Rusos y alemanes
Entre Alemania y Rusia casi siempre hubo tratos amistosos. No obstante, en el siglo XX las relaciones entre estas dos naciones resultaron ser otras. No hab¨ªa pasado ni un cuarto de siglo despu¨¦s de la I Guerra Mundial, en que millones de soldados rusos cruzaron sus armas con millones de soldados alemanes, cuando estall¨® la II Guerra Mundial, de proporciones, crueldad y objetivos sin precedentes.Antes de empezar esta guerra, sus iniciadores alemanes consideraron inevitable la lucha contra el bolchevismo y el comunismo y buscaron apoyo entre los pa¨ªses de la Europa occidental e incluso entre algunos emigrantes rusos. A finales de los a?os treinta, el Gobierno sovi¨¦tico habl¨® de la importancia de reforzar la defensa contra el fascismo, el nazismo y el imperialismo. Sin embargo, cuando estall¨® la guerra, por culpa de los objetivos que Hitler eleg¨ªa ante los militares y las autoridades alemanas y que entonces apoyaba la mayor¨ªa de los alemanes embriagados por las victorias, la guerra casi perdi¨® su original car¨¢cter ideol¨®gico y se convirti¨® en guerra de naciones. Por ello dej¨® una profunda huella en la conciencia de todas las naciones de la URSS, especialmente en la rusa, la ucraniana y la bielorrusa.
Muy pronto result¨® claro que la victoria de Alemania significar¨ªa no s¨®lo la humillaci¨®n nacional de los pueblos eslavos, tal como ocurri¨® en el a?o 1918, al concluir el pacto de Brest-Litovsk, sino la destrucci¨®n gradual de las naciones eslavas, con sus ciudades, industria, civilizaci¨®n, su clase intelectual y su cultura. La Alemania fascista quer¨ªa convertir las tierras eslavas no en nuevas colonias, sino en territorios para la colonizaci¨®n alemana donde a los rusos, ucranianos, polacos, etc¨¦tera, se les impondr¨ªa el papel de animales de tiro, y esto ocurrir¨ªa seguramente solamente durante el per¨ªodo de asimilaci¨®n econ¨®mica inicial. En la revista Der Spiegel publicaron recientemente una fotograf¨ªa en la que los soldados alemanes rodean un gran p¨®ster que dec¨ªa: "Los rusos han de morir para que nosotros podamos vivir". La fotograf¨ªa fue tomada el 2 de octubre de 1941. (Der Spiel, 7 de marzo de 1983, p¨¢gina 12).
Movi¨¦ndose de Stalingrado a Leningrado, de Mosc¨² y el C¨¢ucaso al Oeste, y entre luchas espantosas, los soldados, oficiales y generales sovi¨¦ticos se dieron cuenta perfectamente del destino que Hitler preparaba para Rusia. Adem¨¢s de ellos, decenas de millones de personas que se encontraban en el territorio ocupado, millones de prisioneros de guerra sovi¨¦ticos y ciudadanos sovi¨¦ticos trasladados para trabajar en Alemania, todos ellos se enteraron de las intenciones de los nazis durante su penosa experiencia. No me voy a poner aqu¨ª a describir los horrores de la ocupaci¨®n, los fusilamientos colectivos, los saqueos organizados, la exterminaci¨®n de los jud¨ªos, los asesinatos masivos de los prisioneros de guerra sovi¨¦ticos. Todo es suficientemente bien conocido. De aqu¨ª -y sin la influencia de la propaganda oficial- los soldados y toda la sociedad del pa¨ªs lleg¨® gradualmente a odiar no s¨®lo a los fascistas, a los miembros de la Gestapo y a los seguidores de Hitler, sino a todos los que obedec¨ªan y llevaban a t¨¦rmino las ¨®rdenes en tierra rusa. Evidentemente, la propaganda oficial no s¨®lo utilizaba, sino tambi¨¦n reforzaba, las emociones que volv¨ªan la guerra m¨¢s cruel, adem¨¢s de ayudar a superar sus dificultades. Cuando en uno de nuestros peri¨®dicos apareci¨® el art¨ªculo titulado ?Mata al alem¨¢n!, de llya Erenburg, pocas personas lo entendieron como un error de un escritor cegado por el odio. Erenburg expres¨® lo que en aquellos tiempos sent¨ªa mucha gente.
