La horda
Por la temporada viene una horda con el prop¨®sito de aniquilar la fiesta. Cuidado con ella. Esa horda cabalga percherones, que protege con empalizadas de guata, se toca con castore?o y lleva lanza para matar. M¨¢s peligrosa que todas las sociedades antitaurinas juntas, ayer en Las Ventas, como siempre, ajustici¨® a los toros y destruy¨® el espect¨¢culo.Cuidado con la horda. En la fiesta no mandan los toreros, ni los ganaderos, ni los empresarios. Manda la horda. Ya puede un torero pretender faena, un ganadero criar con esmero toros que ense?oreen su casta, un empresario ofrecer espect¨¢culo, que la horda se encargar¨¢ de arruinar estos buenos prop¨®sitos. Desde la altura de su poder¨ªo alancea sin piedad, y del atentado salen tronados los toros. Unos, moribundos y naturalmente sin ganas de embestir, a despecho de su casta noble. Otros, si innobles, defendi¨¦ndose y queriendo vengar en el torero su infortunio.
Plaza de Las Ventas
19 de mayo. Sexta corrida de feria.Cuatro toros del marqu¨¦s de Domecq, bien presentados, destrozados en varas. Cuarto, sobrero de Benavides, manejable. Sexto, de Alcurruc¨¦n, cornal¨®n y bronco. Roberto Dom¨ªnguez: estocada trasera (aplausos y saludos); pinchazo, estocada corta delantera y descabello (ovaci¨®n y salida la tercio). L¨¢zaro Carmona: pinchazo hondo perdiendo la muleta y dos descabellos (silencio); dos pinchazos, estocada corta atravesada, descabello -aviso- y cuatro descabellos m¨¢s (silencio). Pepe Luis Vargas: pinchazo, estocada atravesada que asoma y cuatro descabellos (silencio), estocada corta saliendo volteado (ovaci¨®n).
Circula por ah¨ª un proyecto de reglamento taurino que reforma el tercio de varas, moderando la fuerza del artificio de picar, y no se aprobar¨¢ jam¨¢s, porque a los picadores no les gusta. Claro que no les gusta. En cuanto el peto fuera liviano tendr¨ªan que defender al caballo y defenderse ellos mismos del batacazo. Algo imposible empleando puyazos traseros, pues su t¨¦cnica consiste en dejar que el toro alcance el peto y lo empuje, en tanto el del castore?o le abre un t¨²nel por los blandos.
Desde la impunidad act¨²an estos individuos, que acatan la disciplina de la horda, y por uno que olvida la consigna de destrozar los toros, cincuenta, o cien, la obedecen ciegamente. Desde la impunidad act¨²an, pues no se sabe de torero, ganadero, empresario o autoridad que se haya atrevido a denunciar ni a uno solo de ellos o inhabilitarlo de por vida.
Entre los de ayer destac¨® Maceo, que abr¨ªa manantiales de sangre en la espalda del segundo. Fue su siniestro m¨¦rito, precisamente, destacar entre la barbarie generalizada que hizo presa del primer tercio. Ese toro, como es l¨®gico, se quer¨ªa morir, y L¨¢zaro Carmona, que lo hab¨ªa recibido con ver¨®nicas excelentes, le intent¨® reanimar sugiri¨¦ndole el nirvana de los derechazos, sin ning¨²n resultado. El primero, muy noble, carec¨ªa de aliento para seguir el suave recorrido de muleta que le marcaba Roberto Dom¨ªnguez, por el mismo motivo. El tercero, convertido cannelloni Rossini por un tal Burgos, quer¨ªa empitonar a Pepe Luis Vargas, que era inocente, pues supli¨® la invalidez traum¨¢tica por el sentido y acab¨® peligroso.
Al p¨²blico, que llenaba la plaza hasta la bandera, se le amarg¨® la fiesta con estos sucesos, y cuando vio renquear al cuarto, pidi¨® su devoluci¨®n al corral, que el presidente tuvo el acierto de conceder. Tampoco le gust¨® el p¨¢jaro de El Sierro que le sustituy¨®, por escurrido y cariavacado, y lo rechaz¨® tambi¨¦n, esta vez por capricho.
El segundo sobrero, de Mart¨ªnez Benavides, a¨²n era m¨¢s escurrido, pero la gente ya estaba harta de protestar y se arm¨® de paciencia.
A ese lo abri¨® en canal Mu?oz, matarife ecuestre, y cuando lo tom¨® Roberto Dom¨ªnguez de muleta, estaba haciendo testamento. El diestro ensay¨® derechazos y consigui¨® cuajar tres con hondura y temple, que ya era algo en el erial de la tarde.
El quinto conserv¨® su nobleza y recorrido hasta el final. L¨¢zaro Carmona no debi¨® creerse el milagro, pues toreaba tenso, la muleta retrasadifia y adelantadillo el pico. Aunque dio muchos pases, el toro se le fue al desolladero sin torear, ni bien matar, lo cual constituye un peque?o fracaso en quien ten¨ªa esta oportunidad de rehacer su vida torera, con m¨¢s y mejores contratos que hasta ahora.
Ambrosio es el nombre del carnicero que raj¨® al sexto, un toro terciado de cornalona y astifinas defensas. Le tundi¨® los lomos, en tanto que el morriflo lo dej¨® intacto, y ese toro, que llevaba el hierro de Alcurruc¨¦n, cuando Vargas le present¨® la muleta con el ingenuo prop¨®sito de que la tomara, mugi¨® . ?Con esas a mi, quifio?". Y amag¨® tal derrote al pecho del quifio, que de poco lo funde. Defendi¨¦ndose a tarascadas, el alcurruce?o hizo pasar fatigas al peque?¨ªn Vargas, cuya ¨²nica opci¨®n era machetear, para que no le pegase una voltereta. Se la peg¨®. Llegado el inevitable momento del volapi¨¦, le enganch¨® por el vientre, afortunadamente sin consecuencias. Los toreros se marcharon filosofando sobre el porvenir que les espera despu¨¦s de la deslucida tarde, los espectadores sobre lo mal que hab¨ªan empleado su tiempo y su dinero, los ganaderos sobre el despilfarro que supone criar toros de lidia para que los descuarticen unos de castore?o, y la horda se fue a descansar, hasta la pr¨®xima.
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