Cr¨ªtica e hipercr¨ªtica
Un profesor canadiense, Victor Ouimette, ha reunido cuidadosamente art¨ªculos pol¨ªticos de Unamuno nunca recogidos en libro. Los ha publicado una nueva editorial, Pre-textos (Valencia, 1984), bajo el t¨ªtulo de Ensue?o de una patria. Aunque habr¨ªa que completar la lectura de este volumen, que ayuda tambi¨¦n con un excelente ¨ªndice de todos los art¨ªculos unamunescos de tema pol¨ªtico en los mismos a?os, con la colecci¨®n reunida por Vicente Gonz¨¢lez Mart¨ªnez, Rep¨²blica espa?ola y Espa?a republicana (Salamanca, 1979), para lograr una visi¨®n m¨¢s completa de las inquietudes pol¨ªticas de aquel don Miguel, no puedo resistir la tentaci¨®n de reflexionar en voz alta sobre la ¨¦poca terrible que comenta Unamuno en sus art¨ªculos.Medio siglo se ha cumplido desde aqu¨¦llos, que en parte vuelvo a leer, y acaso resucita ¨¦ste o el otro en mi memoria del largo olvido. El lector de ahora, incluso el joven, me parece que no perder¨¢ ni un momento la conciencia de que la ¨¦poca que se refleja en estas p¨¢ginas desemboc¨® en una guerra civil larga y cruel. En mi lectura, la imagen terrible pesa de modo abrumador.
En el presente libro se presenta Unamuno, como nos explica el colector, en su calidad de profeta, es decir, del hombre que, por misi¨®n que siente en su interior, "pone a la vista de todos lo que en todos ellos est¨¢ oculto, lo que no se atreven a sacar a la luz o no lo conocen bien aun llev¨¢ndolo dentro de s¨ª". Esta definici¨®n unamunesca de la palabra griega profeta gui¨® al rector de Salamanca en su actuaci¨®n pol¨ªtica de excitator Hispaniae. Le llev¨® al destierro, en 1924, y cuando se equivoc¨® y rectific¨®, a la muerte, en 1936. Ouimette, en su pr¨®logo, contrapone el Unamuno que vociferaba su disconformidad y el Ortega y Gasset que se aislaba en un disconforme silencio ol¨ªmpico. Los dos, que hab¨ªan patrocinado la Rep¨²blica, se consideraban responsables de ella, y expresaban la necesidad de rectificarla o de orientarla. Pero el profeta Unamuno no callaba. Respond¨ªa casi diariamente al est¨ªmulo de la realidad. Por eso este libro que leemos es tan contradictorio. Me gustar¨ªa saber qu¨¦ le parece a un joven actual, que, como el viejo que los le¨ªa hace medio siglo, sabe que los art¨ªculos del libro van a desembocar en la guerra civil. En m¨ª provocan sentimientos encontrados y adhesi¨®n a veces llena de reservas. ?Pero es que cuando yo los le¨ªa en la Prensa, con la tinta de imprenta fresca, tomaba en serio la posibilidad de guerra civil a que alud¨ªa don Miguel?
Es terrible percibir que en los a?os de la II Rep¨²blica Unamuno no se vio libre del fantasma de la guerra civil. Y con el humorismo suyo, negro a veces, no parece que se estremeciera de horror. A los pocos meses de proclamada la Rep¨²blica comienza un art¨ªculo as¨ª: "?Guerra civil? S¨ª, guerra civil, aunque incruenta, y por esto m¨¢s ¨ªntimamente tr¨¢gica... Guerra intestina, familiar, dom¨¦stica, no pocas veces". Y terminaba proclamando su derecho a anunciarla: "?Que hay cosas que se deben callar? Pues bien. ?No! Lo que hay que decir son las cosas que se dice que no deben decirse. Oportuna e inoportunamente, que dec¨ªa el enclenque jud¨ªo de Tarso", es decir, San Pablo. "Y hay que hablar", remachaba, "de la guerra civil vigente".
