9 / Los del Viaducto
Corpus Barga y el demonio, en el Viaducto / Mis paseos madrile?os con Barga / Don Pedrito de R¨¦pide, marica erudita de tac¨®n rojo, en las noches del Viaducto / El panadero de la "fil¨¢stica" que se tir¨® por el Viaducto y se salv¨® por un enganche / Alberto Aguilera, "Aguiler¨®n", hablando a la multitud que iba a los toros, la tarde del Desastre / Borges, sobre Am¨¦rico Castro: "Maneja una prosa de almac¨¦n" / R¨¦pide, Gerardo Diego y Huidobro, en el Viaducto / Los suicidas inversos u hombres mosca que escalaban el puente / El Viaducto, Waterloo del "racionalismo madrile?o", contra Arespacochaga y ?lvarez / Julio Campal, el nieto deste?ido de Huidobro.
Corpus Barga (1), en sus enreda das y prodig¨ªosas memorias, tomo Puerilidades burguesas, cuenta de c¨®mo se le apareci¨® el diablo en el Viaducto, con el cuello del abrigo subido. Si el 98 hab¨ªa sufrido la fascinaci¨®n neo/neo/mud¨¦jar de las plazas de toros, la generaci¨®n siguiente sufre la fascinaci¨®n racionalista del Viaducto. Andr¨¦s Garc¨ªa de la Barga, t¨ªo de Ram¨®n G¨®mez de la Serna, fue el reportero internacional de la Revista de Occidente, un gran escritor enlabe rintado, que acabar¨ªa de rector de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Lima, desde don de me escrib¨ªa unas cartas literarias e indescifrables, en los 60/70 Parece que estaba encantado con mis cosas. A m¨ª, sus memorias en varios tomos, as¨ª como sus cr¨®nicas en la colecci¨®n de Revista de Occidente, me hab¨ªan fascinado Corpus Barga se pone este pseud¨®nimo porque naci¨® el d¨ªa de Corpus. (Nuestros rojos de enton ces eran as¨ª de reverenciales.) Yo fui el primero, en muchas generaciones, que escribi¨® de Corpus Barga. No tiene nada que ver con los pornos de los veinte, aunque sus destinos sean paralelos. Cuando ven¨ªa a Espa?a, ya en los 70, vi v¨ªa en casa de un sobrino suyo, re dactor del Ya, que ten¨ªa el piso en Ortega y Gasset. Me llamaba para salir a tomar caf¨¦. Calvo, viejo, agachado, con lentes de prestamista, en zapatillas, con sombrerete duro, insuficiente y negro, con bast¨®n, con un enfisema que le ahogaba, era buen paseante y hombre de una conversaci¨®n viv¨ª sima:-Mire usted, Umbral, yo ya tengo casi un siglo, pero me gusta mirar a las mujeres como a los veinte. La fascinaci¨®n,por la mujer nunca se pierde.
Le hab¨ªa hecho a Juan Ram¨®n, para sus revistas, unos reporta¨ªes avion¨ªsticos, cosa que parec¨ªa muy l¨ªrica, y por supuesto muy vanguardista, cuando entonces. Nos ¨ªbamos por los altos de Ortega y Gasset a tomar caf¨¦. A Corpus parece que le ten¨ªan flipado mis art¨ªculos. Luego, cuando lo descubrieron los, embalsamadores literarios de momias vivas, se conoce que le aclararon/oscurecieron las ideas. Yo podr¨ªa sacar todas sus cartas malva, pero la propia gloria te da a uno como una infinita pereza.
