El tatuaje es el otro
Tatuar es titular el cuerpo, de la misma manera que se titula un cuadro, una pel¨ªcula, un libro, un elep¨¦, una columna de peri¨®dico, un pub. Y si el tatuaje es la representaci¨®n gr¨¢fica, incluso ortogr¨¢fica, de ese destino particular en el que el tatuado desea intensamente incurrir, el t¨ªtulo de esa c¨¦lebre prolongaci¨®n del cuerpo que es el discurso cultural tambi¨¦n es un conjuro contra el destino no deseado. El primer programa del Tatuaje electr¨®nico de Ull¨¢n estuvo exclusivamente dedicado a recrear su deslumbrante t¨ªtulo para espantar los malos esp¨ªritus de TVE. Para que no lo olvides, que dir¨ªa Lorenzo Santamar¨ªa, pero sobre todo para marcar ritualmente el territorio y tatuar bien claras sus pretensiones.?Pero cu¨¢l es ese espacio y de qu¨¦ intenciones se trata? Al cabo de casi una hora de conjugar el t¨ªtulo en todas las posturas posibles, de marear todas las geograf¨ªas del tatuaje, mi conclusi¨®n es que Ull¨¢n intenta hacer en cada cap¨ªtulo de la serie lo que le d¨¦ la gana y, adem¨¢s, como le d¨¦ la real gana. Y eso en TVE no s¨®lo es una desfachatez, es un acontecimiento. Habr¨¢ que visitar, l¨®gicamente, otros mi¨¦rcoles por la noche para comprobar de qu¨¦ manera inscribe Ull¨¢n en la pantalla del aburrido monopolio su indiscutible talento y su ya famosa ferocidad pol¨¦mica. Pero si lo prometido es deuda, y lo es cuando lo dice por televisi¨®n, habr¨¢ que esperar de este magazine caprichoso, cargado de astuta polisemia por los cuatro costados del t¨ªtulo, algo que no suele ser precisamente habitual en nuestro tubo cat¨®dico: incertidumbre semanal
La repetici¨®n es la ley de la selva electr¨®nica, naturalmente. Por eso la ¨²nica aventura ex¨®tica que es posible en este medio tan cotidiano (en medio de la cotidianidad) es la transgresi¨®n de lo previsible, de la certidumbre, de la redundancia, de la serialidad. Si hablara de un programa de televisi¨®n situado en la cadena principal, no ped¨ªr¨ªa lo mismo por respeto a las masas: por respeto a mi propio placer de telespectador. Pero Tatuaje se sit¨²a voluntariamente al margen de los grandes n¨²meros, y lo que se espera de un espacio as¨ª es el descarado ejercicio de todo lo contrario, es decir, que asomen las marcas de la diferencia, de la discontinuidad, de la fragmentaci¨®n. Si no entend¨ª mal a su director, Tatuaje ser¨¢ un mareo, y el mareo es promesa de vaivenes, giros bruscos, abismos, v¨¦rtigos y vomitonas. Vale decir, los s¨ªntornas de la incertidumbre.
Pero interrumpir voluntariamente el embarazo de la serialidad tambi¨¦n obliga a expulsar- la seriedad del discurso tatuado. Y ah¨ª tengo yo mis dudas. No porque no crea a Ull¨¢n capaz de iron¨ªa, humor o gags (de los que su excelente escritura, por cierto, est¨¢ bien repleta), sino porque Tatuaje, corno ahora probar¨¦, es un programa cultural, y no s¨¦ por qu¨¦ rayos la cultura, cuando sale retratada en los medios de este pa¨ªs parece mortalmente re?ida con la mirada ir¨®nica. A ver si esta vez se conjura la maldici¨®n del Ente, aunque sea con humor por la v¨ªa cr¨ªptica.
Lo de programa cultural, ya digo, exige una aclaraci¨®n, porque en este primer cap¨ªtulo el director ?quiso vacunarse contra la conocida epidemia pedag¨®gica que asola TVE y neg¨® expl¨ªcitamente cualquier trato con el departamento de producciones culturales. Pero ya me dir¨¢n de qu¨¦ otra manera catalogar un espacio en el que salen a declarar T¨¢pies, Saura, Sarduy, Yurkievich, Caballero, Vicent, Chao, &,rroyo, y los l¨ªderes de la movida madrile?a. Como alternativa, s¨®lo se me ocurre el calificativo de programa intelectual; lo que acaso sea peor, aunque bastante m¨¢s exacto. Por mucho Inclusero, Piquer y marinero que Ull¨¢n se haya querido echar al pr¨®logo para preservarse sabiamente de la infamia cultural, en la pantalla del televisor qued¨® grabada la marca inconfundible de la intelectualidad: se discurse¨® del tatuaje, s¨ª, pero ninguno de los all¨ª presentes estaba tatuado.
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