Amores juveniles
22 de octubre de 1978
Encuentro hoy a Aleixandre menos pesimista que otras veces. No me cuenta, como suele hacer, las visitas de los m¨¦dicos, sino historias pasadas. Al decirle yo que he recibido carta de Chicago de mi amiga Susana Cavallo comunic¨¢ndome que espera su primer hijo, me dice que Susana, a la que conoci¨® hace a?os en Velintonia, le recuerda a Margarita, la amante americana que tuvo en 1920, no s¨®lo por su belleza, sino por su entusiasmo por Espa?a, su alegr¨ªa y su vitalidad. Le pido que me hable de ella y me cuenta: "La conoc¨ª en la Residencia de Estudiantes, cuando yo ten¨ªa 22 a?os, en el verano de 1920. Yo daba una clase de Lenguaje Mercantil en los cursos para extranjeros -los primeros que hubo en Espa?a- dirigidos o promovidos por Am¨¦rico Castro, que fue quien me invit¨® a participar en ellos como profesor. Margarita, que se llamaba Margarita Alpers -aunque ¨¦se era el nombre del marido-, asist¨ªa a mi curso como estudiante. Aunque casada, era una californiana muy joven, enormemente atractiva, y ten¨ªa un cuerpo espl¨¦ndido. Pronto fuimos amigos y luego amantes. Fue un amor feliz, alegre, quiz¨¢ porque no hubo ni un instante de sombra o disgusto entre los dos, sin las complicaciones sentimentales que suele arrastrar la pasi¨®n. Como te digo, fue un amor ligero pero feliz, que dur¨® dos a?os, hasta que ella tuvo que regresar a Estados Unidos para reunirse con su marido. Al poco tiempo me escribi¨® anunci¨¢ndome que esperaba un hijo -aunque fue una hija, que se llama Juanita-, y siempre pens¨®, y me lo dijo, que Juanita era quiz¨¢ fruto de nuestros amores, aunque no ten¨ªa pruebas. Yo no cre¨ª en ello, pero siempre he tenido de aquel amor uno de los recuerdos m¨¢s bellos y sonrientes de mi vida. Muchos a?os despu¨¦s, all¨¢ por los primeros a?os cincuenta, vino a Madrid con Juanita, y fue a verme a Miraflores. Cuando vi a Juanita me sorprendi¨®: era rubia -no morena como su madre- y ten¨ªa los ojos azul claro como los m¨ªos. Margarita me pidi¨® que le hablara de mi poes¨ªa y de los poetas del Siglo de Oro, y estuve dos horas habl¨¢ndole de Lope, de G¨®ngora, de san Juan y de Quevedo.Fue casi una clase, pero esta vez no de lenguaje mercantil, sino po¨¦tico. A¨²n regres¨® otra vez a Espa?a y nos vimos de nuevo. Me llam¨® desde Roma para decirme que s¨®lo podr¨ªa estar ocho horas en Madrid y que quer¨ªa pasarlas conmigo. Fui a esperarla y pasamos el d¨ªa juntos, muchashoras en el Museo del Prado ypaseando por el viejo Madrid que tanto le encantaba. Pocos a?os despu¨¦s, en 1965, Juanita me escribi¨® para darme la triste noticia de que su madre hab¨ªa muerto de c¨¢ncer. Me dio una gran pena, recordando los dos a?os felices que pas¨¦ con ella en Madrid. Juanita me contaba en su carta que el a?o anterior hab¨ªan viajado las dos a Grecia, y que Margarita goz¨® mucho en ese viaje. Tres semanas despu¨¦s del regreso a Am¨¦rica enferm¨® y estuvo en un hospital cuatro meses, hasta que muri¨®. La vida es cruel, y es terrible ver desaparecer a los seres que quisimos y alegraron nuestra existencia. Margarita era un alma clara, abierta y entusiasta de todo. Pas¨® por la vida dando alegr¨ªa y felicidad. Mientras yo viva la recordar¨¦ siempre".