A finales de 1944, el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico se acerc¨® a la frontera de Alemania. Me acuerdo bien de aquellas masas. Nadie de nosotros en el Ej¨¦rcito esperaba revoluciones o manifestaciones antifascistas, estas ilusiones se hab¨ªan disipado ya en 1941-1942. Esper¨¢bamos resistencia enfurecida y reforzada por el miedo de la venganza. Las pintadas, hechas deprisa, con grandes letras que dec¨ªan "?He aqu¨ª la madriguera de la bestia fascista!", estaban lejos de expresar sentimientos humanos hacia los habitantes de Alemania ni despertarlos en los que los le¨ªan.
Cuando nuestro ej¨¦rcito pasaba por Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia y Yugoslavia, nuestros soldados se consideraban all¨ª como liberadores. En cambio lo que sentimos en el territorio alem¨¢n era muy distinto. Naturalmente hubo casos, y muchos, de comportamiento noble: salvaci¨®n de ni?os, mujeres, ancianos. Pero, tal como digo, no eran m¨¢s que casos aislados. Tir¨¢bamos a tierra casas donde se escond¨ªan francotiradores y destructores de tanques, arroj¨¢bamos bombas sobre las ciudades y los puntos fortificados, y pocos eran los que pensaban en la poblaci¨®n. No quiero describir c¨®mo se comportaban no s¨®lo los rusos, sino tambi¨¦n los norteamericanos, los franceses y los brit¨¢nicos en el territorio de Alemania reci¨¦n tomado en los combates. Hab¨ªa algunos que se mostraban apenados por lo ocurrido, pero su sentimiento no era profundo y eran casos excepcionales.
En la retaguardia, naturalmente las pasiones no eran tan fuertes. En Tbilisi (Tiflis), donde viv¨ªa y trabajaba durante los a?os de la guerra, un grupo de prisioneros alemanes arreglaba las carreteras, pero no les proteg¨ªa nadie. Nosotros no les compadec¨ªamos, pero tampoco nos burl¨¢bamos de ellos. La misma imagen se ve¨ªa tambi¨¦n en otras ciudades. Los prisioneros de guerra constru¨ªan casas en algunos barrios de Mosc¨² y limpiaban las ruinas que quedaron despu¨¦s de la destrucci¨®n del centro de Kiev. No s¨¦, fue tal vez s¨®lo en Kiev donde era necesario protegerlos.
La generaci¨®n que vivi¨® durante la guerra, hasta ahora est¨¢ resentida contra los alemanes. Estas emociones son especialmente notables en las mujeres mayores, y m¨¢s a¨²n porque la proporci¨®n de hombres de su edad es varias veces menor. No obstante, no se trata tanto de que haya menos hombres mayores como del hecho de que las mujeres son m¨¢s emotivas. A las mujeres les cost¨® m¨¢s volver a una vida pac¨ªfica normal. Millones de maridos no volvieron del frente, las dejaron viudas a la edad de 30, 25 o 20 a?os, y as¨ª las privaron de sus alegr¨ªas de la vida familiar para toda la vida. ?Y cu¨¢ntas de nuestras mujeres esperan en vano no s¨®lo al esposo, sino tambi¨¦n al hijo! En los a?os 1941 y 1942, cuando el Ej¨¦rcito Rojo se retiraba al Este, dejando al enemigo la mitad de Rusia, las mujeres descargaban con frecuencia su furia contra los comandantes sovi¨¦ticos e incluso contra Stalin, maldici¨¦ndoles a todos. Sin embargo, ahora, despu¨¦s de la victoria, echan la culpa a Hitler y a los alemanes en general.
Naturalmente hay excepciones. Una antigua miembro de la Internacional Comunista, una se?ora mayor, a finales de los a?os veinte todav¨ªa trabajaba en la clandestinidad alemana y se cas¨® con un comunista alem¨¢n. Hab¨ªa pasado por los campos de concentraci¨®n estalinianos. Despu¨¦s de ser rehabilitada pas¨® muchos a?os en el extranjero: en Francia, en Italia, en Austria. Sin embargo, donde m¨¢s le gusta estar es en las dos Alemanias. Ella hab¨ªa vivido los horrores de los campos estalinianos; en cambio, las barbaridades de la ocupaci¨®n alemana las conoce solamente a trav¨¦s de los libros y del cine.
