'Embajadores 9, hay ascensor'
La afici¨®n de Madrid ha tenido muchos toreros favoritos a lo largo de los a?os pero ninguno era m¨¢s popular que Vicente Pastor. A principios de siglo actu¨® mucho en la antigua plaza, donde est¨¢ ahora el Palacio de Deportes. El 23 de mayo de 1918, tal d¨ªa como hoy hace 67 a?os, acudi¨® a ese coso para torear y -sin anunciar previamente su decisi¨®n- para despedirse del toreo. Fue una tarde a la vez entra?able y triste.Vicente Pastor hab¨ªa nacido el 30 de enero de 1879, y vivi¨® en el entonces n¨²mero 9 de la calle de Embajadores, en pleno Rastro. Cuando ten¨ªa 10 a?os dej¨® de estudiar y empez¨® a trabajar de aprendiz de guarnecedor. A los 15 a?os ya toreaba los novillos embolados que sol¨ªan soltarse en Madrid al t¨¦rmino de las corridas, "para los aficionados que gustan bajar al redondel". En estos lances Vicente siempre llevaba una larga blusa azul, y su valor y buenas maneras pronto llamaron la atenci¨®n de los p¨²blicos, que le bautizaron El chico de la blusa.
Fue con este apodo con el que se anunci¨® por primera vez en Madrid, el d¨ªa 13 de febrero de 1898, en un espect¨¢culo mixto. Aunque basto de figura, caus¨® buena impresi¨®n el chico, y Don Modesto, el influyente cr¨ªtico de El Liberal, escribi¨® una cr¨®nica elogiosa que, para dar a entender que este joven castizo iba a subir pronto en el mundo de los toros, se titul¨® Embajadores 9, hay ascensor. Efectivamente: en 1902, Vicente tom¨® la alternativa, y ocho a?os despu¨¦s le fue concedida la primera oreja seria cortada en la capital.
?C¨®mo era Vicente Pastor? Los testigos nos hablan de su estilo recio, seco, sin florituras; castigaba y sujetaba a los toros con eficacia, casi siempre con la muleta en la mano izquierda, y se quedaba muy quieto. Sus caracter¨ªsticas m¨¢s acusadas eran la voluntad y la honradez, y ten¨ªa un valor f¨¦rreo. Fue un excelente estoqueador.
Tal vez su estilo se expresa mejor en una conocida fotograf¨ªa tomada en la plaza de Burgos en el momento de matar: Pastor hunde la espada en el hoyo de las agujas mientras el toro mete el punto del pit¨®n derecho en la taleguilla. La composici¨®n es dram¨¢tica, y el sol resalta toda la emoci¨®n del momento; casi se puede o¨ªr el grito angustiado del p¨²blico e imaginar c¨®mo, un momento despu¨¦s, se cae el morlaco delante del h¨¦roe, ahora fuera de peligro.
Pero en 1918, a los 39 a?os de edad, Pastor sab¨ªa que habla llegado el momento de marcharse. As¨ª que, tras varias temporadas sin torear en Madrid, anunci¨® que aquel 23 de mayo matar¨ªa un toro, antes de la lidia ordinaria, en la tradicional corrida del Montep¨ªo de Toreros. La expectaci¨®n era enorme. Copiamos a continuaci¨®n de Historia de la Plaza de Toros de Madrid (1874-1934):
"Tom¨® los trastos Pastor, y ante el palco regio, porque don Alfonso XIII asisti¨® a la corrida, pronunci¨® con voz alta el siguiente brindis, que fue perfectamente o¨ªdo por los espectadores de los tendidos 1 y 10: 'Brindo por el Rey de Espa?a, por el primer madrile?o, a quien el m¨¢s humilde de los hijos de Madrid tiene el honor de brindar el ¨²ltimo toro que mata'".
Fue entonces cuando el p¨²blico se dio cuenta de que asist¨ªa a la retirada del torero. La noticia se extendi¨® r¨¢pidamente por toda la plaza, y la ovaci¨®n que se tribut¨® a Pastor no ces¨® durante toda la faena, muy valiente, que remat¨® con un buen pinchazo y una buena estocada seguida de un descabello. La ovaci¨®n fue clamorosa. El Rey llam¨® a su palco a Vicente y le felicit¨® (...) y cuando termin¨® la fiesta Pastor fue despedido con una gran ovaci¨®n, que se repiti¨® durante todo el trayecto hasta su domicilio, en Embajadores, donde hizo que su hermana Teresa le cortase la coleta y se la entreg¨® a su madre".
Una vez retirado, Vicente, soltero empedernido, sigui¨® viviendo con su madre en esa casa. De vez en cuando se le encontraba por Madrid: era un hombre bajo, feo, de aspecto bondadoso. El que estas l¨ªneas escribe recuerda haberle visto por ¨²ltima vez all¨¢ por los a?os sesenta, poco antes de su muerte a los 87 a?os. Era un d¨ªa fr¨ªo y lluvioso de invierno, y el diestro estaba sentado solo en una butaca de la oscura sala del C¨ªrculo de Bellas Artes, frente a las ventanas. Miraba hacia la lejan¨ªa, ensimismado, inconsciente del tr¨¢fico y el gent¨ªo que pasaban por la calle de Alcal¨¢. Siempre hemos querido creer que recordaba el calor y los gritos de aquella soleada tarde en Burgos cuando era joven y valiente.
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