Australia la de 'El p¨¢jaro espino'
El barco que me llevaba era lo m¨¢s parecido a un, barco de esclavos que pueda existir en el siglo XX. La sentina de ayer era ahora una clase, la segunda o tur¨ªstica, pero eso s¨®lo porque en los buques, como en los trenes, hace mucho que suprimieron la tercera... nominalmente, claro. Concretamente esa clase segunda a la que me refiero ,estaba totalmente cerrada a la habitual visita curiosa de los pasajeros de primera. Especialmente por el grupo yugoslavo -de navaja f¨¢cil de abrirse- y que iba a trabajar a las minas australianas durante dos a?os para volver a su patria con sus ahorros siendo reemplazado por otros compatriotas suyos. Compart¨ªan (y, a veces, re?¨ªan por el espacio) otro grupo de obreros, esta vez italianos, que en lugar de regresar ser¨ªan absorbidos por la inmigraci¨®n it¨¢lica permanente all¨ª. Muchos ven¨ªan con la nueva esposa ida a buscar al pueblo de donde proced¨ªa la mayor¨ªa, un lugar de los Abruzos que, me dec¨ªan, ten¨ªa ya m¨¢s gente en Australia que en sus propias calles.En primera, en cambio, aparte de algunos turistas s¨®lo hab¨ªa australianos regresando a su pa¨ªs despu¨¦s de pasar varios meses en Europa. Ese largo tiempo (debido, sobre todo, al intento de amortizar el alto gasto que representa trasladarse tan lejos) les hab¨ªa convertido en un grupo de gente cansada y callada, con tremendos deseos de volver a casa. Los gastos que hac¨ªan a bordo eran los m¨ªnimos que les permit¨ªan su exhausto bolsillo y su moral hundida. Quien hubiera conocido s¨®lo ese esp¨¦cimen hubiese llegado a una conclusi¨®n realmente pesimista sobre su car¨¢cter nacional. Pero cuando ese grupo desembarc¨® y fue sustituido por otro que, por el contrario, estrenaba optimismo ante su viaje a Europa (el Galileo Galilei daba la vuelta al mundo cruzando por el canal de Panam¨¢) la impresi¨®n tuvo que cambiar forzosamente. Las risas y las fiestas fueron constantes desde entonces y las botellas de champa?a se terminaron antes de llegar a Jamaica. Este cronista no pod¨ªa imaginar que el viejo refr¨¢n espa?ol "?A d¨®nde vas? ?A los toros! ?De d¨®nde vienes? De.... los.... to... ros" pod¨ªa aplicarse con la misma alternativa de ilusi¨®n y desilusi¨®n a unos nativos del quinto continente en su viaje a la vieja Europa.
Hicimos escala en Perth, Adelaide, Melbourne, Sidney... Conoc¨ª un pa¨ªs extra?o-, mezcla de la vieja Inglaterra, de donde salieron los primeros pobladores blancos en calidad de prisioneros por delitos comunes, y de Estados Unidos. Existe la ceremonia del t¨¦ y el juego de los bolos, con se?oras vestidas uniformemente de blanco, gorrito incluido; existe el cricket y el rugby. Pero, por otro lado, la gente joven gusta de caminar, descalza, vestir informalmente y gritar cuando bebe tanto como puede hacerlo un californiano o un tejano. De estos ¨²ltimos tienen tambi¨¦n la costumbre de los anchos espacios: "Mi t¨ªo me llevar¨¢ en su avioneta", dec¨ªa un personaje de la serie televisiva ¨²ltima. Como en Norteam¨¦rica, las distancias son enormes y los reba?os (aqu¨ª de ovejas merinas) inmensos. A los caballos salvajes hay que matar los de cuando en, cuando para que no acaben con las cosechas; cuando hay un incendio, devora centenares de kil¨®metros cuadrados... Todo es gigantesco. Por ello, como Am¨¦rica, es pa¨ªs de inmigraci¨®n constante. Habl¨¦ con griegos, espa?oles franceses y, naturalmente, con los ubicuos italianos antes aludidos.
La naturaleza es impresionante por lo vasta, pero m¨¢s en su aspecto zool¨®gico.
Australia es la patria del animal extra?o, del perro salvaje o dingo, del koala que se te abraza amorosamente -por cari?o, dicen los visitantes-, adormecido por las hojas que toma como alimento -precisan los t¨¦cnicos-. Y ese canguro que a m¨ª me da siempre tristeza verlo; tengo la sensaci¨®n de que se trata de un animal que a Dios le sali¨® deforme y luego, ocupado en otros bichos, no tuvo tiempo de alargarle las patas delanteras o rebajarle las traseras
Las ciudades australianas, en cambio no son excesivamente interesantes, salvo Sidney, donde el mar y la tierra se combinan bellamente como en San Francisco y que all¨ª permiten dar doble posibilidad al residente, que puede tener el coche delante de su casa y la lancha (motora o a vela) detr¨¢s, en uno de los canales por los que el agua se mete en la ciudad como finos dedos. Su teatro de la ¨®pera es impresionan te, y utilizo ese adjetivo en forma ecl¨¦ctica porque es igualmente negativo o positivo el impacto sobre el viajero que le ve surgir como un animal prehist¨®rico al acercarse el barco a la ciudad-. Como todo pa¨ªs pionero de origen, tras afianzarse econ¨®mica mente empieza ahora Australia a buscar el penacho cultural que toda sociedad necesita para ser completa. De ah¨ª la ¨®pera, la universidad ampli¨¢ndose constantemente (Departamento de Espa?ol incluido)... De ah¨ª tambi¨¦n la irrupci¨®n de las formas nuevas de cultura, como el cine, en el mundo occidental. "?Una pel¨ªcula australiana, dice usted?". Esa pregunta asombrada pudo hacerse hace 10 a?os, pero hoy los cin¨¦filos del mundo conocen y aprecian los logros del pa¨ªs de los ant¨ªpodas de Europa occidental.
Y los televidentes, claro est¨¢. Sobre el tema Australia antes pod¨ªan contestar s¨®lo viajeros tenaces o peritos de geograf¨ªa. Hoy, en cambio, ese conocimiento ha llegado a la masa aunque sea de forma m¨¢s o menos despistada.
-?Australia? Ah, s¨ª; el pa¨ªs de El p¨¢jaro espino.
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