Los hombres mayores, incluyendo los veteranos de la guerra, no est¨¢n tan resentidos contra los alemanes, su trato es m¨¢s calmado.Recuerdan tanto los horrores de la guerra como los:ataques de ciega alegr¨ªa que algunas veces ke apoderabaq incluso de ellos. Pero todos ellos vencieron sobre el enemigo, a pesar de todas las dificultades y sacrificios; "vencieron sobre el alem¨¢n" y vengaron las l¨¢grimas de las esposas y de las madres. Pero ni los hombres mayores sienten amistad por los alemanes. Es un hecho bien conocido que despu¨¦s de la I Guerra Mundial, a finales de los a?os veinte, en Europa se organizaban encuentros de los veteranos de aquella guerra. Los antiguos adversarios hablaban de la paz, recordando tambi¨¦n episodios b¨¦licos sin ning¨²n resentimiento. Los casos de fraternizaci¨®n cuando los soldados, en las trincheras, dejaron de disparar unos contra otros ocurr¨ªan en los a?os 1917-1918, y no s¨®lo en el frente ruso-alem¨¢n. En la II Guerra Mundial no sucedi¨® nada parecido, y es imposible imaginarse encuentros entre los veteranos de Rusia y de Alemania. La enemistad hacia los alemanes se ha embotado, pero no costar¨ªa demasiado volver a agudizarla. La insistencia con que la URSS ped¨ªa a la RFA el rechazo de la instalaci¨®n de los misiles estado unidenses no era solamente un aspecto de la pol¨ªtica de la defensa nacional, sino que expresaba emociones imposibles de ignorar.
Hace mucho tiempo presenci¨¦ una escena que podr¨ªa suceder incluso hoy. En el compartimiento de un tren de largo recorrido viajaban un viejo alem¨¢n y un ruso, y los dos se pusieron a charlar en ruso. S¨²bitamente, elruso pregunt¨®, con cierta dosis de reto:
-?D¨®nde estaba usted durante la guerra?
-En el frente, como todo el mundo -contest¨® el alem¨¢n.
-?En el frente ruso tambi¨¦n?
-Tambi¨¦n.
-?Ha matado a muchos rusos?
-Yo era m¨²sico. Tocaba en la banda.
Esta respuesta tranquiliz¨® a su interlocutor, pero la conversaci¨®n ya no se aviv¨®. Seguramente el anciano ruso no le crey¨® del todo. "Ahora todos dicen que eran m¨²sicos".
Las generaciones que nacieron durante o despu¨¦s de la guerra, es decir, la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n de la URSS en el presente, experimentan poco o ning¨²n resentimiento contra los alemanes. El conocido fil¨®sofo sovi¨¦tico no oficial G. Pomerants, polemizando con Solyenitsin, escribi¨® recientemente lo siguiente: "Creo que es imposible lograr la paz mientras recordamos antiguas discordias. Esto no es una inalcanzable altura moral, sino el sentido com¨²n y el sentimiento humano natural. Menos mal que todas las ofensas se olvidan al cabo de alg¨²n tiempo. Recordar las injurias para volver una y otra vez a calcular qui¨¦n le hizo cu¨¢nto da?o a qui¨¦n es una insensatez. Evidentemente funciona de diversas maneras seg¨²n de qui¨¦n y de qu¨¦ se trate. Pero despu¨¦s de este l¨ªmite las pasiones se calman. Los acontecimientos que est¨¢n detr¨¢s de la frontera de la memoria de nuestros padres y nuestros abuelos pueden ser recordados solamente en un caso: si los han colocado en el campo de la religi¨®n".
Aun ahora, la mayor¨ªa de los j¨®venes a los que he preguntado sus opiniones sobre los alemanes me hablaban de ellos sin resentimiento, aunque sin ninguna simpat¨ªa. Para. ellos hay poca diferencia si se habla de los alemanes, de los suecos o de los brit¨¢nicos. La respuesta habitual es: "No s¨¦, o "No he pensado en esto". Hay varios motivos para esta actitud. Primeramente, los j¨®venes rusos tienen el trato casi siempre con los alemanes j¨®venes que no han entrado nunca en nuestro pa¨ªs en calidad de ocuparites. En Mosc¨² hay muchos alemanes -diplom¨¢ticos, corresponsales y hombres de negocios-. Pero todos ellos tienen en general una edad entre 30 y 50 a?os y no han luchado nunca, ni en el Oeste ni en el Este.