No digo que los viejos sean unos cabrones, sino, quiz¨¢, que la vejez es una cabronada. Fue el m¨¢s grande representante de la generaci¨®n del Viaducto. La generacion del Viaducto, para uno, incluye todos los vanguardismos, ultra¨ªsmos y creacionismo espa?oles de entreguertas. Primero, porque Cansinos viv¨ªa a los pies de hormig¨®n del Viaducto, en la morer¨ªa. Y luego, porque los vanguardistas se asomaron mucho a ese puente vertiginoso de Madrid, sobre el r¨ªo seco y fluente de la calle de Segov¨ªa. Pero la primera visi¨®n del Viaducto literario nos la dan el citado Cansinos y don Pedrito de R¨¦pide (2), maquillado y con tac¨®n rojo, entreabri¨¦ndole el coraz¨®n equ¨ªvoco, como una celos¨ªa, al judiazo cansado. Se estaban all¨ª los dos escritores, al alba, mirando el Madrid remoto y apagado de los Carabancheles, el mar fijo de La Mancha. S¨®lo los focos del aer¨®dromo de Getafe pon¨ªan vida en la muerte de la noche, hasta que el d¨ªa les pesaba en las espaldas, a los dos escritores. Esos dos escritores puros y malditos, acodados en el Viaducto, conversando de madrugada, contra el viento grande del universo y la brisa peque?a del Manzanares, son una estampa madrile?a y transicional que se nos fija y desfija. Hay un panadero que cruza todas estas generaciones que venimos historiando, cronificando, y que aparece en unos versos publicitarios de Valle-Incl¨¢n, porque el primer escritor espa?ol del siglo, y uno de los primer¨ªsimos del espa?ol universal, tuvo que hacer anuncios para vivir:
"Retorciendo la fil¨¢stica / un panadero enferm¨® / y la salud recobr¨® / tomando la Harina Pl¨¢stica". Este panadero, a pesar de la harina pl¨¢stica, vuelve a enfermar y se arroja por el Viaducto, pero el blus¨®n se le engancha en un saliente y salva la vida. Quiz¨¢, el demonio que se le aparece a Corpus Barga en el Viaducto no sea otro que don Pedrito de R¨¦pide, amujerado, maquillado, como un diablo bueno, siempre de voz abacial y tac¨®n rojo. Corpus ven¨ªa a contracorriente de la multitud que se iba a los toros, la tarde misma del Desastre, en el 98, y vio a Alberto Aguilera, Aguiler¨®n, hablando al personal que ten¨ªa prisa por coger un tendido. La verdad es que Am¨¦rica no nos importaba nada. Pero entonces vinieron los americanos Borges y Vicente Huidobro (3), ya despu¨¦s de la guerra del 14. Borges decide que el maestro es Cansinos, quiz¨¢ por miedo de Ram¨®n, sabiendo que Ram¨®n es el genio y, por tanto, el que puede estorbarle. Borges lo ha repetido en sus ¨²ltimas visitas a Espa?a, cuando le entrevistan sobre nuestra literatura, que ignora desde Quevedo:
-Bien, todo bien, pero ?qu¨¦ bueno Cansinos, eh? Qu¨¦ bueno Cansinos.
Cansinos ha sido, involuntariamente, la coartada de su falta de hospitalidad para con la literatura espa?ola. De Am¨¦rico Castro dice que "maneja una prosa de almac¨¦n". Lo del Viaducto es el ultra¨ªsmo de Cansinos y el creacionismo de Vicente Huidobro/Gerardo Diego. Huidobro es m¨¢s cosmopolita, pero Gerardo es mucho m¨¢s poeta: "La novia de manos ojivales da de comer a las estrellas". "Se estrellar¨¢ nuestro parabrisas / de faros y de millas". Aqu¨ª s¨®lo hacen vanguardismo Ram¨®n en prosa y Gerardo en verso. Ram¨®n, encima, hab¨ªa nacido en el barrio del Viaducto.
