Sexualidad infantil, ?abuso sexual o abuso cultural?
Para el autor de este trabajo, en la sexualidad, como en la nutrici¨®n, lo que es alimento para unos resulta ser veneno para otros. El acto sexual infantil es una especie de mazazo en el orden social, pero ya hace tiempo que la trinidad consagrada en esta materia -amor, sexo y matrimonio- est¨¢ superada y casi nadie espera a casarse para mantener sus primeras relaciones sexuales. En todo caso, afirma que en los ni?os no existen jam¨¢s lo que llamamos perversiones sexuales.
"Es una salvajada, es una burrada". "Es una bestialidad". "Un acto b¨¢rbaro e infame". ?stas y otras lindezas iban dirigidas, en un espacio de Radio El Pa¨ªs, contra el fiscal del Estado de Florida, que recientemente decidi¨® que se hab¨ªa producido abuso sexual, es decir, violaci¨®n (con las secuelas legales consiguientes), en una ni?a de 10 a?os. Lo resaltante del caso, sin embargo, era que el protagonista ejecutor era otro menor, un ni?o de 12 a?os.En el inicio de la cadena de acontecimientos, los dos ni?os hab¨ªan sido sorprendidos queri¨¦ndose sexualmente. M¨¢s tarde, la madre de la ni?a denunci¨® el caso.
El acto sexual infantil es un mazazo al ordenamiento social. El llamado modelo Pamela -en honor y memoria de la novela del mismo nombre de Samuel Richardson-, en el que se premiaba la virginidad por encima de todo, es un modelo periclitado. La mujer no espera el matrimonio para mantener su primera relaci¨®n sexual. Ni siquiera busca el matrimonio en la medida que lo buscaba tiempo atr¨¢s. Las relaciones sexuales entre adolescentes sirvieron, entre otras cosas, para romper el modelo de comportamiento sexual convencional. La virtud, hoy, no se recompensa en/con el matrimonio; la virtud ni siquiera tiene que ser medida en t¨¦rminos sexuales.
El sexo entre infantes es adelantar todav¨ªa m¨¢s los acontecimientos. El antimodelo Pamela, anticip¨¢ndose a la adolescencia, refulge, en el caso apuntado, a los 10 a?os (de edad). La intolerancia sexual educa para reprimir cualquier manifestaci¨®n de esa ¨ªndole, acrecent¨¢ndose sus ¨ªnfulas a medida que se desciende en la escala de edad. En el mismo orden de cosas, en cualquier punto de la escala se permiten unos actos m¨¢s que otros o, mejor dicho, se es menos intolerante con algunas pr¨¢cticas que con otras.
En este sentido, los juegos sexuales, infantiles, digamos, la masturbaci¨®n, a pesar de ser contestados, se toleran m¨¢s que el coito. Ante un coito infantil, como el que nos ocupa, la sociedad se ve acorralada, y castiga m¨¢s decididamente como medida ejemplificadora.
Sin embargo, en estas ocasiones, los argumentos cl¨¢sicos que se utilizan para combatir la sexualidad dejan de tener validez (si es que la ten¨ªan en otros puntos m¨¢s altos de la escala de edad).
Se produce un vac¨ªo de raciocinio que s¨®lo puede ser suplantado con la condena. Considerar que t¨¦cnicamente se produce violaci¨®n porque la violada es una menor, m¨¢s que una prueba de raciocinio, es un acto impositivo, considerando que el violador es otro menor y que el acto sexual se produjo de mutuo acuerdo o, si se quiere, con el consentimiento de las partes.
Los ni?os, en la relaci¨®n sexual, muestran un acercamiento er¨®tico en la acepci¨®n m¨¢s noble del t¨¦rmino. El acto sexual infantil se sit¨²a en los confines m¨¢s apartados de la pornograf¨ªa, a no ser que los ni?os sean inducidos al mismo por terceros adultos. Ninguna de las llamadas perversiones en los sesudos (con ese, no con equis) cat¨¢logos del comportamiento sexual humano les hace mella.
La desviaci¨®n sexual no les afecta en ning¨²n grado. Para desviarse hay que conocer previamente el camino. El ni?o es un indagador e investigador por excelencia. En su af¨¢n por descubrir no construye obst¨¢culos. En su camino, los ¨²nicos obst¨¢culos que se encuentra son las barreras que le interponen. La sexualidad, para ¨¦l, no representa ninguna excepci¨®n.
La indagaci¨®n sexual infantil no vamos a descubrirla nosotros. Que en la indagaci¨®n se llegue al coito, por lo dem¨¢s, no deja de ser una an¨¦cdota. Consciente la sociedad de que las explicaciones empleadas para disuadir de la relaci¨®n sexual, en el caso de la sexualidad infantil, caen en saco roto, no tiene m¨¢s remedio, pues, que recurrir a la filigrana legal como instrumentaci¨®n correctora.
