Un hombre honesto
Es justo que Alfredo Mayo pase a la historia del cine espa?ol como el gal¨¢n emblem¨¢tico del primer franquismo. Habiendo sido el portavoz del propio Franco en Raza el h¨¦roe a prueba de heridas de ?A m¨ª la legi¨®n!', el perseguidor de moros en Harka y hasta un esquem¨¢tico palad¨ªn comunero en La leona de Castilla, su cuerpo uniformado ilustra hoy la mitolog¨ªa de aquella Espa?a impuesta a golpe de c¨¢rceles y consignas.Que igualmente fuera el, gal¨¢n enamorado de alguna comedieta ins¨ªpida a imitaci¨®n de las que marcaban rumbos en el Hollywood del momento no abarat¨® su recia figura de soldado cristiano dispuesto a las armas para asegurar el protagonismo de sus opiniones.
Es l¨®gico tambi¨¦n que cuando comenzaron a disimularse en Espa?a aquellos aires imperiales Alfredo Mayo se doliera de que su primera ¨¦poca en el cine sirviera de adjetivo absoluto para definirle.La marginaci¨®n del personaje"
Ante todo, he sido un hombre honesto", dec¨ªa, y alegraba su pesar con an¨¦cdotas lejanas seg¨²n esa vieja costumbre de los actores de posguerra empe?ados en hacer chistes de sus privilegios, de la distancia que marcaron respecto a la amargura de casi todo un pa¨ªs.Alfredo Mayo sufri¨® en su propio personaje la marginaci¨®n sufrida por su p¨²blico cuando en los a?os cincuenta otros galanes irrumpieron en el cine espa?ol proponiendo un modelo alejado del olor de las batallas.?Qui¨¦n sabe cu¨¢ntas reflexiones se hizo entonces sobre la fugacidad del triunfo! Habi¨¦ndose entregado en cuerpo y armas, le arrinconaron sus mismos camaradas. La victoria se disfrazaba a s¨ª misma oblig¨¢ndole a aparecer en la pantalla s¨®lo para despertar rancias nostalgias o juveniles sorpresas.Aquella escena presuntamente escandalosa de El ¨²ltimo cupl¨¦ donde mord¨ªa con pasi¨®n los senos de Sara Montiel le supuso un breve regreso al estrellato, aunque te?ido ya del color de un leve pecado que result¨® rentable.Carlos Saura, poco despu¨¦s, en los sesenta, eligi¨® su figura para ilustrar la cruel par¨¢bola de La caza. All¨ª, Alfredo, Mayo recogi¨® su cl¨¢sico personaje revelando lo que hasta entonces se hab¨ªa ocultado.Anclado en intereses corruptos, se encontraba solo y odiado. En La caza revel¨® Mayo sus buenas condiciones de actor tamizado por el tiempo, el punto sensible de quien lleg¨® tarde, pero sincero, a descubrir un mundo de afectos y sin t¨®picos.
Debi¨® quedarse sorprendido el h¨¦roe de la autarqu¨ªa con la devoci¨®n de sus enemigos. Con ellos obtuvo su primer real prestigio y fue entonces cuando comenz¨® su sordo lamento del tiempo pasado
"He sido un hombre honesto", repet¨ªa durante ese segundo plazo del que tambi¨¦n, injustamente, fue lentamente marginado.
Los j¨®venes autores buscaban su figura erguida, su voz ronca, su leyenda de lejano caballero quiz¨¢ como forma de compensar su propio pasado.
Pero el tiempo de la historia fue m¨¢s veloz que Alfredo Mayo y ahora, a¨²n en puertas de mostrar su capacidad como actor sin reticencias pol¨ªticas, le ha sorprendido la muerte.
No pudo ser un int¨¦rprete de m¨®dulos sensibles al representar la ¨¦poca que le toc¨® vivir. Sus obligaciones de h¨¦roe quedaron simplemente auspiciadas por la contundencia del f¨ªsico y la f¨¦rrea estructura de los personajes a los que se sum¨® con entusiasmo y no poca ingenuidad sin sospechar la irreversibifidad de un futuro inmediato.Igual hicieron otros actores del mismo tiempo, tambi¨¦n convencidos de una verdad que jam¨¢s imaginaron transitoria.Pero estos actores no tuvieron esa segunda oportunidad de Alfredo Mayo, quiz¨¢ porque en sus declamaciones no apareci¨® la virtud que ¨¦l, finalmente, convirti¨® en objetivo: ser un hombre honesto. Proyecto quiz¨¢ limitado pero no menos inusual.
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