Libertad de conciencia
Uno se pregunta c¨®mo ser¨¢ la obra llamada Teledeum, que una compa?¨ªa de teatro estaba representando en Valencia hasta hace algunos d¨ªas. S¨®lo llega la densa noticia de que ha sido procesada penalmente, por delitos de blasfemia y "contra la libertad de conciencia". La querella se basa, al parecer, en sostenidas burlas y agravios all¨ª vertidos contra los dogmas, ritos y ceremonias de una confesi¨®n religiosa.Aunque haya excepciones, burlarse y agraviar rara vez lleva lejos; es f¨¢cil caer en el panfleto de mal gusto, o chapotear en el resentimiento, o buscarle peras al olmo simplemente. Como no he visto la obra de Els Joglars, todo ese aspecto del asunto que da fuera de juego. Es el hecho en s¨ª de que una representaci¨®n teatral sea perseguida criminalmente lo que mueve a serias reflexiones. Thomas Jefferson era ya anciano cuando fue informado de ciertos planes para la condena de un libro, por ofensas a la religi¨®n; tom¨® entonces la pluma y escribi¨® a la autoridad administrativa en funciones una carta memorable. "Constituye un insulto a nuestros ciudadanos", dec¨ªa all¨ª, "poner en duda si son o no seres racionales; y ofende a la religi¨®n suponerla incapaz de atravesar la prueba de la verdad y la raz¨®n". En el ¨²ltimo p¨¢rrafo vaticinaba un gran ¨¦xito al libro en cuesti¨®n, si acabara siendo prohibido; "todos los hombres de este pa¨ªs considerar¨¢n un deber compr¨¢rselo, para reivindicar su derecho a adquirir y leer lo que les plazca".
De la misma mu?eca hab¨ªa surgido 20 a?os antes, en 1799, el primer proyecto de ley sobre libertad de opini¨®n -libertad incondicionada- presentado ante una asamblea pol¨ªtica occidental. El Bill de Virginia empezaba considerando que el Hacedor quiso libre la mente, pues la cre¨® irreprimible por medios f¨ªsicos, y que cualquier intento de influir en ella usando intimidaci¨®n "engendra h¨¢bitos de hipocres¨ªa y perversidad, falsas religiones". Impreso en edici¨®n biling¨¹e, nada menos que en el Par¨ªs de 1786, este Bill ser¨¢ desarrollado por los radicales franceses como Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. De hecho, nuestra Constituci¨®n acoge su esp¨ªritu al reconocer y proteger el derecho a "difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro modo de reproducci¨®n" (art¨ªculo 20).
Sin embargo, no quisiera pasar por alto un modo muy distinto de entender las cosas. El emperador Shih Huang Ti fue un hombre con ideas grandiosamente simples. Levant¨® la Gran Muralla para defender del enemigo externo, y quem¨® la escritura para defender del enemigo interno. Por mandato suyo fueron destruidos los anales de Gobiernos previos y, en general, cualesquiera textos, excepto unos pocos de herborister¨ªa y adivinaci¨®n. Su expresa meta era "dar al pueblo paz. y orden", ideal que repetir¨¢n los aut¨®cratas posteriores con rara unanimidad. A primera vista podr¨ªa parecer barb¨¢rico ejecutar y desterrar a ilustrados, o castigar la posesi¨®n de libros prohibidos con una marca grabada a fuego y trabajos forzados. Mir¨¢ndolo m¨¢s despacio, en t¨¦rminos comparativos, este estadista dio muestras de clemencia y hasta magnanimidad; se abre camino la impresi¨®n de que apenas hubo cinco centenares de ejecutados, mientras la mayor¨ªa de los scholars s¨®lo sufri¨® destierro.
Como extremos de un solo torniquete, hecho para estrangular las esperanzas del hombre renacentista, los cat¨®licos y protestantes europeos fueron bastante m¨¢s lejos que Shih Huang Ti. En 1529, por ejemplo, es otro emperador, Carlos V, quien decreta que la lectura, la compra o la posesi¨®n de libros prohibidos constituye: delito, y que su castigo ser¨¢ la decapitaci¨®n para los hombres y el enterramiento en vida para las mujeres, salvo que se trate de casos m¨¢s graves (posesi¨®n de libros no para el autoconsumo, sino para el tr¨¢fico), donde el castigo ser¨¢ la hoguera; William Tynsdale, entre otros, traductor al ingl¨¦s del Nuevo Testamento y del Pentateuco, probar¨¢ la seriedad de esta ley a los siete a?os de su promulgaci¨®n, cuando sea quemado en un castillo cercano a Bruselas. El espec¨ªfico ?ndice espa?ol de Vald¨¦s (1559) prescribe la misma pena para quien posea "literatura sagrada en lengua vulgar". A los reformistas siempre les pareci¨® una abominaci¨®n cualquier ¨ªndice, pero cometer¨ªamos una magria injusticia excluy¨¦ndolos del delirio. En 1623, la fugaz rep¨²blica puritana inglesa ordena demoler toda clase de teatros, y proh¨ªbelas fr¨ªvolas representaciones; por entonces, sus correligionarios americanos persiguen brujas lascivas y venden irlandeses en el mercado de esclavos de
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Libertad de conciencia
Viene de la p¨¢gina 11 .Virginia: aunque tengan la piel blanca, su alma es tan negra como la de los dem¨¢s papistas.
