Morocco
Pas¨¦ por Casablanca s¨®lo para descubrir que Ingrid y Bogart nunca estuvieron all¨ª. Casa, como la llaman los marroqu¨ªes, es una ciudad-ciudad, pero nada tiene de sue?o-ensue?o. Mejor el que tuvimos en las salas oscuras (?y c¨®mo ilumin¨® esa oscuridad de los cines nuestra propia oscuridad!). Mejor nuestro onanismo. Y esto a pesar de que Casablanca-filme nunca fue en los barrios espa?oles el ¨¦xito, el mito, que han pretendido, a?os despu¨¦s, los intelectuales. Dir¨¦ con certeza que Humphrey Bogart tampoco fue, en Espa?a, el ¨ªdolo que pretende la Nostalgia. Ol¨ªa demasiado a sudor para que le tomasen voluntad las chicas topolinos, hartas a su vez del jab¨®n Lagarto. Adem¨¢s, el de Bogart era un sudor fermentado en la Sierra Madre -tampoco un ¨¦xito- y en los azares de encontrar pasajes para Marsella. Ol¨ªa mejor el sudor de un Gary Cooper. Era m¨¢s fresco. De sobaco lavado en los oasis de la legi¨®n.?Ay, Morocco, Morocco!
Ah¨ª he ca¨ªdo, felizmente, cumpliendo a mi vez onanismos de adolescente. Y el onanismo, dicho sea de paso, es la mejor manera de tener a los dioses en la cama. Lo cual no suele prodigarse en lo cotidiano.
A Morocco me mandaron esp¨ªritus gentiles -Espert, Gala, Caball¨¦, Silvia Reagan, Papitu y el c¨®nsul Jemel-; como hubieran podido enviarme a buscar los senderos perdidos de Atl¨¢ntida. A Morocco me mandaron para ver si me daba el antojo de Marlene. Recu¨¦rdenlo: Marlene se quit¨® los zapatos y ech¨® a correr por el desierto tras su legionario Cooper. ?Lo que no hiciera Marlene guiada por el masoquismo de Von Sternberg!
En otra pel¨ªcula, esp¨ªritus gentiles tambi¨¦n mandaron a Marlene al desierto, llamado en lo po¨¦tico el jard¨ªn de Al¨¢. La mand¨® una monja, citando a Pablo el Ermita?o: "Abandona tus bienes terrenales, darling, y vete al desierto". Y es que Marlene, mundana, sofisticada, enigm¨¢tica, estaba harta del mundanal vivir; y, despu¨¦s de recorrer todos los fastos de la Riviera, Baden Baden y Marienbad, descubri¨® que la felicidad no es de este mundo. So, go to the desert, que dijo Pablo el Ermita?o. ?O est¨¢ en alguna ep¨ªstola del otro Pablo, el cosmopolita? ?O lo mismo es de Pacomio, fundador?
En cualquier caso, Marlene se fue al desierto provista de un vestuario que Isabel Preysler, a su lado, dir¨ªase una hu¨¦rfana de la tempestad. Y exhibi¨® Marlene tantos modelos por las dunas tecnicolores que un monje renegado se le encaden¨® para los restos. El monje era Charles Boyer. Ya no caen esas brevas en la ¨¦poca de los vuelos charter.
Segu¨ª yo tambi¨¦n los consejos de Pablo el Ermita?o y, por supuesto, no deso¨ª la sabidur¨ªa de Marlene. Me fui al desierto vestido por Armani y Versace, que es un dineral. En vano, adem¨¢s, descubr¨ª que, a los tuaregs, los catalanes no les gustamos ni vestidos por Armani ni vestidos por Versace. A los tuaregs, los catalanes les gustamos vestidos de Ad¨¢n.
Cada tuareg es un mundo. Y, como catal¨¢n dado al ahorro, pens¨¦: "Ahorremos experiencias, pues en la Caixa de los sentidos todo lo que no hace da?o es inversi¨®n buena".
?Ay, Morocco, Morocco!
?Por qu¨¦ no vine antes a tus dunas, a tus kasbas, a tu Ramad¨¢n, a tus zocos rezumantes de menta y hierbabuena, a tus mercados del Sur arrebatados por un soplo de arena encendida? Maldita sensatez de Barcelona, maldito seny, que me hizo creer que Antinea no existe, que Ayesha es el conseller Rigol, que los tuaregs y los hombres azules son mozos de escuadra de la Generalitat.
T¨² no ten¨ªas raz¨®n, Barcelona. Morocco ten¨ªa raz¨®n. Joanet de Sagarra y Mars¨¦ y Fu Man Chu ten¨ªan raz¨®n. Y en aquel ¨²ltimo fort¨ªn de la Legi¨®n Extranjera, all¨ª donde el desierto ya se oscurece con sus ventoleras, es rigurosamente cierto que Gary Cooper se llam¨® Beau Geste y no Valls i Taberner.
No tiene Morocco aquel ¨²ltimo reducto m¨ªstico que me hace sentir, en Egipto, cu?ado de Unaton o ama de cr¨ªa del ni?o Tutankamon. Pero tiene Morocco, el sur de Morocco, ese ¨²ltimo escape hacia la ficci¨®n, que, por lo visto, no est¨¢ todav¨ªa al alcance de todos los espa?oles. Si dices Marruecos en lugar de Moroceo despiertas todav¨ªa temores en las almas sensatas. En las madres, sobre todo. Marruecos suena a mili en Ceuta y Melilla, hijos haciendo guardia contra ber¨¦beres monstruosos, recuerdos de guerras del abuelo y marcha verde (que no es lo mismo que la verde marcha). A excepci¨®n de algunos loquitos adorables, no veo yo en el alma tur¨ªstica hispana aquella fuga que les dio por Tailandia, pongamos por caso, cuando se supo que all¨ª se puso morada de placeres la tontita Emmanuelle. La clase media espa?ola todav¨ªa ha visto pocos ber¨¦beres en el man¨¢ cotidiano de su televisor.
Pero yo he amado Morocco. Sin reservas. Mucho m¨¢s caro que el viaje, mucho m¨¢s inc¨®modo que el paisanaje, han sido las curas de sue?o y los tranquilizantes que me llevaron hacia el Sur.
Ahorremos, pues, f¨¢rmacos. Road to Morocco! Y hagamos como Marlene: quit¨¦monos los zapatos y echemos a correr por el desierto. Al fin y al cabo, tambi¨¦n los tuaregs son hijos del buen Dios. Y la divinidad es para quien se la trabaja.
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