Alternativa, no complemento
En su breve historia, el sistema democr¨¢tico espa?ol ha deparado m¨¢s de una sorpresa. Las elecciones de 1977 pusieron fin a la hegemon¨ªa de un partido de izquierda a cuyo alrededor hab¨ªa girado toda la pol¨ªtica de la clandestinidad antifranquista. Y dieron al traste tambi¨¦n con las aspiraciones de un centro excesivamente ideologizado y sin una vinculaci¨®n clara ni con el pasado ni con el presente de los sectores sociales a los que pretend¨ªa representar.El acto parlamentario constituyente se ofrec¨ªa como el veh¨ªculo con el que iba a transitar toda una generaci¨®n, la llamada "generaci¨®n del pr¨ªncipe", la que lleg¨® a la mayor¨ªa de edad en los felices sesenta. Pero no fue as¨ª. El modelo americano de partido de cuadrosm¨¢quina electoral, que trat¨® de importar UCD, no se avino con la sociedad espa?ola. Sirvi¨® para la transici¨®n, pero no para gobernar.
La acci¨®n de gobierno requer¨ªa un proyecto pol¨ªtico s¨®lido y una organizaci¨®n consistente, cuando UCD ofrec¨ªa la imposible amalgama ideol¨®gica de todo el Parlamento alem¨¢n, y m¨¢s, y la consecuente batalla entre baron¨ªas y reinos de taifas.
El arco constituyente se deshizo en 1982, dando paso a un bipartidismo m¨¢s pretendido que real. Y por ello imperfecto. Tan imperfecto que en ¨¦l ten¨ªan dif¨ªcil cabida dos nacionalidades como Catalu?a y Euskadi. Tan imperfecto que, s¨®lo tres a?os despu¨¦s, la derecha ha perdido toda oportunidad de protagonizar la alternancia y alrededor del 20% del electorado reclama ya la presencia de una fuerza de centro progresista y moderna, sin que tenga conocimiento de su existencia.
Ni fue definitivo el esquema de 1977 ni volver¨¢n a darse las condiciones de 1982, que permitieron al PSOE beneficiarse del voto de castigo al triste espect¨¢culo de la irresponsabilidad y del rechazo a todo lo que pudiera semejarse a una vuelta al pasado.
Objetivo de modernidad
En la mayor¨ªa absoluta de 1982 entran tanto ese rechazo y ese castigo como la hipot¨¦tica bondad de un programa de cambio y la capacidad de llevarlo adelante. Pero entra, sobre todo, como ya se hab¨ªa manifestado cinco y siete a?os antes, la profunda insatisfacci¨®n de la sociedad espa?ola, que ha protagonizado una transformaci¨®n econ¨®mica y social de dimensiones hist¨®ricas, sin obtener el resultado esperado del nuevo marco pol¨ªtico.Tanto los sondeos de opini¨®n como las mismas confrontaciones electorales demuestran un continuo y elevado ¨ªndice de identificaci¨®n de los espa?oles con el sistema democr¨¢tico. Pero ello no significa la plena aceptaci¨®n de los resultados obtenidos. Por el contrario, considerando que la democracia es la major forma para resolver los problemas, la mayor¨ªa de ¨¦stos no ha sido resuelta satisfactoriamente.
En general, para los espa?oles, democracia es sin¨®nimo de modernidad, concepto que incluye dos t¨¦rminos: libertad y tolerancia. Esa imagen de modernidad, que se refleja en el funcionamiento de otras sociedades, como la de cualquier pa¨ªs europeo, es todav¨ªa una aspiraci¨®n incumplida para la gran mayor¨ªa de nuestros conciudadanos. El freno m¨¢s importante para su consecuci¨®n no se encuentra en la propia sociedad, sino en el Estado.
En efecto, el tradicional paternalismo espa?ol, potenciado y exagerado durante el franquismo, sigue enquistado en nuestra estructura estatal. Es m¨¢s, ni la transici¨®n pol¨ªtica ha pretendido seriamente eliminarlo ni tampoco lo ha intentado el Gobierno socialista. Puede decirse, incluso, que este ¨²ltimo ha supuesto una marcha atr¨¢s respecto a algunos logros del primer per¨ªodo de la transici¨®n. Las actuaciones liberalizadoras emprendidas en 1977 en el terreno de la econom¨ªa o de las libertades p¨²blicas han sido frenadas en muchos casos desde 1982. Asistimos hoy a una nueva acci¨®n de tutelaje estatal, con la sola diferencia respecto a ¨¦pocas anteriores de que ahora se pretende ilustrada y moralizadora, sin que efectivamente introduzca estas novedades.
No hasta limitar
Para muchos puede haber constituido una sorpresa, pero es evidente que esta inclinaci¨®n tutelar y paternalista responde a la esencia ideol¨®gica y a la trayectoria hist¨®rica del partido en el Gobierno. Los cantos a una cierta tradici¨®n liberal progresista en el seno del socialismo espa?ol no s¨®lo no han tenido el eco esperado en el PSOE, sino que levantan suspicacias y recelos. Cuando a esa esencia y a esa trayectoria se les suma una mayor¨ªa absoluta en el Parlamento, el resultado est¨¢ a la vista.Frente a esta situaci¨®n, toda opci¨®n que se plantee desde presupuestos ideol¨®gicos similares, con la finalidad de limitar un poder excesivo, no es una alternativa de modernidad. Est¨¢ destinada a convertirse, como m¨¢ximo, en complemento de ese mismo poder. Y quiz¨¢ sea eso mismo lo que se persigue.
En la Espa?a de hoy, con una sociedad poco sedimentada y articulada, con un rebrote de paternalismo estatal, el poder excesivo necesita alternativas de sustituci¨®n, de alternancia, claras. La construcci¨®n de esa alternativa es un trabajo arduo que pocos est¨¢n dispuestos a realizar. Porque requiere, en primer lugar, un marco ideol¨®gico singularizado, del que surja sin violencias ese objetivo de modernidad y tolerancia; en segundo, la construcci¨®n de una organizaci¨®n dispuesta a afrontar la contienda pol¨ªtica, pero tambi¨¦n a potenciar nuevas ideas y h¨¢bitos de comportamiento en la vida pol¨ªtica, y en tercero, el protagonismo de todos quienes se impliquen en esa tarea, reconociendo que si el liderazgo es necesario, no puede servir de excusa para disimular la insuficiencia o la incapacidad del proyecto.
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