El calvario de nunca acabar
El calvario europeo de Ronald Reagan prosigui¨® ayer en el Parlamento de Estrasburgo, el lugar elegido por los estrategas de la Casa Blanca para que el presidente pronunciara el discurso m¨¢s importante de su viaje al Viejo Continente, que se ha convertido en una cadena de desdichas pol¨ªticas. Todo estaba previsto para que Reagan lanzara una oferta de di¨¢logo a Mosc¨² y anunciase el advenimiento de una Europa democr¨¢tica y reunificada, de Mosc¨² a Lisboa. Sin embargo, algo fall¨® en el gui¨®n.Varias docenas de diputados europeos pertenecientes al grupo comunista y a la coalici¨®n Arco Iris, formada por los verdes alemanes, pacifistas holandeses y nacionalistas flamencos, recibieron con risas, comentarios jocosos y abucheos el discurso del presidente. Ni un aplauso surgi¨® del grupo socialista. Los disidentes exhibieron carteles. Unos 20 diputados abandonaron sus esca?os.
La comitiva presidencial comenz¨® a poner cara de asombro cuando vio aparecer en el modernista hemiciclo de Estrasburgo a legisladores con barbas y largas melenas, uniformados para tan solemne ocasi¨®n con camisetas rojas, con s¨ªmbolos antinucleares y pacifistas.
La banda izquierda del hemiciclo parec¨ªa un campo salpicado de amapolas. Nancy Reagan no se dio cuenta de que el rojo no era ayer el color preferido de su marido. Apareci¨® en la tribuna de invitados vestida con un traje de chaqueta bermejo, sin caer en la cuenta de que este color era el catalizador de la protesta. Pero ya era tarde.
Ronald Reagan ya estaba en la tribuna de oradores. Eran las dos y media. En ese momento la poderosa tecnolog¨ªa americana, culpable del desfase inform¨¢tico que separa a Europa de EE UU, se puso del lado de los rojos y verdes. Fall¨® el teleprompter, un artilugio casi invisible que colocan frente a Reagan para que lea sus discursos dando la impresi¨®n de que improvisa. Reagan se atasc¨® en una frase del principio y se vivieron en la sala 15 segundos interminables. La Casa Blanca explic¨® que el problema se debi¨® a la diferencia de voltajes entre Europa y EE UU.
Ya daba igual. Los diputados de la derecha y del centro se rompieron las palmas aplaudiendo. Nada consigui¨® acallar las protestas. Un diputado grit¨® "fuera de la ley" cuando Reagan se refiri¨® a la sovietizaci¨®n de Nicaragua.
El hemiciclo no se parec¨ªa en nada a la catedral iluminada con la que Reagan compar¨® a Europa. Al presidente le salv¨® su profesionalidad. Al concluir su intervenci¨®n, improvisando, record¨® a los que protestaban que gracias a vivir en un sistema democr¨¢tico pod¨ªan hacer p¨²blica su disidencia, lo que no hubieran logrado, dijo, si vivieran bajo una dictadura del Este.
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