Sr. juez
?Los viajes del Papa son materia opinable? A la vista de c¨®mo las gasta cierto juez valenciano que ha procesado a Albert Boadella a causa de Teledeum, el que esto suscribe mira a derecha e izquierda mientras redacta la columna por si advierte la presencia de Torquemadas en la costa. Me cuentan que el juez valenciano es un joven perseguidor de putas y macarrones, mediante redadas que han asombrado a los ciudadanos y les han recordado tiempos en que uno de los servicios del Estado asistencial franquista era la salvaci¨®n de las almas mediante cualquier clase de armas. Curioso y joven juez que tambi¨¦n "empapela" al gerente del teatro donde se present¨® Teledeum porque, en su opini¨®n, el propietario de una casa de putas tambi¨¦n es responsable de la prostituci¨®n.Yo estaba dispuesto a escribir una columna respetuosamente cr¨ªtica sobre los viajes del Papa. Yo quer¨ªa proponerle al Santo Padre que no viajara tanto, a la vista de que cada viaje suyo tiene su muerto y que a estas alturas habr¨¢ comprobado que todos los asfaltos de aeropuerto, que con tanto cari?o besa, saben lo mismo. Adem¨¢s, ya ha comprobado en Holanda que un viaje papal puede convertirse en una gira de Reagan por territorio de indios enemigos, y un Papa no debe temporalizar su imagen hasta el punto de convertirla en objeto de clasificaci¨®n en el hit parade de los shows pol¨ªtico-musicales. Comprendo que el Vaticano pueda ser tedioso y peque?o para la energ¨ªa hist¨®rica de ese gran atleta cristiano que es Wojtyla, y que un Papa no puede viajar de inc¨®gnito. Pero, hist¨®ricamente, santidad ha equivalido a sacrificio, y una larga temporada sin moverse del Vaticano ser¨ªa un conmovedor servicio a la tranquilizaci¨®n de los esp¨ªritus, tanto papales como antipapales.
Ignoro si el tono de mi observaci¨®n habr¨¢ ofendido a tan arcang¨¦lico y flam¨ªgero juez. No me considere su se?or¨ªa un vicioso irreversible, que no lo soy. Por ejemplo, a pesar de la ola de pornografia que nos invade, un servidor, entre Carolina y Estefan¨ªa de M¨®naco, elige a Carolina. Al fin y al cabo, preferir a las casadas no es aberraci¨®n vulgar, sino prueba evidente de respeto al matrimonio, si no como sacramento, s¨ª como instituci¨®n zool¨®gico-administrativa.
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