Morirse de dolor
Los m¨¦dicos tratan de alejar de los enfermos el fantasma del sufrimiento
"Morirse de dolor" es una frase hecha, simple y escueta, que utilizamos habitualmente con ligereza para exorcizar quiz¨¢ el miedo que el dolor y la muerte producen en una sociedad que, a pesar de que lo provoca, teme el sufrimiento. Se calcula que la tercera parte de la poblaci¨®n de los pa¨ªses desarrollados sufre dolores agudos y cr¨®nicos. Los analg¨¦sicos representan por ello las dos terceras partes de las ventas diarias en una farmacia. La mayor¨ªa de ellos para tratar procesos pasajeros. Pero el dolor cr¨®nico insoportable que acompa?a las fases finales de los procesos cancerosos se recluye en las habitaciones de los hospitales,. y como mucho aflora hasta las salas de espera y los pasillos.
Es un tema del que molesta hablar; los especialistas buscan constantemente nuevos medios con los que aliviar estos dolores. Aunque a¨²n prevalece entre ' la clase m¨¦dica el miedo y la negativa a administrar los calmantes, las llamadas unidades del dolor se est¨¢n implantando poco a poco en los grandes hospitales. Por otra parte, mientras los familiares se muestran partidarios de evitar a sus allegados sufrimientos in¨²tiles, ¨¦stos rechazan muchas veces los analg¨¦sicos porque el dolor que precede a la muerte es al tiempo, y como una inmensa paradoja, un s¨ªntoma de vida.Tan s¨®lo en una ocasi¨®n se ha visto obligado el doctor Gonz¨¢lez Navarro a negar la eutanasia a una de sus pacientes en la unidad de dolor del Instituto Nacional de Oncolog¨ªa, porque s¨®lo una vez se lo han requerido. La paciente ten¨ªa 45 a?os y era una mujer profundamente religiosa. Sufr¨ªa un c¨¢ncer de mama con met¨¢stasis, que le hab¨ªa producido par¨¢lisis en las piernas. "Ella conoc¨ªa su diagn¨®stico y a los tres o cuatro meses fue cuando nos pidi¨® la eutanasia. Estaba desesperada, no quer¨ªa vivir m¨¢s . Se sent¨ªa sobre todo anulada como mujer. Ten¨ªa dos hijos varones y era su suegra quien la atend¨ªa. No aguantaba el hecho de no poder moverse y quiz¨¢ fue esto, m¨¢s que los dolores, lo que le hizo pedirnos que le di¨¦ramos algo para acabar de una vez", dice Gonz¨¢lez Navarro.
Tanto ¨¦l como el doctor Tom¨¢s Molinero y la doctora Mar¨ªa Jos¨¦ Gonz¨¢lez, miembros del equipo, se muestran contrarios a la eutanasia activa y reconocen al tiempo que "tienes la obligaci¨®n de decir a los pacientes hasta d¨®nde. puedes llegar, porque en estos procesos siempre queda una parte de dolor". La unidad de la que forman parte funciona como tal desde diciembre de 1981, aunque la ¨²nica unidad de dolor reconocida en un centro de la Seguridad Social, e inscrita en el directorio internacional como ' tal es la que dirige el doctor Madrid Arias, en la ciudad sanitaria Primero de Octubre.
Mientras en la unidad dirigida, por Andr¨¦s. Gonz¨¢lez Navarro s¨®lo se tratan dolores producidos por tumores malignos, en la del doctor Madrid Arias se atiende todo tipo de dolores cr¨®nicos. El dolor se manifiesta habitualmente como un mecanismo de defensa del organismo para alertar de que algo no funciona, pero en determinados procesos el dolor persiste a¨²n despu¨¦s de haber desaparecido la enfermedad originaria. Se considera entonces que el dolor se ha convertido en una enfermedad en s¨ª, misma, pierde su valor biol¨®gico y se convierte en un sufrimiento in¨²til.
