta carta en su segunda campa?a electoral. Actualmente, de cara a las conversaciones de Ginebra, hace uso de dos argumentos contradictorios; p¨²blicamente dice que la URSS dispone ya de armas espaciales y que EE UU intenta s¨®lo compensar su retraso. M¨¢s discretamente asegura que la URSS no est¨¢ en condiciones de asumir las inversiones que esta nueva estrategia implica; el objetivo ser¨ªa, pues, colocar a los sovi¨¦ticos en condiciones de inferioridad.La reacci¨®n de los Gobiernos europeos ante esta argumentaci¨®n ha sufrido algunas variaciones; hubo aprobaciones sobre todo durante viajes a Washington de jefes de Gobierno deseosos de no crear problemas a Reagan. Pero cada vez se perfila m¨¢s n¨ªtidamente una actitud europea reservada y esc¨¦ptica. El presidente Mitterrand ha dicho que Europa necesita estudiar las posibilidades de una estrategia espacial, pero como una operaci¨®n europea aut¨®noma. Rectificando lo dicho por Margaret Thatcher en Washington, el secretario del Foreign Office se ha manifestado contra la militarizaci¨®n del espacio. La actitud del Secretario de Defensa de EE UU, Caspar Weinberger, en la reciente reuni¨®n de Luxemburgo, ha agudizado las reservas europeas: su exigencia de que los Gobiernos europeos decidan en un plazo de 60 d¨ªas si desean o no participar en los estudios espaciales norteamericanos ha dado lugar a reacciones negativas, en particular por parte del Gobierno de la Rep¨²blica Federal de Alemania. El presidente franc¨¦s de la Comisi¨®n Europea, Jacques Delors, ha dicho que la CEE va a doblar sus fondos para la investigaci¨®n para poder participar, a un nivel europeo, en los estudios sobre el espacio. Los norteamericanos desean exactamente lo contrario: acuerdos bilaterales con los Estados europeos para integrar determinadas capacidades cient¨ªficas, pero sin compartir la elaboraci¨®n y direcci¨®n de la nueva estrategia.
En esta actitud europea se reflejan dos reservas fundamentales ante los nuevos proyectos de EE UU: est¨¢ por un lado el caso de Francia y del Reino Unido, que tienen su propia fuerza nuclear de disuasi¨®n, la cual quedar¨ªa anulada si avanzan los proyectos de defensa espacial. Por otro lado existe una sensaci¨®n y actitud europeas m¨¢s generales que temen, si se llega a un pleno desarrollo de la estrategia de guerra de las estrellas, una marginaci¨®n cada vez m¨¢s acentuada de Europa; seguir¨ªamos siendo un continente con una gran acumulaci¨®n de armas nucleares pero con escaso protagonismo pol¨ªtico y destinado m¨¢s bien a servir de caja de resonancia de conflictos que puedan surgir en el Pac¨ªfico o en Asia. Un descenso del protagonismo que no significar¨ªa disminuci¨®n de los peligros de destrucci¨®n.
La presente actitud de la Administraci¨®n norteamericana en favor de la nueva estrategia espacial no parece una simple moneda de cambio para las inevitables negociaciones a las que tiene que dar lugar el di¨¢logo de Ginebra. En todo caso no parece dudoso que esta evoluci¨®n plantea con redoblada fuerza la necesidad para Europa de tener un ¨®rgano pol¨ªtico supranacional capaz de elaborar la posici¨®n que interesa a nuestro continente. Ante opciones de este calibre, hablar de una actitud espa?ola, o francesa, o alemana, no tiene excesivo sentido. Los hechos mismos de la vida internacional urgen la necesidad de una entidad pol¨ªtica capaz de opinar y de hablar en nombre de Europa.
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