A fines de 1931 escrib¨ªa, comentando el estribillo de ciertos revolucionarios: "?Est¨¢ por hacer todav¨ªa la revoluci¨®n ... !, que la revoluci¨®n lleva consigo la guerra civil. O mejor, que es la guerra civil misma, y la revoluci¨®n permanente, la ¨²nica fecunda, la guerra civil permanente". Y recordaba el dicho de un agitador que fue alma de la sociedad secreta de los Comuneros, de que "la guerra civil es un don del cielo". Y en guerra civil resum¨ªa entonces nuestra historia en el siglo XIX, "que, latente o sorda, o aparente y estridente, en guerra civil hemos vivido. Primero, apost¨®licos y constitucionales; luego, servilones y liberalitos, carlistas y cristinos, y, al fin, cat¨®licos y liberales".
Esta guerra civil, que se manifestaba en los primeros a?os de aquella Rep¨²blica, por un lado, en quema de iglesias, en laicizaci¨®n de cementerios y escuelas, y por otro, en apariciones de la Virgen de Ezquioga, en inventadas profec¨ªas de la madre Rafols o en la formaci¨®n de aquel partido de Gil-Robles que tan poco ten¨ªa que ver con el liberal y democr¨¢tico Gil-Robles que aprendimos a respetar en los a?os de la transici¨®n, fue dejando de ser incruenta.
En los finales de 1933, y cuando iba a empezar el a?o terrible de 1934, Unamuno recordaba el empe?o de los republicanos en machacar durante su bienio, el que estaba terminando, y ve¨ªa con terror la llegada de los otros, de los "renovadores y restauradores, a quienes en el fondo apenas si algo se les da de tradici¨®n, ni de liberalismo, ni de reg¨ªmenes, sino de machequeos y de desquites".
"En 193Y, escrib¨ªa Unamuno, "se ha condensado, se ha apretado la guerra civil cr¨®nica entre las que se ha llamado las dos Espa?as, y que constituye la vida civil ¨ªntima de nuestra Espa?a com¨²n".
Y en la palabra constituye ve¨ªa Unamuno, jugando con ella, esa profunda querella que se enmascara durante el siglo XIX en todas las constituciones pol¨ªticas de la Monarqu¨ªa, y que perduraba en la de la Rep¨²blica, la que, en aquel momento de desesperanza, le parec¨ªa a Unamuno "Constituci¨®n de papel", y precisamente, "de estreza para envoltorios".
Unamuno, el que, en su papel de profeta, se sent¨ªa llamado a opinar casi diariamente en la Prensa, fue m¨¢s lejos que otros en su cr¨ªtica y su disentimiento. Y cedi¨® el af¨¢n de juego limpio de entender a todos, y de reconocerle a cada uno su raz¨®n, y en la
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transici¨®n de 1933 a 1934, cuando se notaba ya agotado el primer bienio, revisaba con escepticismo los frutos de la Constituci¨®n y era muy duro con la mayor¨ªa de las Cortes constituyentes, que "guiada por pedantes de la revoluci¨®n -mucho m¨¢s pedantes que revolucionarios- y de una revoluci¨®n que no era tal, se puso a forjar una Rep¨²blica democr¨¢tica de trabajadores de toda clase, federable, jacobina y socializante. Lo que no fuera eso ser¨ªa una rep¨²blica espuria, corrompida, monarquizante. As¨ª lo declaraba el sumo definidor y sumo pedante de la supuesta revoluci¨®n".
No nos importa ahora identificar -aunque un historiador competente podr¨ªa hacerlo- cu¨¢l es esta figura de hace m¨¢s de medio siglo que Unamuno ataca tan violentamente. Pero al cabo de este juicio negativo, en un momento en que los horizontes de la pol¨ªtica se cubr¨ªan de nubarrones, Unamuno se refugiaba en la contemplaci¨®n de la historia, de la historia que en parte ¨¦l hab¨ªa experimentado en su larga vida. Y ahora s¨ª que temblaba, percibiendo la que se echaba encima, ante "los revanchistas, los resentidos, los energ¨²menos, los pedantes de la restauraci¨®n y los pedantes del tradicionalismo", es decir, anunciaba bien claramente la reacci¨®n que, tras las sangrientas luchas de 1934 y el triunfo del Frente Popular, tom¨® la forma, que hab¨ªa de resultar tan s¨®lida y duradera, del llamado Movimiento Nacional del franquismo.