Dentro de estos ¨²ltimos se diferencian, a su vez" dos tipos de dolores: benignos y malignos. Los primeros se refieren a aquellos procesos que aunque modifican la
Morirse de dolor
calidad de vida del paciente imposibilitando en ocasiones su actividad laboral, no ponen en peligro su vida, como son las neuralgias del trig¨¦mino, artritis, lumbagos y re¨²mas, que sufren el 60% de los dolientes. El t¨¦rmino maligno se refiere a aquellos dolores provocados por una enfermedad progresiva y fatal como es el c¨¢ncer.Resistir
Mar¨ªa P. a¨²n tiene grabados en su memoria los constantes quejidos de su prima, fallecida hace justamente un a?o de un c¨¢ncer intestinal en el Hospital Provincial de Madrid. "Era muy religiosa; constantemente hablaba de Dios, pero cuando ten¨ªa la fase de los dolores agudos se quer¨ªa morir. Despu¨¦s se calmaba, aunque el efecto duraba muy poco tiempo. El problema de los centros donde no hay unidades de dolor es que en ellos no se realiza ning¨²n tratamiento individualizado. Se reparten las pastillas, igual para todos, a horas fijas, como si fuera el pienso del ganado. Los calmantes eran cada cuatro horas y el efecto se le pasaba a la hora y media. A partir de eso todo era sufrimiento. Si le ped¨ªas a la enfermera que aumentara la dosis se negaba 'porque era malo para su salud'. En la misma habitaci¨®n hab¨ªa una paciente con un mieloma, y su hija, no s¨¦ c¨®mo, hab¨ªa conseguido analg¨¦sicos; le pon¨ªa las inyecciones a escondidas. Yo, si hubiera podido", contin¨²a, "tambi¨¦n lo habr¨ªa hecho, igual que si me hubiera pedido que la ayudara a morir, aunque nunca lo hizo. Para m¨ª la eutanasia es un signo de civilizaci¨®n; lo que es una barbaridad es precisamente dejar sufrir a estas personas".
En el Instituto Nacional de Oncolog¨ªa, cuando ingresan los pacientes se realiza una primera entrevista con un psic¨®logo, que determina en qu¨¦ situaci¨®n se encuentran. El dolor es muy dif¨ªcil de medir, totalmente. subjetivo, con un componente ps¨ªquico sobrea?adido, como depresiones profundas y ansiedad. "Recibimos al enfermo normalmente en la fase terminal del proceso", dice el doctor Gonz¨¢lez Navarro, "cuando ya no hay otro tipo de tratamiento. En contra de lo que se piensa, tardan en pedir los calmantes, aguantan por no molestar y porque mientras duele hay se?al de que queda vida. El enfermo, precisamente por esto, tiene miedo a dormirse. Duermen durante el d¨ªa porque se sienten confiados en que estamos con ellos y pasan la vigilia la noche ".
En Espa?a no hay ning¨²n tipo de organizaci¨®n que atienda a estos enfermos terminales. Tan s¨®lo la residencia Eloy Gonzalo tiene habilitada una planta. Lo ideal es que puedan permanecer en su domicilio y realizar un seguimiento con el m¨¦dico de familia. El problema surge ante la imposibilidad de esta coordinaci¨®n, tal y como, est¨¢ organizada la sanidad espa?ola. Los pacientes ambulatorios que actualmente est¨¢n atendidos por este servicio tienen que ir a la unidad a recoger en ocasiones el preparado adecuado, porque en las farmacias se niegan a vend¨¦rselo y los practicantes tambi¨¦n suelen negarse a administrar cloruro m¨®rfico, por ejemplo.
"El enfermo demanda del m¨¦dico que le ayude a vivir sin sufrimiento, que le d¨¦ una calidad de vida. No hay nada que impida que se le faciliten estos analg¨¦sicos, siempre que no se deteriore m¨¢s su estado f¨ªsico. ?stos son pacientes inc¨®modos para los m¨¦dicos porque es una asistencia muy poco brillante", seg¨²n el doctor Madrid Arias.
Ellos mismos, por lo general, no quieren saber cu¨¢l es su situaci¨®n. Aunque lo sospechen, el c¨¢ncer sigue siendo un tema tab¨² que asusta tanto como el dolor y la muerte, quiz¨¢ porque est¨¢ inevitablemente unido a ellos. "La enfermedad cancerosa es muy frustrante y traumatizante", dice la doctora Mar¨ªa Jos¨¦ Gonz¨¢lez. "Si el enfermo no pide informaci¨®n sobre su estado, no se le da, y en general la gente se autoenga?a. A los familiares les contamos siempre en qu¨¦ consiste el tratamiento. A veces hay negativas porque les da miedo, pero llega un momento en que los propios pacientes lo piden. En general", contin¨²a, "los hombres aguantan m¨¢s el dolor, pero se desesperan tambi¨¦n m¨¢s que las mujeres. ?stas conf¨ªan m¨¢s en que se van a curar".
Miguel ?ngel Lerma, presidente de la Asociaci¨®n Pro Derecho a una Muerte Digna, con tan s¨®lo 31 a?os, se interes¨® por este tema precisamente tras la muerte de su madre por un proceso canceroso. "Yo era un espectador de lo que estaba ocurriendo: le administraron una terapia que s¨®lo consigui¨® prolongar su agon¨ªa de dos a seis meses. Se ganaron cuatro meses, pero no s¨¦ con qu¨¦ sentido. Pedimos que le pusieran calmantes y se negaron". El principal fin de esta asociaci¨®n es precisamente que se respete la voluntad del enfermo tanto si quiere prolongar su vida como si quiere acortarla.
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