C¨¢ncer e inmortalidad
El bien y el mal cada vez est¨¢n menos claros. Lo mismo que la muerte y la inmortalidad. Es curioso pensar que las c¨¦lulas cancer¨ªgenas son los cuerpos vivos aut¨¦nticamente inmortales de nuestro organismo. El profesor Maciera-Coelho ha proporcionado, en un reciente congreso sobre gerontolog¨ªa, una precisa y sorprendente definici¨®n: "Carcinog¨¦nesis es sin¨®nimo de inmortalidad celular".En el campo de batalla de nuestro organismo, las c¨¦lulas sanas aparecen como cuerpos en permanente desgaste, a los que el tiempo va aniquilando de manera implacable, en un proceso que conduce al envejecimiento y a la muerte.
Frente a ellas, las c¨¦lulas cancer¨ªgenas representan la dinamicidad, la reproducci¨®n constante y vitalista; la sombra, pues, de la inmortalidad. Cient¨ªficos espa?oles est¨¢n trabajando actualmente en c¨¦lulas tumorales extra¨ªdas de un cuerpo humano que vivi¨® a primeros de siglo; tales c¨¦lulas mantienen su vigor, continuando su multiplicaci¨®n ad infinitum. No hay, en consecuencia, l¨ªmites temporales para estos elementos sedientos de eternidad, cuyo destino predeterminado es trascendente.
El combate entre c¨¦lulas normales y c¨¦lulas cancer¨ªgenas es, ciertamente, desigual. Las primeras forman un ej¨¦rcito , combativo, pero de escasa resistencia, con la espada de Damocles de un futuro hipotecado por la erosi¨®n y la destrucci¨®n inevitables. Son c¨¦lulas que se identifican con la suerte final del hombre, al modo sartriano: "Ser para morir". Las c¨¦lulas cancer¨ªgenas, por su parte, son b¨¢rbaras, individualistas, primitivas, dotadas de un instinto de reproducci¨®n inagotable: de ah¨ª su vocaci¨®n de perdurabilidad. Y adem¨¢s funcionan de manera absolutamente insolidaria, cada cual hace la guerra por su cuenta, en contraste con la solidaridad armoniosa que registran las c¨¦lulas normales. Da la impresi¨®n de que esta estrategia comunitaria y grupal lo ¨²nico que consigue es ofrecer blancos concentrados a los ataques que, en enloquecida desbandada hacia adelante, realizan las c¨¦lulas cancer¨ªgenas. Pero esta condici¨®n vitalista les concede una dosis de agresividad peligrosa; por eso su conquista del campo enemigo es, te¨®ricamente, inapelable; la destrucci¨®n sistem¨¢tica est¨¢ asegurada. Es la lucha entre lo vivo y lo caduco; entre la inmortalidad de las c¨¦lulas malignas y la decrepitud de las c¨¦lulas nacidas para desmoronarse a partir de los 25 a?os.
En abstracto, pues, las c¨¦lulas sanas conducen al envejecimiento, mientras las cancer¨ªgenas proporcionar¨ªan longevidad. Y ello ser¨ªa as¨ª si ambos organismos no estuvieran abocados a una guerra sin cuartel, en la que la virulencia de las c¨¦lulas tumorales implica una capacidad reproductora que las hace inservibles. El ej¨¦rcito sano siempre estar¨¢ en condiciones de inferioridad, en una proporci¨®n de cero a infinito.
No es ¨¦ste lugar para se?alar que, en la pr¨¢ctica, la ciencia puede introducir correcciones a ese pavoroso desequilibrio. Interesa m¨¢s bien reflexionar sobre la diferente entidad de unas y otras c¨¦lulas en estado puro. La llamativa contradicci¨®n no es sino aparente, y viene a ratificar, una vez m¨¢s, la relatividad de los conceptos com¨²nmente admitidos.
La c¨¦lula benigna es una c¨¦lula condenada, mientras que la maligna tiene ante s¨ª el infinito de la vida. Por extensi¨®n, habr¨ªa que convenir en que el bien sufre una constante corrosi¨®n, que le hace vulnerable, envejecedor, perecedero. El mal ser¨ªa una fuerza din¨¢mica en permanente proceso reproductivo y de expansi¨®n y, por tanto, hipot¨¦ticamente in mortal. No es mi prop¨®sito enzarzarme en una especulaci¨®n sobre el bien y el mal, que tantas posibilidades de lucimiento ha proporcionado a los te¨®logos cristianos y a los fil¨®sofos existencialistas. Me conformo con hacer una simple traslaci¨®n metaf¨®rica para concluir que, si no se produjera esa batalla celular, sin ese combate entre el bien y el mal, aqu¨¦l podr¨ªa ser considerado como la potencia caduca, a pesar de la solidaridad de sus componentes, y el mal, como la potencia expansiva que acabar¨ªa dominando todo el tejido social, demostrando as¨ª la energ¨ªa de la insolidaridad.
En el fondo, el verdadero misterio reside: en el comportamiento de ambas fuerzas dentro del proceso dial¨¦ctico que inevitablemente las enfrenta. De la misma manera, lo que interesa desde el punto de vista del organismo humano es el resultado de la confrontaci¨®n entre c¨¦lulas malignas y benignas, porque de ¨¦l depende la vida o la muerte de la persona. Pero no hay que hacerse ilusiones: mientras no se averig¨¹e cu¨¢l es el mecanismo exacto por el que las c¨¦lulas tumorales se multiplican vertiginosamente, no podr¨¢ detenerse de ra¨ªz su progresi¨®n invasora y el cuerpo humano siempre ser¨¢, en teor¨ªa, una v¨ªctima propiciatoria. La otra inc¨®gnita tambi¨¦n queda en suspenso: ?cu¨¢l es el mecanismo de reproducci¨®n del mal?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.