El cansino Cansinos, el judiazo, como un Oscar Wilde macho, y la marica erudita, dos mascarones en la proa de Madrid, contra los mares del cielo venidero. Ellos eran quienes estaban viendo venir el siglo. El Viaducto es la m¨¢xima realizaci¨®n del racionalismo arquitect¨®nico madrile?o (cuyas ¨²ltimas gasolineras han sido derribadas hace poco, por Vallehermoso), cuando los urbanistas dejan de buscar efectos para buscar eficacias. (Luego, conseguida la eficacia, volver¨ªan a la magia del efecto, como Bofill o Higueras.) El Viaducto, inmenso tiranosaurio de la prehistoria racionalista de Madrid (todo es prehistoria antes de Franco: uno, de momento, est¨¢ haciendo prehistoria), ha sido hostilizado por diversos alcaldes franquistas, Arespacochaga y Jos¨¦ Luis ?lvarez, que yo recuerde, y quienes, incapaces de imaginar (construir) nada, han buscado su gloria en destruir cosas, porque los conservadores espa?oles es que no conservan otra cosa que sus privilegios. Arespacochaga/?lvarez han sido caballeros del C¨¦sar Visionario -ya que no del Rey Arturo-, paladines de la mesa rectangular de El Pardo, ya que no de la Tabla Redonda, que han querido ganar gloria, her¨¢ldica inversa, echando abajo el Viaducto, formidable drag¨®n de hormigones y racionalidad. Afortunadamente, llegaron a tiempo el cambio, la transici¨®n -que no la ruptura-, la democracia y don Enrique Tierno Galv¨¢n, ese Montesquieu que tiene mucho de un Diderot c¨ªnico que hubiese le¨ªdo anticipadamente a Oscar W¨ªlde. Y el Viaducto se salv¨®. Pero el Viaducto era uno de los c¨ªrculos dantescos de Madrid, por donde todas las noches se tiraba alguien, y que ten¨ªa tambi¨¦n suicidas inversos, es decir, los hombres/mosca, que escalaban el Viaducto desde abajo, gratuitamente, para luego pasar la gorra al personal que estaba arriba.
Nada de esto (el Viaducto como drag¨®n racionalista frente al irracionalismo franquista) pod¨ªan preverlo aquellos dos grandes escritores, Cansinos y R¨¦pide, en la noche inmensamente pac¨ªfica de 1920, cuando eran dos m¨¢scaras de la Morer¨ªa -el judiaz¨® triste y la marica redicha asomadas de Madrid a la nada, que, asimismo, era una nada muy madrile?a. Los hombres del Viaducto, ya est¨¢ dicho, fueron Corpus Barga, Cansinos, don Pedrito de R¨¦pide y, luego, los vanguardistas/ultra¨ªstas/futuristas, que, de manera muy coherente, ve¨ªan en el Viaducto la m¨¢xima expresi¨®n de un Madrid/ siglo XX (ahora mismo tiene por all¨ª cerca su tienda Marta Moriarty, sacerdotisa rubia de la ¨²ltima "movida madrile?a"). O sea, Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro y Gerardo Diego, a m¨¢s de Guillermo de Torre, que es a los vanguardismos lo que D¨¢maso Alonso al 27: el erudito/poeta. Ya-Alejandro Sawa lo hab¨ªa an¨²nciado:
-?Arroj¨¦monos a las estrellas!
Ning¨²n sitio como el Viaducto para arrojarse a las estrellas. Pero Vicente Huidobro, chileno, pas¨® por Madrid metiendo mucho ruido, y prefer¨ªa arrojarse a Par¨ªs. A las luces de Par¨ªs, mejor que a las estrellas manchegas de Madrid. Su Horizont carr¨¦ es una servil traducci¨®n del cubismo pict¨®rico a literatura. Julio Campal, a quien conoc¨ª mucho en el Madrid de los 60, era un argentino desganado/desva¨ªdo que hac¨ªa vanguardia pensando a¨²n en Huidobro. Se suicid¨® en Madrid, con el gas, que es un suicidio municipal, y mi entra?able maestro Gerardo Diego lo llev¨® a enterrar al cementerio civil, pues Gerardo ve¨ªa en Campal un fantasma rubio de su propia juventud ultra¨ªsta. A partir de aquel entierro, si no me equivoco, Gerardo fragu¨® su libro Cementerio civil, doblemente emotivo en un poeta cat¨®lico, donde glosa en verso a sus queridos muertos "del otro lado".
1. Los otros dos tomos de las memorias de Corpus se titulan Los pasos contados y Las delicias.
2. R¨¦pide, cuando la guerra civil, huye a Am¨¦rica, por sus ideas izquierdistas, retornando a Madrid muchos a?os m¨¢s tarde, para morir.
3. Toda la est¨¦tica de Huidobro se resum¨ªa en este lema: "Hacer un poema como la naturaleza hace un ¨¢rbol".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.