Cuando termina de contarme, le pregunto si ese amor de Margarita le inspir¨® poemas, y me dice que s¨ª, pero que no los conserva. "Quiz¨¢ se los di a ella sin quedarme con copia, o est¨¦n en el ¨¢lbum po¨¦tico que guarda D¨¢maso con poemas juveniles y primerizos de ¨¦l y m¨ªos. D¨¢maso supo de ese amor por mis cartas, pues en esos a?os ¨¦l viv¨ªa en Alemania. Es curioso esto de los amores de poetas espa?oles con extranjeras. Moreno Villa tuvo tambi¨¦n una amante americana, que le inspir¨® su mejor libro, Jacinta la pelirroja; D¨¢maso, una alemana, y Jos¨¦ Antonio Mufloz Rojas, una inglesa. Sin olvidar que Guill¨¦n se cas¨® primero con una francesa y luego con una italiana, y Gerardo con una francesa. Quiz¨¢ alg¨²n soci¨®logo pueda extraer de esa preferencia de los poetas espa?oles por las extranjeras alguna consecuencia curiosa".
Al terminar el amor de Margarita, su vac¨ªo fue ocupado por una alemana, Eva, a la que conoci¨® en 1922. "Pero hab¨ªa una gran diferencia entre ellas", me dice, "pues mientras Margarita era un encanto de criatura, Eva no era guapa y me atra¨ªa poco fisicamente. Sin embargo, se entreg¨® a m¨ª con tanta ternura que acab¨® conquist¨¢ndome y al poco tiempo fuimos amantes". Le Pido, que me hable de ella y que me cuente c¨®mo empez¨® aquel amor. "Se llamaba, y se llama, pues quiz¨¢ vive a¨²n, Eva Seifert. En 1922 viv¨ªa en Madrid y se ganaba la vida como profesora de alem¨¢n. Yo ten¨ªa la idea de aprender ese idioma y alguien -quiz¨¢ D¨¢maso- me la recomend¨®. Pronto fui alumno suyo y al mes de clase me di cuenta de que se hab¨ªa enamorado de m¨ª. Me llevaba ocho a?os, pues yo ten¨ªa entonces 25 y ella 33. Lleg¨® a escribirme una carta -las alemanas son as¨ª- que era toda una declaraci¨®n de amor. Aquello me halag¨®, naturalmente, y no tard¨® en comenzar entre nosotros una relaci¨®n amorosa que
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dur¨® m¨¢s de 30 a?os". Me confiesa que nunca la am¨® con pasi¨®n, pero s¨ª con ternura. En realidad, Eva fue su primer amor serio, y aunque sus encantos f?sicos eran escasos, pose¨ªa una piel tersa y un cabello hermoso. Primero se reun¨ªan en la pensi¨®n donde ella viv¨ªa, en la calle de Orellana, cercana a la plaza de Santa B¨¢rbara. Pero una tarde los sorprendi¨® juntos la due?a de la pensi¨®n, que era una fiera corrupia, mirando por encima de la puerta del cuarto. Cuando se march¨® Vicente, la due?a, como un ¨¢ngel exterminador, ech¨® a Eva de la casa, no sin dedicarle las peores palabras de su vocabulario. Pero las relaciones entre Vicente y Eva continuaron en otra pensi¨®n cercana adonde ella se traslad¨®. Esa fidelidad no impidi¨®, sin embargo, que Vicente se enamorara otra vez de una linda muchacha, Dorita, una rubia fina y delicada que le hizo poco caso. Lleg¨® a confiarse a Eva y le contaba sus cuitas de enamorado. Ni por un momento pens¨® Eva en reproch¨¢rselo. Aceptaba el hecho de que ¨¦l tuviera otras aventuras, y se resignaba a esa situaci¨®n de la que tanto ella como ¨¦l eran conscientes. Pero la relaci¨®n amorosa entre ellos no termin¨®. "Mi existencia", me dice, "la presiden la fidelidad y la continuaci¨®n. As¨ª he arrastrado durante a?os amores, amistades, enfermedades, costumbres, sin romper con nada...". Esa fidelidad y continuaci¨®n fueron compensadas en el caso de Eva, quien, ya terminada la guerra mundial, volaba cada verano desde Bonn a Madrid para pasar 20 d¨ªas con Vicente en Miraflores. Durante algunos a?os, la relaci¨®n, te?ida s¨®lo de ternura, continu¨®, pero faltaba en ¨¦l el deseo carnal ante una mujer que pasaba de los sesenta y que no ten¨ªa ya ning¨²n atractivo. "Hace 10 a?os", me dice, "que ya no viene a Miraflores, pues su artrosis de la cadera y de las piernas le impide caminar. La echar¨¦ de menos, pues tengo consciencia de que ya no volveremos a vernos nunca m¨¢s. Me temo, incluso, que haya muerto; su ¨²ltima carta me la escribi¨® el a?o pasado para felic¨ªtarme por lo del Nobel. Despu¨¦s, silencio. Le he escrito varias veces, pero no ha habido respuesta".
