"Vale un Per¨²..."
Llegan noticias agridulces del Per¨² bienamado. Se hacen elecciones limpias, y sube al poder el partido m¨¢s m¨ªtico, y por ello quiz¨¢ el m¨¢s desconocido y confuso de la Am¨¦rica hispana: el APRA. Pero, por otro lado, la hidra del fanatismo amenaza, por la derecha, con ruido de sables, y por la izquierda, con los locos sangrientos de Sendero Luminoso. Es la tremenda herencia espa?ola del extremismo y de la insolidaridad, del intento de unos cuantos de imponer su voluntad a unos muchos, de considerar que el otro jam¨¢s tiene raz¨®n ni merece sobrevivir... Perdonadnos, peruanos. En el fondo, la culpa tampoco es nuestra. Nos limitamos a pasaros el regalo que a nosotros nos hicieron los pueblos musulmanes. No hay m¨¢s que verlos hoy en L¨ªbano, en Irak, en Ir¨¢n, en el S¨¢hara...... Qu¨¦ pena que eso ocurra hoy en el pa¨ªs donde hay un perfecto equilibrio entre culturas, donde se encuentra la mejor combinaci¨®n de las dos fuerzas que han configurado la Am¨¦rica hispana del Sur; es decir, donde sigue tan viva Espa?a como el viejo dominio de los incas. Si la televisi¨®n se esfuerza en hacer revivir en la memoria de los peruanos la antigua lengua quechua, en la plaza de Armas de Lima sigue a caballo Francisco Pizarro, y los altares barrocos de las iglesias de la capital cohabitan, sin intentar una competici¨®n de importancia, con las ruinas de los pueblos primitivos.
... Aunque a veces el indigenismo intente, como en M¨¦xico, ocultar la mitad de su historia y referirse al pasado inca como a un para¨ªso del que fueron despose¨ªdos por los b¨¢rbaros espa?oles. Recuerdo al gu¨ªa que en Cuzco mostraba los inmensos bloques de piedra tra¨ªdos de lejanas tierras para formar la muralla. "?Qu¨¦ grandeza la de aquel imperio! ?Qu¨¦ felices eran todos ba o el gobierno del Inca.!". Le hice notar (y no le gust¨® nada) que algunos de aquellos s¨²bditos ser¨ªan menos dichosos; por ejemplo, los que trajeron a fuerza de brazos (no conoc¨ªan la rueda) los inmensos bloques que ahora admiramos.
Para muchos, Per¨² se llama Machu Picchu, y con cierta raz¨®n; su historia, que parece incre¨ªble, es cierta. ?C¨®mo puede una ciudad entera ocultarse tanto tiempo a la curiosidad a veces malsana y destructiva de unos dominadores europeos o americanos sin que nadie la delate? Y sin embargo, as¨ª fue. Sus habitantes huyeron al enterarse de la cercan¨ªa de extra?os hombres barbudos vestidos de hierro y con el trueno y el rayo en sus manos; se dispersaron por el pa¨ªs jurament¨¢ndose p¨²a que nadie supiese del fabuloso lugar abandonado. Ha sido, probablemente, el secreto mejor guardado de la historia. Y durante siglos, sin imaginarla remotamente, pasaron cerca de Machu Picchu, por ca?adas cercanas, tropas de Pizarro, soldados de los virreyes, voluntarios de Bol¨ªvar y San Mart¨ªn. Nadie intuy¨® que a pocos kil¨®metros, a la derecha o a la izquierda de su camino, exist¨ªa una ciudad encaramada en la roca, donde alternaba la piedra con el m¨¢s hermoso de los verdes. Tuvo que llegar el siglo XX para que un norteamericano audaz hiciera a la humanidad el regalo de la ciudad-f¨¢bula.
La aventura luminosa de Machu Picchu empieza en el tren que os lleva a ella, un tren que se encarama por la monta?a exactamente igual que har¨ªa una mula para evitar esfuerzos in¨²tiles; es decir, en zigzag. El viajero observa asombrado que el tren se detiene de pronto y se va hacia atr¨¢s; nueva parada y otra vez hacia adelante. As¨ª se va ascendiendo, tan lenta como seguramente, hasta la cima.
De cuando en cuando, una parada para observar el impresionante paisaje f¨ªsico -olas de monta?as con las matas subiendo mucho m¨¢s arriba de lo que la geograrla natural asegura posible- y el paisaje humano de los indios que os ofrecen productos de artesan¨ªa colocados sobre amplias mantas de colores. ?Os ofrecen? ?Qu¨¦ mal cuadra la expresi¨®n mercantil en los Andes peruanos! Las indias, porque generalmente son mujeres, est¨¢n all¨ª inm¨®viles frente a sus objetos; no animan a comprar, apenas os miran; sencillamente, esperan con esa expresi¨®n secular que he visto en los rostros bronceados desde Paraguay hasta Nuevo M¨¦xico, en EE UU. No hablan m¨¢s que para dar el precio, no regatean. Lo m¨¢s distinto en el mundo comercial es probablemente un vendedor de Fez y un mercader indio del altiplano. Ambos est¨¢n all¨ª para ganarse la vida cambiando sus productos por dinero. Pero mientras el primero habla, gesticula, os palpa, os retiene cuando quer¨¦is ?ros, el segundo os observa lejanamente cuando ofrec¨¦is un precio por lo que ¨¦l cree vale m¨¢s. No hay entre ellos la menor afinidad; son dos mundos aparte.
Estoy hablando del indio del campo, de la monta?a, alguien que, desgraciadamente, se transforma cuando baja a la ciudad. Dando la raz¨®n a Rousseau, que aseguraba que el hombre nace bueno y la sociedad le convierte en malo, el contraste peruano es extremecedor. Ese ind¨ªgena arrogante y honrado se vuelve en la capital escurridizo, alcoh¨®lico, ladr¨®n y aun asesino. Parece que en los arrabales le quitaran la capa de su vida anterior ech¨¢ndole encima el uniforme de la mugre f¨ªsica y moral del proletariado urbano. Aquel pr¨ªncipe de las alturas pasa a ser uno m¨¢s de la Corte de los Milagros.
?Qu¨¦ bien los describe Vargas Llosa en sus libros! Hay pa¨ªses privilegiados al encontrar un cronista de su vida, un espejo novelado de su existencia. Eso le pasa a Per¨² con el autor de Mayta, o el pueblo; de La t¨ªa Julia y el escribidor, o la Lima provinciana y radiof¨®nica; de Pantale¨®n..., o la gracia er¨®tico-militar.
"Vale un Per¨²", dec¨ªan nuestros antepasados para enaltecer algo. Hoy, desaparecida la riqueza de oro y plata que motivaba la frase, puede mantenerse su ¨¦nfasis por la incre¨ªble belleza que entre la naturaleza y los hombres dieron al pa¨ªs. A menudo hay quien me pide consejo sobre un viaje a Am¨¦rica advirtiendo que tiene poco tiempo, y mi respuesta es siempre la misma: "Ve a los pa¨ªses que tengan algo totalmente distinto de lo que t¨² ya conoces, un sitio donde se muestre en el m¨¢s alto grado lo que crearon los dioses antiguos y los que llegaron despu¨¦s, los que, seg¨²n la frase feliz de Garc¨ªa Serrano, hab¨ªan nacido en Extremadura. Ve a M¨¦xico. Ve al Per¨²".
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