Postsocialismo
A veces las palabras y las denominaciones cuentan. As¨ª, si aceptamos para el PSOE actual o para el PSI de Craxi la calificaci¨®n de socialdem¨®cratas, cabe deducir de una valoraci¨®n de sus respectivas pol¨ªticas el fracaso de todo reformismo y sancionar las conocidas posiciones del radicalismo pasivo o de las fidelidades tradicionales. Nada interesar¨ªa de cuanto ocurre en el interior de las socialdemocracias sueca o alemana, o en el laborismo, de no haber sino variantes nacionales de un fen¨®meno com¨²n en las l¨ªneas pol¨ªticas seguidas por los socialismos del sur de Europa. Seg¨²n propone el Partido Comunista Franc¨¦s, toda perspectiva transformadora basada en una estrategia de alianzas habr¨ªa de ser abandonada por los verdaderos revolucionarios.
Las cosas discurren de otro modo, y hay que hacer caso a los propios protagonistas. El abandono de la perspectiva reformista traza la divisoria, y no es casual que Bettino Craxi, al pensar sus propios planteamientos, hable de una mutaci¨®n gen¨¦tica en el socialismo. Como tel¨®n de fondo, que explica mucho, pero no todo, la crisis econ¨®mica, con sus secuelas de disgregaci¨®n y orientaciones defensivas en las clases trabajadoras. Pero no es el ¨²nico factor. Para los socialistas italianos, espa?oles y portugueses, cada uno a su modo, interviene la posici¨®n inicial de inferioridad frente al movimiento comunista en sus respectivos pa¨ªses y la definici¨®n consiguiente de una prioridad, la autonom¨ªa, el propio reforzamiento, como fin ¨²ltimo que lleva consigo la anulaci¨®n de toda perspectiva unitaria. Tal estrategia pol¨ªtica habr¨ªa culminado en Espa?a con el triunfo electoral del PSOE en 1982 y acaba de rendir sus frutos para Craxi en las administrativas italianas. Eso s¨ª, al precio de asumir por parte socialista el papel de fuerza subalterna respecto al poder capitalista, bajo el signo de la modernizaci¨®n. Con la agravante, en el caso italiano, de que la relativa consolidaci¨®n de Craxi frente al PCI tiene lugar al precio de resucitar la hegemon¨ªa democristiana. Logro escasamente progresivo y, desde luego, bien poco moderno.
De Suresnes a la Moncloa
En el caso espa?ol, los or¨ªgenes presentan cierta opacidad. Hace ahora 10 a?os, el grupo dirigente del PSOE renovado hablaba sonoramente de "l¨ªnea revolucionaria", del objetivo de la "democracia socialista", de marxismo, de frente obrero, de autogesti¨®n. E incluso despu¨¦s de la crisis de 1979 qued¨® el espacio para un reformismo radical, de aire bernsteiniano, muy acorde con las dificultades del momento y reflejado indudablemente en la forma y en el fondo del programa electoral de 1982. Y que, como todo el mundo sabe, es hoy papel mojado.
Puede pensarse que esta inversi¨®n de las promesas es algo parecido a una traici¨®n y responde, seg¨²n ha apuntado Tamames, al vicio de origen- de unos usurpadores de las siglas de la hundida socialdemocracia espa?ola del exilio. El innegable corte hist¨®rico de 1972-1974 parece abonar esa tesis. Ahora bien, no cabe menospreciar las continuidades en el cambio. El peque?o PSOE de 1974, con sus 2.500 afiliados del interior (?20 en toda Valencia!), apenas presenta otros enlaces s¨®lidos con el pasado que los n¨²cleos obreros vascos y asturianos. El aluvi¨®n vendr¨¢ luego, en torno a 1977. Pero Gonz¨¢lez, Guerra, M¨²gica, hab¨ªan optado ya antes. Y en el PSOE de Prieto-Llopis, configurado en la crisis de la posguerra, hab¨ªa elementos que heredar¨¢n los renovadores. As¨ª, la l¨®gica de dependencia respecto a la pol¨ªtica occidental, una conciencia de sumisi¨®n a instancias exteriores que hace de la Internacional Socialista el eje del relevo Llopis-Isidoro. La distancia del movimiento obrero real en Espa?a. El anticomunismo. Ning¨²n eco qued¨® del llamamiento unitario hecho por Largo Caballero a su regreso del campo nazi de Oranienburg. Por no hablar del legado pol¨ªtico de Juan Negr¨ªn, sistem¨¢ticamente excluido.
