Desierto y hambre
Cientos de miles de personas, amenazadas de muerte en ?frica
ENVIADO ESPECIAL El Istituto Agron¨®mico per I'Oltremare, que depende del Ministerio italiano de -Asuntos Exteriores, organiz¨® en Florericia, en el mes de abril, en colaboraci¨®n con el Centre International des Recherches Sahariennes et Saheliennes (CIRSS), un coloquio euroafricano sobre el tema El S¨¢hara y el Sahel: de las independencias a las sequ¨ªas. Como tr¨¢gico tel¨®n de fondo, la amenaza de muerte por hambre para miles de africanos.
El enunciado te¨®rico de los temas a veces oculta uno de los dramas m¨¢s terribles de nuestro tiempo: el avance del desierto africano, y la sequ¨ªa, es decir, el hambre, y, como consecuencia de ella, la muerte de miles de personas en ?frica y la amenaza de extinci¨®n para cientos de miles m¨¢is, si el mundo desarrollado no les aporta con toda urgencia la ayuda necesaria.Junto a ese drama sin ep¨ªlogo que es la muerte subyace otro, en gran parte consecuencia del enfoque tecnicista de las ayudas prestadas hasta ahora, el de la destrucci¨®n de los modos de vida tradicionales de centenares de tribus del S¨¢hara y del Sahel y la p¨¦rdida de las se?as de identidad de todos esos grupos humanos. En coloquios como este de Florencia son, con frecuencia, dos mundos separados por un abismo de siglos de distancia los que se suelen enfrentar. A un observador ne¨®fito le resulta imposible imaginar que ambos puedan coexistir sobre el mismo planeta.
Los avances de la civilizaci¨®n occidental, sobre todo en el siglo actual, han permitido trasladar de la memoria de los hombres a los chips de los ordenadores los 19 siglos anteriores y todo lo que les precedi¨®, porque para la humanidad comienza una nueva era espacial. Los hombres venidos de Africa al coloquio de Florencia llevan su historia en la lengua, y el pasado se mezcla en la conversaci¨®n con el presente, a tal punto que, como dijera el profesor Attilo Gaudio, director- del CIRSS, al inaugurar el coloquio, "un viejo que muere en ?frica es una biblioteca que arde".
Lo cierto es que el desierto avanza y sustrae cada a?o cientos de kil¨®metros de tierra con posibilidades de vida humana o animal. Los mossis, agricultores de Alto Volta; los peules, n¨®madas de Alto Volta o N¨ªger; los tuaregs, de N¨ªger, Chad y Argelia; los bambaras y malink¨¦s, de Mal¨ª, y otros muchos grupos, se ven privados de sus ya precarios medios de subsistencia y arrojados a los mercados de trabajo, casi siempre insuficientes o inexistentes, de las ciudades, o a los emplazamientos para refugiados en donde se espera a una muerte que viene lentamente con el hambre de cada d¨ªa.
El caso de Mauritania es quiz¨¢ t¨ªpico. Las dunas que avanzan desde el desierto y desde el mar derriban ya los muros de las casas de la periferia de Nuakchott, la capital, y amenazan con sepultarla
Desierto y hambre
bajo un inmenso oc¨¦ano de arena. Argelia se esfuerza por detener el empuje del desierto mediante un costoso procedimiento de fijaci¨®n de dunas que consiste en dividirlas en cuatro introduci¨¦ndoles dos enormes paredes de pl¨¢stico que se cortan transversalmente.
Fin del nomadismo
Pero la p¨¦rdida de los pastos en millones de kil¨®metros cuadrados acab¨® con el nomadismo y amenaza en su totalidad al modo de vida n¨®mada. Los tuaregs, esos formidables guerreros al arma blanca, entre quienes la posesi¨®n de camellos es el m¨¢s elevado s¨ªmbolo de nobleza, han perdido sus reba?os, y, con el fin de las grandes caravanas, su misma raz¨®n de vida. Para los peules, la nobleza y el medio de subsistencia lo aporta el ganado bovino, que tambi¨¦n desaparece por falta de pastos. La tierra, sedienta, ya no produce.
En los a?os setenta, seg¨²n se dijo en el coloquio, Occidente propuso la industrializaci¨®n para absorber a los desplazados y proporcionarles un medio de vida. Hoy se considera que ello era combatir los efectos, y no las causas del drama. La nueva estrategia de ayuda intenta combinar la t¨¦cnica con la cultura, para no destruir los diferentes sistemas tradicionales de vida y arrancar de sus ra¨ªces a tantas tribus y razas. Se trata de detener al desierto, perforar pozos a la b¨²squeda de agua, reconstituir el tapiz verde del suelo y restablecer el pastoreo y los cultivos.
En suma, un trabajo de gigantes y de generaciones que, como bien dijeron los africanos, los que mueren de hambre cada d¨ªa ya no pueden esperar. Lo que se necesita, a veces, para salvar a 1.000 ni?os africanos, es menos de lo que consumen en chocolate al mes 10 ni?os occidentales. Occidente y el mundo industrializado, ah¨ªto y empe?ado en una interminable carrera por la satisfacci¨®n de necesidades de consumo cada vez mayores est¨¢ moralmente emplazado a venir en ayuda de unos pueblos que, sencillamente, mueren.
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