Esta larga relaci¨®n amorosa con Eva convivi¨® alg¨²n tiempo con otro amor de Aleixandre, que fue la primera pasi¨®n -pa.si¨®n radical y profunda- del poeta. Ella se llamaba Carmen de Granada (aunque ¨¦se era su nombre art¨ªstico, el verdadero era Mar¨ªa Valls), y la conoci¨® en 1924, en un cabar¨¦ entonces famoso, Maxim's, que estaba situado en los s¨®tanos del teatro Alc¨¢zar, en la calle de Alcal¨¢. Carmen bailaba y cantaba con mucho ¨¦xito en aquel local, siempre lleno de gente. Record¨¢ndola me dec¨ªa: "Mi ideal de mujer era la rubia y fina, como Dorita, que no me quiso, y, sin embargo, me enamor¨¦ perdidamente de Carmen, una morena de grandes ojos negros y cuerpo espl¨¦ndido que llamaba la atenci¨®n por la calle. Lo curioso es que yo sab¨ªa que ten¨ªa un amante fijo que la sostenia. Pero no me importaba, y no par¨¦ hasta conquistarla. Por primera vez viv¨ªa una gran pasi¨®n, que me absorb¨ªa por completo, y nos ve¨ªamos diariamente. Dos de mis poemas de ?mbito, 'Amante' y 'Cabeza en el recuerdo', y otro de Sombra del para¨ªso, 'Cabellera negra', me fueron inspirados por ella. Cuando Carmen march¨® en una gira art¨ªstica a ?frica del Sur le escrib¨ªa cartas apasionadas, las primeras cartas de amor que yo escrib¨ª, llenas de angustia y de celos imaginarios por no tenerla a mi lado. Y, sin embargo, lo que yo no pod¨ªa esperar es que a su regreso de Sur¨¢frica la pasi¨®n iba a extinguirse. Una enfermedad que ella me hab¨ªa contagiado tuvo como consecuencia un absceso grave en mi rodilla derecha, con horribles dolores, de los que a¨²n me acuerdo con espanto. El m¨¦dico temi¨® que la enfermedad se complicara con mi dolencia del ri?¨®n, y la cura del absceso de la rodilla fue lenta y exigi¨® largas temporadas, casi un a?o, de reposo total, con el ¨²nico consuelo de la lectura y la poes¨ªa, mientras Carmen continuaba su gira por Europa. Cuando otra vez pude andar, cojeaba algo, y esa leve cojera a¨²n me dura, aunque la disimulo bien. Un a?o sin vernos y con dolores constantes acab¨® con mi pasi¨®n por Carmen. Cuando nos vimos de nuevo al regresar ella a Madrid comprendimos que ya no nos quer¨ªamos. Ella ten¨ªa otro amor. Pero el recuerdo de aquella pasi¨®n me atorment¨® un a?o entero".
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