El radicalismo de las propuestas con vistas a la transici¨®n pasa a primer plano desde 1975. Boyer habla entonces del absurdo de la pol¨ªtica econ¨®mica cl¨¢sica, de la exigencia t¨¦cnica de nacionalizar la banca. Felipe Gonz¨¢lez, de Marx como gu¨ªa te¨®rico, de lucha de clases, etc¨¦tera. El joven PSOE era como el PCE, m¨¢s la garant¨ªa democr¨¢tica. Pero, por encima de todo, en los textos de Gonz¨¢lez y Guerra domina la exigencia de no comprometer las fuerzas salvo en la afirmaci¨®n de la opci¨®n aut¨®noma. Franco desaparecer¨¢, luego el r¨¦gimen, siempre por s¨ª solos; no hay que temer la involuci¨®n. Al tiempo que mantiene bien alta su puja ideol¨®gica, el PSOE hace su pol¨ªtica. Por lo menos hasta conquistar su mercado electoral: el t¨¦rmino espacio pol¨ªtico, repetido hasta la saciedad, fundamenta la negativa a todo enfoque unitario. Era el modo de justificar la l¨®gica de competencia, pol¨ªtica y sindical, frente al PCE (que ¨¦ste legitim¨® m¨¢s de una vez con el eje Su¨¢rez-Carrillo).
Luego, en las elecciones de 1979, la estrategia de la puja toc¨® techo. La hegemon¨ªa socialista en la izquierda estaba consolidada, y Marx pasaba a ser un obst¨¢culo con vistas a las capas medias y a los poderes f¨¢cticos. La noci¨®n de reformismo radical servir¨¢ muy bien como puente con el pasado. Pero el hilo conductor, una l¨®gica de marketing capitalista para alcanzar el poder, habr¨ªa de afirmarse m¨¢s all¨¢ de las apariencias ideol¨®gicas.
El poder como fin
La llegada al Gobierno marca un ¨²ltimo viraje, aparatoso en la forma, pero congruente con el desarrollo anterior. El reformismo radical esgrimido con tanto ¨¦xito para ganar las elecciones cede. paso al criterio de fondo,
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deslizado por Felipe Gonz¨¢lez antes de la consulta, del cambio como funcionamiento eficaz del sistema. La justificaci¨®n oficial, basada en el peso de la herencia recibida y en la imposici¨®n del principio de realidad, puede explicar retrocesos concretos, pero no la rectificaci¨®n general que sufre el proyecto electoral del PSOE en terrenos fundamentales: pol¨ªtica econ¨®mica, OTAN, libertades p¨²blicas. Vista retrospectivamente, la propia selecci¨®n del equipo de gobierno marc¨® el viraje: Boyer, Solchaga, Barrionuevo, Almunia. Vale la pena recordar unas palabras de este ¨²ltimo que entonces, antes de las elecciones, pasaron. inadvertidas. El futuro ministro de Trabajo se?alaba el agotamiento hist¨®rico de las soluciones tradicionales de la izquierda. Pero no s¨®lo firmaba el certificado de defunci¨®n de "los que le¨ªan mec¨¢nicamente a Marx", sino tambi¨¦n, sorprendentemente, de "los socialdem¨®cratas", quienes, "solamente se ocupaban (sic) de distribuir la riqueza". Algo parecido dir¨¢, ya en el poder, Solchaga en el Club Siglo XXI. La funci¨®n del Gobierno socialista ser¨¢ olvidar se de la distribuci¨®n y mirar al aumento de la producci¨®n. Esto es, dar v¨ªa libre a la reactivaci¨®n del capitalismo.
En una d¨¦cada se ha pasado de la utop¨ªa autogestionaria al socialismo liberal (de liberalismo econ¨®mico). Como advierte Guerra, pero por otras razones, el PSOE no es socialdem¨®crata, aun cuando siga utilizando esa marca de f¨¢brica rentable en la proyecci¨®n internacional. Lo que no cabe es negar coherencia a este postsocialismo al aglutinar distintas fuerzas en su proyecto: el gran capital, transnacional y espa?ol, encuentra un instrumento pol¨ªtico que sin reserva asume la dependencia en cuanto exigencia de racionalizaci¨®n; sectores intelectuales y profesionales, privados de protagonismo en el aparato de Estado por su divorcio del franquismo, pueden integrar ahora una tecnocracia fundamentalmente conservadora, pero legitimada por su pasado radical, y, por ¨²ltimo, los trabajadores, a la defensiva ante la crisis, y con una desesperanza confirmada por las derrotas de la reconversi¨®n, quiz¨¢ se resignen al mal menor, cediendo paso a paso, perdiendo porciones crecientes de poder adquisitivo y pol¨ªtico. La gesti¨®n de la crisis desde el capital ha encontrado su f¨®rmula.