La soberbia de la cultura occidental es irrefrenable. Descalifica todo lo que acaece fuera del ¨¢mbito de sus l¨ªmites. Paralelamente, descalifica todo acontecer interno que desdiga las autoproclamadas buenas costumbres de su ordenamiento social. En nefandas materias, agiganta lo de fuera y empeque?ece lo de dentro.
Criterios distintos
Pero entender que una c¨®pula infantil es un reg¨¹eldo es dar por buenas las palabras del fiscal de Florida, y no parece que haya unanimidad de criterios. Un pronunciamiento legal no es un aglutinador de voluntades. Es un resorte cultural que, con car¨¢cter decisorio, representa la voluntad del poder societario institucionalizado. En ning¨²n momento remonta los contrasentidos y contradicciones de la cultura occidental.
Acaso porque sean irremontables. En este sentido se entiende c¨®mo los mismos radioyentes que criticaran, la decisi¨®n fiscal recurrieron a t¨¦rminos -salvajada, bestialidad, etc¨¦tera- acu?ados en nuestras impolutas sociedades con el fin de denigrar las improcedentes costumbres de las llamadas -hasta que la moderna antropolog¨ªa sociocultural las rescat¨® de semejante denuesto- culturas salvajes. Bebiendo de las mismas fuentes, es propio que las aguas queden contaminadas para todos.
Coito infantil
Pero, en definitiva, lo destacable es el hecho de que el coito infantil se considere o no como manifestaci¨®n plebeya que ensucia el c¨®digo de las buenas formas.
Considerarlo de una u otra forma, adem¨¢s de su trascendencia, constituye una (de las muchas) palpable muestra de contradicci¨®n cultural. No sorprender¨¢, pues, que la sociedad occidental, que valora positivamente el atrevimiento musical de los ni?os prodigio, valore negativamente el atrevimiento sexual de los mismos. En tanto que una interpretaci¨®n a dos voces de una composici¨®n musical puede considerarse majestuosa, un piccolo duetto sexual se fustiga.
?Es necesario recordar una vez m¨¢s que nuestras formas de comportamiento sexual no tienen validez universal? ?Resulta obvio insistir en que nuestra homogeneizaci¨®n cultural-sexual es m¨¢s un deseo que una realidad? ?Puede pasar por reiterativo decir que los chewas africanos educan a sus hijos para mantener relaciones sexuales desde muy peque?os, porque de lo contrario creen que resultar¨¢ imposible una fecunda reproducci¨®n, o, por situarnos en el continente asi¨¢tico, concretamente en la India, que los lepchas estiman que no se producir¨¢ el desarrollo de sus hijas a no ser que ¨¦stas practiquen relaciones sexuales desde edades tempranas?.
Entendemos que todo ello no constituye reiteraci¨®n, porque no constituye iniciativa. Es respuesta a la apabullante e incansable intenci¨®n homogeneizadora de la cultura occidental, que, en su proceder, es la que extiende la reiteraci¨®n y, por cierto, m¨¢s del derecho que del rev¨¦s, m¨¢s por arriba que por abajo, en el deseo de laminar los submundos que ella misma crea.
Muchas son las variantes del comportamiento sexual dentro y fuera del contexto euronorteamericano para entender aqu¨¦l unidireccionalmente. La pr¨¢ctica jur¨ªdica que envuelve la comprensi¨®n de la actividad sexual o, lo que es igual, la ley como imperativo, es una, pero solamente es una, de las puntas entre las cuales puede asomar la cultura.
Los fiscales, como veladores y valedores del ordenamiento social, al comprender globalmente, sin fisuras, desde un prisma jur¨ªdico, lo cultural-sexual, incurren en bald¨ªo intento. Bald¨ªo a la par que privilegiado, porque el fiscal tiene en sus manos la posibilidad de peritar la sociedad, mientras que al soci¨®logo o antrop¨®logo no le dan a peritar textos jur¨ªdicos. Las sociedades que reconocen la instituci¨®n del jurado llenan en alguna medida este hueco.
De todas formas, es sabido que hist¨®ricamente la ley se potencia cuando las desavenencias y fricciones se producen en la sociedad. Por tal motivo, Diamond -el antrop¨®logo m¨¢s importante de Estados Unidos, seg¨²n Jacobo Timerman- lleg¨® a decir: "Ley y orden es una ilusi¨®n hist¨®rica; ley versus orden es la hist¨®rica realidad".
es doctor en Filosof¨ªa de la New School for Social Research y profesor titular de la Universidad Nacional de Educaci¨®n a Distancia.
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