El discreto
Durante la fr¨ªa madrugada del 29 de marzo de 1985 muri¨® don Luis Garc¨ªa de Valdeavellano y Arcimis. El hecho ha producido entre disc¨ªpulos, amigos y allega dos un dolor profundo, porque don Luis era extremadamente bondadoso, con una correcci¨®n, extra?a en tiempos en que la gro ser¨ªa se estima como un rasgo de personalidad, y un saber profundo, sin rastros de narcisismo o fanfarria, que tambi¨¦n abundan hoy entre profesores, etc¨¦tera. Hombres as¨ª son siempre excepcionales, porque lo que m¨¢s se da es el intelectual, bueno o malo, m¨¢s bien malo que bueno, pero agresivo, un poco ordinario y sobre todo exhibicionista. Don Luis ha muerto rodeado de amigos fieles y ha dejado este mundo con discreci¨®n. y elegancia. Lo que le correspond¨ªa. Lo que es discutible, en cambio, es si este mundo en que vivimos ha hecho tambi¨¦n lo que le correspond¨ªa hacer al morir el hombre ejemplar. Para m¨ª es claro que, una vez m¨¢s, no lo ha hecho. ?Por qu¨¦? Es f¨¢cil responder. Los espa?oles antiguos, en un momento del desarrollo del teatro, despu¨¦s de que florecieran los grandes ingenios, empezaron a darse cuenta de que se estrenaba de continuo un g¨¦nero de obras complicadas, con gran aparato escenogr¨¢fico, mucha rimbombancia y poca sustancia. Les llamaron "comedias de tramoy¨®n" por lo que en su desarrollo significaban toda clase de tramoyas y artificios. Hoy vivimos en una ¨¦poca de tramoy¨®n tambi¨¦n, y lo que es claro, distinto, sencillo, no atrae. Ni en arte, ni en literatura, ni en pol¨ªtica.' Casi tampoco en ciencia. Para llamar la atenci¨®n hay que gesticular, vociferar, agredir, decir palabrotas o necedades truculentas y hacer logogrifos. Lo que se pinte, se escriba o se piense es secundario. Si no hay gesto no hay hombre p¨²blico. Si no hay tramoya no hay obra. No es el momento de buscar la raz¨®n de que esto sea as¨ª. S¨ª de reconocer que en tal ambiente la obra y la persona de nuestro don Luis han tenido que pasar en una discreta penumbra, mientras que la atenci¨®n p¨²blica queda siempre m¨¢s dirigida hacia ciertos figurones con cierto aire de martes de Carnestolendas: carnavales pol¨ªticos, literarios, art¨ªsticos, no finos como los de los grandes m¨²sicos, sino,dominados por feas y aparatosas destrozonas o por tramoyas cansadas. A veces, por la gran obra de cart¨®n piedra, el lugar com¨²n acompa?ado de gesticulaciones archiconocidas, mec¨¢nicas, pero que hacen siempre su peque?o efecto a los papanatas.
Don Luis naci¨® en una familia de trabajadores intelectuales. Su abuelo, el astr¨®nomo Arcimis, era ¨ªntimo de don Francisco Giner, y ¨¦l estuvo siempre vinculado a la Instituci¨®n. A¨²n hace pocos meses, antes de morir, dirig¨ªa una de aquellas excursiones de antiguos alumnos que pretend¨ªan acercarse una y otra vez amorosamente a todas las partes de Espa?a, sin pensar en distinciones y exclusivismos. Don Luis estudi¨®, sobre todo, la vida medieval espa?ola con grandes maestros. Pero en su juventud fue tambi¨¦n periodista, cr¨ªtico de arte sobre todo, en un peri¨®dico de tendencia conservadora, que reun¨ªa, sin embargo, a gentes de muy vario origen, pero de valor reconocido: La ?poca. La memoria extraordinaria de don Luis le hac¨ªa recordar much¨ªsimas an¨¦cdotas y sucedidos de sus a?os de periodista. Tambi¨¦n de la anterior, de muy comienzo de siglo. Como historiador de la Espa?a medieval y de sus instituciones, dej¨® una obra ingente y rigurosa. Fue un gran sistematizador y un profesor magn¨ªfico, de dicci¨®n clara, elegante, que manejaba la lengua de modo envidiable. Pero como conversador era una delicia, porque sin hacer gala de memoria, le flu¨ªan los recuerdos a borbotones: epigramas, cupl¨¦s, canciones pol¨ªticas, an¨¦cdotas. Don Luis daba siempre unas notas de discreci¨®n y de equilibrio all¨ª donde estaba. Ha muerto como ha vivido. Los que le hemos tratado y hemos consagrado la vida a trabajos similares lo tomamos como ejemplo. Para los que no le han conocido, los ejemplos estar¨¢n en otra parte. All¨¢ ellos. Pero en ¨¦pocas crispadas como la nuestra se vuelve a pensar en lo necesario que es buscar la sabidur¨ªa de vivir en la discreci¨®n, incluso en el anonimato, y no dejarse llevar por la corriente. Porque el hombre sabio y discreto es todo menos noticia y muerto sigue siendo realidad en la conciencia de sus amigos y disc¨ªpulos, Y esto es lo importante. No el tramoy¨®n que parece dominar, pero que quedar¨¢ relegado a un lugar poco importante en este teatro del mundo en que estamos, que de grande tiene poco y de agradable menos.
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