Esto no es todo. Recordemos que el proceso inquisitorial -cat¨®lico y protestante- se basa en la presunci¨®n de culpa para quien llegue a ser encartado, y que Inocencio IV autoriz¨® expresamente -en 1252- el uso de torturas para obtener la confesi¨®n del reo. Los excelentes trabajos de Caro Baroja sobre este tipo de causas nos aclaran que pod¨ªan servir como testigos ni?os peque?os, d¨¦biles mentales, dementes furiosos y enemigos declarados del reo. La presunci¨®n de culpabilidad -y los modos de atestiguarla- hac¨ªan muy raro que el acusado alegara inocencia, y, cuando as¨ª era, la actitud induc¨ªa una acusaci¨®n suplementaria de r¨¦probo recalcitrante, con infalible condena a la hoguera. En jueces c¨¦lebres, como Bodino y De Lancre, est¨¢ atestiguada la costumbre de prometer a cambio de una confesi¨®n penas inferiores a la capital, y luego -para no transgredir la palabra dada- delegar en alg¨²n colega no comprometido la prosecuci¨®n de la causa y la reparadora sentencia capital.
Comentado el (por contrapartida) muy benigno proceso de brujer¨ªa a un adolescente zu?i, ya L¨¦vi-Strauss vio perfectamente que este tipo de acusaciones tiende siempre a promover un consenso simb¨®lico entre los miembros de cierto grupo, nunca a analizar con m¨ªnima objetividad c¨®mo, por qu¨¦ y hasta qu¨¦ punto un determinado individuo ha hecho o no algo. El acusado est¨¢ all¨ª como pieza de un ritual conducente a que otros puedan sentirse unidos y reafirmados en una idea particular de la realidad. "De amenaza a la seguridad f¨ªsica del grupo", dice la Antropolog¨ªa estructural, "pasa a ser el garante de su coherencia mental"; en otras palabras, "gracias al culpable, la hechicer¨ªa deja de ser un conjunto difuso de sentimientos y representaciones mal formulados, para encarnarse en ser de experiencia".
Los nombres cambian. Ahora la Sagrada Congregaci¨®n de la Inquisici¨®n Romana se llama Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe. El Index Librorum Prohibitorum -cat¨¢logo ingente iniciado hacia el siglo V- dej¨® de publicarse hace muy poco, en 1966, a propuesta del, cardenal Ottaviani, cabeza de la mencionada congregaci¨®n. T¨ªtulos otrora muy honor¨ªficos, como Gran Inquisidor o Martillo de Herejes, ya no lo son tanto. Los descendientes nominales de quienes prendieron fuego a la Biblioteca de Alejandr¨ªa y desmembraron en la calle a su directora, la ge¨®metra Hipatia, prefieren tolerar a personas de otra opini¨®n -antes heterodoxos incinerables- y poder reclamar as¨ª respeto para las propias creencias. Se dir¨ªa que, frente a un pasado de fan¨¢tica intolerancia, los sectores progresistas de las grandes sectas prefieren correr un piadoso velo, e incluso reconocer los errores de una pol¨ªtica ya superada. Y bien, con los brazos abiertos deber¨ªa recibir quien no pertenece a sectas positivas a los que, perteneciendo a ellas, cifran en un respeto al discernimiento individual el verdadero humanismo.
Sin embargo, algunos entienden el respeto a sus creencias en el sentido de que no puedan ser puestas en tela de juicio, escarnecidas y denostadas como todas las dem¨¢s, y como ellos mismos -con todo derecho- denostan, escarnecen o ponen en tela de juicio ideas o creencias ajenas. Convendr¨ªa recordar a estas personas que el atropello a una creencia no consiste en discutirla, sino en la salvaje pr¨¢ctica de perseguir a quienes la profesan. No logro evitar una sonrisa al imaginar lo que sentir¨ªa el querellante contra Teledeum si las cofrad¨ªas organizadoras de procesiones en Semana Santa fuesen procesadas por idolatr¨ªa, embriaguez de la comparsa o atentado contra la sana raz¨®n, y aprovecho para aclarar que -a mi juicio- tales medidas ser¨ªan odiosa tiran¨ªa. Por eso mismo, quienevsientan herida su autonom¨ªa espiritual por lo que piensen. o digan otros no deber¨ªan apresurarse a denunciar agresiones. Cuando a'un ortodoxo, por el mero hecho de serlo, se le trate como han sido tratados los distintos heterodoxos durante m¨¢s de un milenio, entonces y s¨®lo entonces ser¨¢ el momento de apelar a la "libertad de conciencia".
Lo inquietante es que un hombre s¨®lo concede libertad de conciencia a otro cuando se la concede a s¨ª mismo. Sabe a amarga par¨¢bola el que quienes ahora solicitan cortes¨ªa ybuenas maneras para su fe fantasean en sus ratos libres una Espa?a imperial con Torquemada al frente de la brigada de costumbres, exterminando jud¨ªos y moriscos, hechiceros, ilustrados y hugonotes. ?No ser¨¢, que estos querellantes son mucho, mucho menos numerosos que antes? Y, si as¨ª fuera, ?habr¨¢ un mejor augurio de progreso?
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