Nacido en Am¨¦rica y para correr
Diez a?os tardaron las masas y la comunidad de cr¨ªticos musicales norteamericanos en ver clara, tan clara corno cristalina agua de r¨ªo pre-industrial, la profec¨ªa de Jon Landau. Bruce es el Jefe; un rey rudo y tierno al mismo tiempo que corona su gloria con un pa?uelo anudado alrededor de su frente; el indiscutido presente del rock'n'roll. Ahora, ya no s¨®lo tienen fe ciega en el muchachote de New Jersey su co-productor y amigo Landau y la influyente Rolling Stone. Ahora ha llegado el momento de que las muchedumbres le rindan pleites¨ªa en la vieja y popera Europa, y algo as¨ª como 25.000 ac¨®litos confesos se lo demostraron en Montpellier la noche m¨¢s corta del a?o.La ceremonia se inici¨® con encomiable puntualidad transparenaica a las ocho de la tarde y con luz solar. No hab¨ªa otra tarjeta de presentaci¨®n posible a esas alturas: Born in USA. Y no la hay porque Bruce Springsteen resulta, a ojos for¨¢neos, tan americano como las campbell, la cocacola o la estatua de la Libertad, un arquetipo de toda esa mestiza Uni¨®n con ra¨ªces que se entusiasma tanto por los coches de interminables alerones como con los grandes espacios naturales incontaminados que compelen a a?orar el calor del hogar. Tan americano como la necesidad de escapar de no se sabe muy bien qu¨¦, un hombre forjado en la filosof¨ªa de los nacidos para correr que ama las m¨ªticas carreras nocturnas (con o sin alevos¨ªa) y posee la idiosincrasia de los zancadores de fondo.
Bruce Springsteen y The E Street Band
Bruce Springsteen, voz y guitarra; Roy Bittan y Danny Federici, teclados; Clarence Clemons, saxo tenor; Nils Lofgren, guitarra; Gary Tallent, bajo; Max Weinberg, bater¨ªa; Patti Scialfa, voz. Stade Richter, Montpellier, 23 de junio.
El p¨²blico se introdujo de inmediato en el universo springsteeniano, tanto en sus facetas m¨¢s rudas e inmediatas como en la nost¨¢lgica evocaci¨®n que destilan los temas recogidos en Nebraska, lo mismo cuando rasgaba con portuaria contundencia su guitarra, al embocar su pla?idera arm¨®nica o al columpiarse en su chorro de bien timbrada voz. La banda funcionaba con la precisi¨®n de un reloj de cuarzo (son muchos a?os juntos, centenares de interpretaciones de algunos de los temas), la misma que presentaba el planteamiento y desarrollo del espect¨¢culo con que Bruce adorna ahora su m¨²sica. A lo largo de dos horas y media de actuaci¨®n, ni un error de sincron¨ªa esc¨¦nica o t¨¦cnica al margen de un pitido de acoplamiento. El que fuera casi perfecto, no hizo m¨¢s que magnificar la perfecci¨®n global.
Tras 90 fulgurantes minutos de alternancia entre ca?a y caricia, la banda se permiti¨® un respiro reparador. Volvieron a escena con ropas secas y br¨ªo renovado para afrontar unos 70 minutos m¨¢s de actuaci¨®n en una segunda parte de mayor impacto visual, derivado de una serie de pinceladas coreogr¨¢ficas y del suplemento est¨¦tico que presupone evolucionar ba?ados por la luz artificial. Nada nuevo bajo el sol ni bajo los focos desde el punto de vista auditivo, pero eso era previsible y l¨®gico. Bruce se halla ya en aquella etapa de su carrera en la que cuando salta a un escenario lo que de ¨¦l se espera es que haga de Springsteen. Por otro lado, el repertorio de sus recitales lo construye espigando entre los ¨¦xitos de su discograf¨ªa legal y la Banda de la Calle E sigue manteniendo inc¨®lume su formato desde 1973 salvo ligeras variaciones.
Ligeras y no demasiado significativas para el sonido Springsteen tomado como entidad global. El guitarrista y compa?ero de tantos a?os Steve Van Zandt ha cedido su plaza a Nils Logfren, m¨²sico de sobrado prestigio y amplia carrera que quiz¨¢ prefiera saborear el ¨¦xito al lado de Bruce que servir de apoyo a perdedores natos como Neil Young En los coros se ha incorporado Patti Scialfa, mientras que todo lo dem¨¢s es cuanto siempre se ha o¨ªdo en los discos o recitales de Springsteen desde que se viese el futuro del rock'n'roll en su voz y su guitarra.
Entrega
Springsteen sabe modular y matizar una voz al filo del rajo, se entrega en cuerpo y alma a su m¨²sica, tuerce el gesto facial y tensa el cuerpo mientras se le hincha el cuello y se le marcan las venas, brinca, reposa, se le amelaza el tono, sugiere, increpa. se explica, y el p¨²blico se torna c¨®mplice de Hungry heart, Badlands o Born to run, juega con ¨¦l al viejo arte del call and response, palmea, entra en balanceo. Clarence Lemons contrapuntea con su imagen de negro gigant¨®n y un algo elegante la barriobajera vestimenta de Bruce, en la que predominan camisetas donde las alas de la T parecen arrancadas a mordiscos. Y as¨ª es todo, contrapesado con su sencillez, universalizable por su elementalidad.Cuando, como Bruce, se ha llegado a la categor¨ªa de mito y existe la posibilidad real de presentarle incluso como prototipo de cierto patriota en el que se combinan derecha, sensatez y amor por las viejas tradiciones, su labor art¨ªstica cae en un limbo libre de toda sospecha. No hay modo de discutir a Bruce. A lo sumo, valorarlo seg¨²n mudables criterios. La primera vez que cant¨® en territorio espa?ol pocos a?os atr¨¢s (en Barcelona) supuso una notable conmoci¨®n entre sabedores y profanos. El impacto estaba en un Bruce y una E Street Band tan qu¨ªmicamente puros y simples como contundentes. En este momento prevalece el perfecto sincronismo del espect¨¢culo, pues su contenido musical resulta un referente sobradamente conocido. Ahora que Bruce es el presente del rock'n'roll, ?cu¨¢l ser¨¢ su futuro? ?Un Springsteen renovado? Yo no apostar¨ªa por eso.
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