M¨¢s a¨²n, la forma del reajuste econ¨®mico se convierte en clave estrat¨¦gica de la acci¨®n de gobierno. De toda la acci¨®n de gobierno. Para el discurso oficial, invocar las reformas equivale a sentar plaza de utopista o desestabilizador. Valga el ejemplo de la intervenci¨®n parlamentaria de Barrionuevo sobre la desmilitarizaci¨®n de la Polic¨ªa Nacional, cuando ¨¦l mismo hab¨ªa defendido a fondo esa l¨ªnea antes de 1982. La inseguridad del terreno pisado se traduce en descalificaci¨®n de la cr¨ªtica en cuanto progresismo-que-es-reaccionario. Claro que esa tentaci¨®n autoritaria estaba ya ah¨ª, y puede rastrearse en los textos de los principales ide¨®logos del PSOE al fijar su propuesta: "El socialismo como reformismo radical es la ¨²nica v¨ªa defendible que evita la tentaci¨®n totalitaria o la tentaci¨®n derechista, a la vez que es la ¨²nica opci¨®n honesta desde el punto de vista pol¨ªtico e intelectual". Siguiendo esta peligrosa v¨ªa, el disentimiento del poder equivale a pura negatividad pol¨ªtica, a irracionalismo. Y tal reflejo defensivo resulta tanto m¨¢s agudo cuando de las expectativas de reforma se pasa al maritenimiento de abusos y pr¨¢cticas tradicionales. Tambi¨¦n a medida que la debilidad del PSOE como partido, con una presencia nula en la sociedad civil salvo en la forma de'proyecci¨®n de poder desde el Estado, le obliga a mantener el consenso mediante la manipulaci¨®n de la opini¨®n (ejemplo, TVE) y la secuencia de presiones e infracciones en el campo de los derechos civiles. Cosas que ni los m¨¢s pesimistas en 1982 pod¨ªan pronosticar.
Como consecuencia, asistimos a un inesperado retorno del fin de las ideolog¨ªas. S¨®lo hay pol¨ªtica de imagen. Si, como citan Alonso de los R¨ªos y Elordi en su valioso y olvidado Desaf¨ªo socialista, la posici¨®n dura anti OTAN fue debida a la alta rentabilidad ("nos va a dar dos millones de votos", coment¨® Alfonso Guerra), ahora se trata de capear el temporal de las sangr¨ªas electorales, sacando se?uelos como la reducci¨®n de las bases, y, sobre todo, mostrando que la ideolog¨ªa, el coraz¨®n del presidente, ha de someterse, como todo en el pol¨ªtico, a la fr¨ªa realidad. Por eso mismo habr¨¢, en otro orden de cosas, elecciones anticipadas, evitando la peligrosa prueba de Andaluc¨ªa.
Exigencia final, inevitable: el desmantelamiento de toda fuerza de izquierda resistente, una vez en la agon¨ªa el PCE, con el fin de consolidar la hegemon¨ªa de ese "partido de cuadros con referente sindical", producto de la estrategia Gonz¨¢lez-Guerra. Aqu¨ª reside hoy el ¨²nico eslab¨®n d¨¦bil de la, cadena. En la sociedad civil y en el interior del movimiento socialista, en su sindicato. Por eso, m¨¢s all¨¢ del debate sobre las pensiones (importante, pues, como dijera Felipe Gonz¨¢lez en 1979, la Seguridad Social "es una parte del proceso de avance hacia el socialismo"), lo que cuenta es la opci¨®n entre el mantenimiento de un margen de autonom¨ªa en UGT o, por el contrario, su subordinaci¨®n definitiva, sometiendo al veterano y mal aconsejado dirigente. Est¨¢ en juego el resquebrajamiento o la coagulaci¨®n de este c¨ªrculo vicioso consistente en no cambiar nada, retroceder una y otra vez, con el pretexto de que las cosas no vayan a peor.
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