Desde mi punto de vista, el motivo m¨¢s importante de la ausencia de sentimientos claramente expresados hacia los alemanes de parte de los ciudadanos sovi¨¦ticos nacidos despu¨¦s del a?o 1940 se puede explicar principalmente por el escaso o casi inexistente trato entre la gente com¨²n sovi¨¦tica y las naciones europeas, incluyendo a los alemanes. Las emociones nacionales s¨®lo pueden nacer a partir de un trato personal, vivo. Este trato s¨ª existe entre los numerosos pueblos en el interior de la URSS, pero es pr¨¢cticamente ausente entre los rusos y las naciones de la Europa oriental, y a¨²n m¨¢s, de la occidental. Pocos turistas sovi¨¦ticos consiguen un viaje a los pa¨ªses socialistas de Europa, y a los capitalistas, pr¨¢cticamente nadie. Si hay en la RDA, o m¨¢s raramente en la RFA, grupos de turistas sovi¨¦ticos, esto no significa que est¨¦n libres en sus movimientos por el pa¨ªs y en sus relaciones con los alemanes. Los turistas de ambas rep¨²blicas alemanas en la URSS acostumbran a viajar en grupos y no tienen casi ning¨²n trato con los ciudadanos comunes, sino s¨®lo con los gu¨ªas de Inturist. Para la gente sovi¨¦tica, un viaje al extranjero significa un privilegio concedido a poqu¨ªsimas personas, y el poder viajar a un pa¨ªs capitalista no lo consigue nadie m¨¢s que gente de mucha confianza.
Evidentemente, estamos hablando de la conciencia de las masas. En peque?os grupos de la juventud podemos encontrar cualquier reacci¨®n, desde un nacionalismo ruso desenfrenado y germanofobia hasta la adoraci¨®n del fascismo. Hace unos a?os, en el caf¨¦ Lira de Mosc¨² se reunieron unos 200 j¨®venes de diversas ciudades para celebrar el 902 aniversario del nacimiento de Hitler.
Seguramente ser¨¢n los mismos j¨®venes que pintan en las paredes y en las casas las cruces, gamadas fascistas.
Nunca se puede eximir totalmente a una naci¨®n de la responsabilidad por los cr¨ªmenes de sus l¨ªderes o partidos pol¨ªticos. Los disc¨ªpulos de Hitler llegaron al poder en Alemania a base de un procedimiento constitucional formalmente legal. Karl Marx escribi¨® lo siguiente: "No es suficiente afirmar, seg¨²n el ejemplo de los franceses, que su naci¨®n fue sorprendida de improviso. A una naci¨®n, igual que a una mujer, no se le perdona ni un minuto de falta o mala conducta, porque el primer aventurero que encuentra la puede violar". Frases como ¨¦stas no explican enigmas, sino que formulan los asuntos de otra manera. Adem¨¢s, a¨²n hay que explicar de qu¨¦ modo tres timadores pueden sorprender de forma imprevista y apoderarse sin resistencia de una naci¨®n de 36 millones de personas".
Marx estaba hablando del golpe de Estado de Bonaparte en Francia. Pero lo mismo se podr¨ªa aplicar a Hitler, y tambi¨¦n a Stalin y al estalinismo. Hay que admitir que hay algo en los rasgos caracter¨ªsticos de la naci¨®n alemana y de la rusa que, si no predestin¨®, al menos facilit¨® tanto a Hitler como a Stalin el poder realizar sus horribles reg¨ªmenes. Y tal vez los alemanes se han alejado hoy d¨ªa en muchos m¨¢s aspectos de los tiempos terribles de Hitler que los rusos de la ¨¦poca del estalinismo.
O sea, que nos damos cuenta de que es imposible hablar de la actitud de los rusos hacia los alemanes sin demostrar al mismo tiempo la heterogeneidad de la sociedad sovi¨¦tica contempor¨¢nea, que se halla lejos de estar tan unida en sus opiniones como se podr¨ªa juzgar por la propaganda oficial. De todas maneras, todav¨ªa es temprano para sacar conclusiones de la totalidad del problema que planteamos en el encabezamiento de este art¨ªculo. El tiempo mismo demostrar¨¢ el resultado, dar¨¢ la soluci¨®n, y en los a?os y d¨¦cadas venideros pueden cambiar muchas cosas. Nuestras relaciones y actitudes nacionales dependen no s¨®lo del comportamiento de los l¨ªderes alemanes, que no es, de ninguna manera, impecable; ni tampoco s¨®lo de la pol¨ªtica de los l¨ªderes sovi¨¦ticos, que tambi¨¦n est¨¢ lejos de la perfecci¨®n. Mucho depende de la Prensa, de los medios de comunicaci¨®n de masas y de todas las ramas de la cultura y el arte. Hay muchas posibilidades de curar con m¨¢s presteza las cicatrices y las heridas todav¨ªa sangrantes que quedaron en nuestras naciones como consecuencia de los conflictos y las guerras pasadas que a¨²n no hemos podido olvidar. Hasta ahora, por desgracia, no todas las posibilidades se explotan como ser¨ªa menester.
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