Entre el cerebro y las tripas
Antes que nada, hay que reconocer que el cuarteto de John Surman es una de las atracciones de m¨¢s categor¨ªa que han venido a las fiestas de San Isidro. Un grupo en el que est¨¢ Surman a los saxos y el clarinete bajo, con John Taylor al piano, Barre Phillips al contrabajo y Jon Christensen a la bater¨ªa, es un aut¨¦ntico grupazo, un supergrupo, como dicen los modernos.La m¨²sica que hacen es ya cuesti¨®n de opiniones. Hay m¨²sicos que complacen al oyente, m¨²sicos que castigan al oyente y m¨²sicos que se limitan a pasar del oyente. Entiendo que John Surman, aunque estuvo afabil¨ªsimo, es de los que pasan del oyente. Al menos, de este oyente.
En el primer tema, los solos despertaron aplausos t¨ªmidos, pero estaba claro que los espectadores acog¨ªan aquello como m¨²sica seria. Luego hubo m¨¢s palmas cuando John Taylor cogi¨® las riendas del grupo y, conjurando al esp¨ªritu de Richard Clayderman, nos dio la paliza l¨ªrica, acaso para asegurarse la renovaci¨®n del contrato con su casa discogr¨¢fica, ECM. Pero, salvo en esos momentos, lo que escuchamos fue m¨²sica con barba para intelectuales con ganas de sufrir, jazz como de pel¨ªcula polaca. Paisaje sin paisaje: cuando esto se escucha en disco, al menos puede hojearse mientras un libro de l¨¢minas.
Conciertos de San Isidro
John Surman Quartet-Freddie Hubbard Quintet.Palacio de Exposiciones y Congresos. Madrid, 16 de mayo.
Freddie Hubbard es todo lo contrario. Antes de su actuaci¨®n, los organizadores contaron una historia terrible de aviones perdidos, aerotaxis y toda suerte de contratiempos. Luego, Freddie hizo el ganso y el hortera, se encar¨® con algunos asistentes y, en suma, mont¨® los n¨²meros que en ¨¦l son habituales cuando tiene delante un auditorio lleno.
Pero toc¨®. Madre m¨ªa, c¨®mo toc¨®. Se apartaba del micr¨®fono y se le o¨ªa igual. Qu¨¦ contundencia, qu¨¦ riesgo, qu¨¦ sonoridad. Si Freddie hubiera ido en el Titanic, seguro que hubiera derretido el dichoso iceberg.
El vendaval
Era admirable c¨®mo, en medio de vendaval semejante, el saxofonista John Stubblefield manten¨ªa la lucidez y la tranquilidad, un poco como lo hac¨ªa Wayne Shorter en aquellos Jazz Messengers en los que estaba tambi¨¦n Freddie Hubard. Admirable resultaba tambi¨¦n c¨®mo Ronnie Mathews, ge¨²o secreto del piano, controlaba os flujos y reflujos de la secci¨®n ¨ªtmica.
Pero acabemos, que ya est¨¢ bien le meteorolog¨ªa: tal vez el progreso del jazz pase por el cerebro de europeos inquietos y porveniristas; pero el coraz¨®n del jazz est¨¢ en la m¨²sica de gente como Freddie Hubbard. M¨²sica a tumba abierta, m¨²sica en la que todo tiene raz¨®n de ser, y junto a las genialidades se meten los recursos como met¨ªa los codos el p¨ªvot Meneghin. M¨²sica que sale de donde quer¨ªa Arturo Rubinstein, de las tripas. Lo mismo que hac¨ªa Louis Armstrong, s¨®lo que adaptado a los tiempos.
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