Este Ebro nos hace revivir una ¨¦poca agitada, y nos la presenta con todos los peligros que iban a confundir para el estallido de una guerra civil, esta vez una guerra verdadera, con sus intervenciones extranjeras. En estos art¨ªculos resuena, con la fecha de 1931, el "?Viva Cristo Rey!", y en 1932 ya registra Unamuno el antisemitismo de cu?o alem¨¢n, hitleriano; al a?o siguiente denuncia las nuevas religiones del Estado: "fajismo y comunismo". En v¨ªsperas del octubre de 1934 se aterra Unamuno ante la militarizaci¨®n de las juventudes de los partidos. "?Doctrinas? ?Ideales?". El viejo profeta responde: "No es m¨¢s que juego. S¨®lo que juegan ya con fuego. De armas de fuego. Y jugando as¨ª, bajo excitaciones de pel¨ªcula, le quitan la vida al primero que se les atraviesa en el camino". En los ¨²ltimos meses de 1935 ve pol¨ªticamente el mundo como campo de batalla: "Esta lucha de salvajes, a cazarse los unos a los otros, se trama hoy entre unas naciones contra otras y dentro de cada naci¨®n, en guerra civil..." Son "acciones y reacciones, tan salvajes las unas como las otras. Hoz y martillo o haces y yugo, ?qu¨¦ m¨¢s da?".
El profesor Ouimette, en su pr¨®logo, nos presenta la ¨²ltima desesperaci¨®n de Unamuno, la que no aparece en estos art¨ªculos, y que he de seguir buscando. Los historiadores no han explicado todav¨ªa la personal reacci¨®n de Unamuno contra los pol¨ªticos del Frente Popular. Existe, pero no se ha recogido por la historia todav¨ªa, el documento en que, como rector de la universidad de Salamanca, se adher¨ªa al golpe militar del 18 de julio. Quimette se limita a darnos algunas referencias. El Gobierno de Madrid destituy¨® a Unamuno del rectorado, lo que provoc¨® que la Junta de Burgos lo reconfirmase en ¨¦l. Pero despu¨¦s de pocas semanas, el 12 de octubre, en el acto de la Fiesta de la Raza, Unamuno correg¨ªa su error y proclamaba en p¨²blico que "vencer no es convencer", y jugaba su vida en la cr¨ªtica a los fusilamientos y a la barbarie del "?viva la muerte!". Franco le destituye inmediatamente. Unamuno, encerrado en su casa, de donde no saldr¨ªa sino en en ata¨²d, escribe las cartas dirigidas al escultor bilba¨ªno Quint¨ªn de la Torre, que public¨® m¨¢s tarde Jos¨¦ Luis Cano, en las que lamenta que "entre los hunos y los hotros, los bandos combatientes "van a dejar a Espa?a inv¨¢lida de esp¨ªritu", como ¨¦l hab¨ªa dicho frente al inv¨¢lido Mill¨¢n Astray. Ve¨ªa venir, ya la sent¨ªa alrededor, una dictadura que significaba "la muerte de la libertad de conciencia, del libre examen, de la dignidad del hombre".
En un momento pol¨ªtico como el actual, en el que el af¨¢n de corregir viejos vicios de nuestra vida social y pol¨ªtica (imprevisi¨®n, improvisaci¨®n, falta de moral c¨ªvica) se enreda en las trampas de las dificultades econ¨®micas y de la tradicional falta de pol¨ªtica exterior, decidida con las chapuzas de los acuerdos de Franco con Estados Unidos y la incorporaci¨®n del Gobierno de Calvo Sotelo a la NATO, se plantea todos los d¨ªas el tema de la actitud de los intelectuales.
Para m¨ª est¨¢ claro que razones de decencia e independencia no permiten al intelectual excesivos gestos de superioridad. Sin aplaudir ciegamente, y conservando todas las reservas cr¨ªticas que se quiera, no tiene derecho a jugar, ni a ceder ni un momento a pasiones pol¨ªticas irracionales.
En una discusi¨®n p¨²blica, un cierto ex ministro franquista alegaba el otro d¨ªa que algunos de los intelectuales que fueron propugnadores de la Rep¨²blica hubieran cedido a la cr¨ªtica y a la hipercr¨ªtica, y ante la guerra civil hubieran huido de Espa?a. Bien lo pagaron despu¨¦s todos, en el exilio, o bajo el desprecio, el silenciamiento y la duradera humillaci¨®n de contemplar al endiosado personaje, Tejero triunfador encaramado en el poder durante 39 a?os.
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