Un fracaso con paliativos
LA BATALLA de las cifras en torno a la participaci¨®n en la huelga general, convocada por Comisiones Obreras y otras centrales sindicales y apoyada por el PCE y otros grupos comunistas, ha dado lugar a una pol¨¦mica interminable e in¨²til. Mientras el Gobierno minimiza el abstencionismo laboral y la interrupci¨®n de la normalidad ciudadana, los organizadores se muestran generosos en exceso con los resultados obtenidos. Cualquier intento de cuantificar con rigor la jornada tropezar¨ªa con dificultades insalvables. Aunque se intente agregar los paros simb¨®licos o las interrupciones moment¨¢neas del trabajo al cierre de f¨¢bricas o de oficinas, con el prop¨®sito de abultar el n¨²mero, esos sumandos no son equiparables. El establecimiento de servicios m¨ªnimos en los medios p¨²blicos de transporte impidi¨®, por otro lado, la posibilidad de comprobar la capacidad de arrastre de los organizadores. Finalmente, la violenta actuaci¨®n de los piquetes, destinados en teor¨ªa a exhortar a la solidaridad con la huelga, excedi¨® en demasiadas ocasiones la legitimidad de prop¨®sitos y de medios exigibles en una sociedad democr¨¢tica a esa manifestaci¨®n sindical. Que un piquete desborde sus tareas informativas y argumentadoras para ejercer coacciones psicol¨®gicas o morales sobre sus compa?eros de f¨¢brica o de oficina es algo quiz¨¢ inevitable y tolerable. Pero la aparici¨®n de grupos intimidatorios (m¨¢s cercanos al triste historial del sindicalismo de bandas que a las tradiciones del movimiento obrero organizado) que utilizan la violencia para impedir la entrada en los lugares de trabajo, obligar al desalojo de las empresas, forzar el cierre de los comercios o atacar a los transportes p¨²blicos anula para cualquier c¨®mputo unos resultados obtenidos mediante amenazas.Si la meta de los organizadores de la huelga general era la paralizaci¨®n de la vida ciudadana, la convocatoria fue un fracaso. Cualquier intento de establecer comparaciones consoladoras entre los ¨¦xitos logrados ayer por Comisiones Obreras en determinadas zonas y los llamamientos huelgu¨ªsticos con nulo o escaso eco de la ¨¦poca predemocr¨¢tica ser¨ªa una falacia. Los convocantes de la huelga general no s¨®lo ejercieron un derecho constitucional amparado por la ley, sino que dispusieron de la infraestructura organizativa, la cobertura publicitaria y el tiempo necesario para preparar la jornada. El motivo formal de la convocatoria -la protesta contra el proyecto de ley de reforma de las futuras pensiones- contaba incluso con el benepl¨¢cito de la derecha conservadora, resuelta a buscar votos en los escondrijos de su propia demagogia. El crecimiento del desempleo y el estancamiento de los salarios reales durante la primera mitad de la legislatura socialista contribu¨ªan a alimentar las potencialidades de una respuesta positiva al llamamiento. Hasta la circunstancia de que la fecha coincidiera con el final del plazo establecido para la presentaci¨®n de las declaraciones positivas sobre la renta resultaba favorable. Y el sectarismo de Televisi¨®n Espa?ola hab¨ªa ayudado a la creaci¨®n de un clima de irritaci¨®n contra las directrices oficiales respecto a la jornada de paro.
No hay argumentos para disfrazar el fracaso pol¨ªtico de la convocatoria de huelga general, dirigida contra el Gobierno socialista. El llamamiento tuvo, sin embargo, una elevada respuesta -libre y voluntaria- en f¨¢bricas de las zonas industriales, especialmente en Madrid, Catalu?a y Galicia. En el Pa¨ªs Vasco, donde correspondi¨® a ELA-STV el protagonismo como central sindical, el ¨¦xito fue inferior al obtenido por otras convocatorias precedentes, vinculadas con problemas espec¨ªficos de la comunidad aut¨®noma o con acciones de protesta contra la violencia. En l¨ªneas generales, el llamamiento tuvo escaso eco en la Administraci¨®n, la sanidad, la banca y la educaci¨®n. En el transporte p¨²blico, la normalidad, interrumpida al comienzo de la ma?ana, se fue restableciendo a lo largo del d¨ªa. Tampoco el comercio respondi¨® al llamamiento, aunque tuvo que soportar, en algunos lugares, las agresiones de los piquetes. La jornada se desarroll¨®, por lo general, de manera pac¨ªfica, sin que los enfrentamientos entre las fuerzas de orden p¨²blico y los grupos violentos dieran lugar a incidentes irreparables. La no aparici¨®n de algunos peri¨®dicos en Barcelona y Madrid (EL PAIS, entre ellos) y las dificultades de distribuci¨®n de otros pudo contribuir a generar una impresi¨®n de alteraci¨®n del orden laboral superior a la existente.
El Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez ha salido pol¨ªticamente casi ileso del desaf¨ªo global lanzado por los comunistas. Sin embargo, el ¨¦xito parcial de la huelga en algunas zonas no puede ser menospreciado. Es verdad que hay un rechazo popular, en ocasiones justificado por los propios errores de la pol¨ªtica informativa del Gobierno, a las medidas econ¨®micas del Gabinete socialista. Y que de este rechazo participan incluso muchos que no fueron a la huelga. Aunque las f¨®rmulas alternativas propuestas por la oposici¨®n -de derechas o de izquierdas- puedan estar amasadas con demagogia y se propongan ¨²nicamente el embellecimiento electoralista de su imagen, el Gobierno deber¨ªa saber que las malas noticias contenidas en sus mensajes s¨®lo podr¨¢n ser aceptadas por quienes padecen de manera directa sus efectos -en este caso, la quiebra incoada de la Seguridad Social- si se integran en un proyecto que justifique los sacrificios del presente por perspectivas de futuro tangibles. La pol¨ªtica es algo mas que la exposici¨®n de los cuadros macroecon¨®micos por los gobernantes para justificar diagn¨®sticos pesimistas y soluciones dr¨¢sticas. Y ¨¦sta es una lecci¨®n de la huelga de ayer que el Gobierno no puede olvidar. Respecto al partido comunista, las pr¨®ximas elecciones generales dir¨¢n si la estrategia de crear tensi¨®n en la calle antes de pacificar sus propios pasillos es o no rentable.
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