El reflujo
Que no nos pase nada y que sea justo eso lo que nos pase puede evocar una de esas posorteguianas masclet¨¢s, pero sirve muy bien para expresar otra vez m¨¢s nuestro momento. Reflujo, vivir el reflujo, es, en cambio, como lo definen, ya desde hace m¨¢s de tres a?os, por Italia. En pleno reflujo, un poco estragados, o a¨²n mejor, de vuelta, as¨ª estamos.Lo malo es si nunca fuimos a sitio alguno y si dictadura y democracia se hubieran soldado como una de esas fracturas leves de tobillo.
Inscritos en nuestro tiempo, al contemplarlo vac¨ªo de contenidos, al sopesar c¨®mo marchitaron los claveles rojos que, encima, se pusieron otros en los ca?ones, al comprobar que los esl¨®ganes y promesas de una revoluci¨®n discreta ni siquiera arribaron a regeneracionismo, las olas del reflujo nos ba?an.
Hay muchos posmodernismos, cada cual inventa su juego, pero en Espa?a tambi¨¦n hay uno que los coagula a todos: la marcha del reflujo. Periclitadas las nociones de deber, compromiso pol¨ªtico, revoluci¨®n pendiente, el reflujo nos ha tra¨ªdo algo claro: redescubrir lo privado.
A?os son ¨¦stos que siglos parecen. Y a la aceleraci¨®n se la mata con el nuevo gusto por la pureza. Sobre todo entre nosotros, los grandes comedores de sobres de sopas. De letras. Se impone volver a la novia que siempre nos estaba esperando, incluso con peluca y pata de palo. Ret¨®rnase a la literatura pura igual que se busca lo puro en todo, en el vino, en la coca, en la conducta, resultando penosas, m¨¢s que siempre, las adulteraciones y camuflajes. No extra?a: el argumento pol¨ªtico-ideol¨®gico, ante la feroz mediocridad de sus oficiantes, interesa poco y a pocos.
As¨ª ha de ser, majo, dir¨ªa el piamont¨¦s Umberto Eco, padre putativo de muchas cosas que nos pasan y que comprendemos luego de que ¨¦l nos las explique. ?l es el Guillermo de Baskerville del reflujo. Lo inventa, lo mata y descubre al asesino. Todo es relativo: nella misura in cui (en la medida en que ... ), tal es el m¨¦todo de an¨¢lisis posmodernista. Quien se moja no coge peces, como es sabido. Y quien pensara o pensase que el reflujo es un cuchitril conceptual sin esperanza, un retrete cioranesco, una ¨²ltima playa para esperar, bronce¨¢ndonos, el achicharramiento de la MAD, ignora que el reflujo contiene tambi¨¦n buenas vitaminas. Por ejemplo, reinstaura algo tan positivo como es el deseo.
Estas cosas las cuenta Eco en uno de sus ¨²ltimos libros, titulado Sette anni di desiderio, un septenio, el ¨²ltimo hasta hoy, donde han sucedido esos acontecimientos vertiginosos que caracterizan una ¨¦poca lo que se dice movida. Los rastros vergonzantes de 1968, los ¨²ltimos cantos del cisne de las izquierdas europeas, los coletazos del terrorismo que a todos nos ha hecho tan responsables. Visto el panorama, menos mal que nos queda el deseo, anta?o tan reprimido, como han analizado Deleuze y Guattari en Anti-Edipo. Eco se suma a los reproches de la pareja: contra el deseo se plantan la moral y la pol¨ªtica tradicional que reglamen
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tan todo en estas estructuras paranoicas del Estado, la familia, las instituciones; Freud mismo redujo y comprimi¨® el deseo en el tri¨¢ngulo, disciplinable, de la relaci¨®n ed¨ªpica; hasta el psicoan¨¢lisis de Lacan era deseo, pero "de una ilusi¨®n, cambio continuo del propio objeto".
Hay que desear libremente, si bien la ideolog¨ªa del deseo a tope s¨®lo se satisfar¨ªa con la anta?ona utop¨ªa de la sociedad est¨¦tica. Tama?a Arcadia est¨¢ a¨²n por verse. De hecho, dice Eco: "?C¨®mo hacer para que mi deseo de hoy no mate mi deseo de ma?ana, o para que mi deseo no reprima el tuyo?".
Y sin embargo, mantener esa dulce y pungente secreci¨®n del deseo de reflujo no es s¨®lo la sanidad que necesitamos, sino pr¨¢cticamente el ¨²ltimo ant¨ªdoto contra la crisis de las ideolog¨ªas. Tal vez, como apunta Eco, sea t¨ªpico de las nuevas ideolog¨ªas su dificultad inicial de reconocerlas como tales, pero la conocida frase woodyallenesca: "Dios ha muerto, el marxismo est¨¢ en crisis y yo tampoco me encuentro demasiado bien" a todos nos afecta un poco.
Estamos tristes, que es m¨¢s rom¨¢ntico y posmoderno que desencantados, y entonces una calada a la mar¨ªa del deseo. Incluso, el deseo (llamado ¨²ltimamente transversal) de celebrar el propio deseo. ?No se percatan de que nunca se ha hablado tanto como ahora de carnavalizaci¨®n de la vida?
Tierno, el mayor, era posmoderno sin propon¨¦rselo, y tampoco sorprende. Cal¨® muy bien a la gente, esa que en Madrid se denomina espl¨¦ndidamente como la movida. Y lo digo porque convive en la misma ciudad con otro tipo de gente marcadamente inm¨®vil, por mucho que juegue. al gin-rummy y depreque al gabinete. En cambio, la movida va por otra mano, est¨¢ deseando desear, est¨¢ deseando moverse y que el carnaval no confine con el mi¨¦rcoles de ceniza.
Los hu¨¦rfanos de 1968 son nuestros progres hoga?o. Una etnia desoladora. Eco ha diseccionado a quienes hace 10 a?os te llamaban fascista "si criticabas los escritos filos¨®ficos de Lenin".
"Hoy", asegura Eco sin acritud, "s¨®lo creen en la astrolog¨ªa, se maravillan si les hablas de ideolog¨ªa, se mofan si les dices que existen t¨¦cnicas planificables de convivencia social, te echan en cara su C¨¦line ruinmente le¨ªdo y te piden piedad por su crisis sin esperanza".
Tales personajes no son s¨®lo italianos; los identificamos como pertenecientes asimimo a nuestra avifauna. A lo mejor somos alguno de nosotros en el pantano del reflujo, nadando suavemente a favor de corriente, ya que lo contrario nos fatig¨® y no por eso llegamos a dorada playa alguna.
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