La felicidad hecha concierto
ENVIADO ESPECIALNos dej¨® a todos con los cables fundidos, con un nudo en la boca del est¨®mago, delirantes por fuera, acongojados por dentro, mudos de asombro, llorosos de admiraci¨®n. Ellington, Rodrigo, Corea, Lennon-McCartney, Hamecock, el barroco, el blues, la canci¨®n infantil.
Hay otras m¨²sicas, s¨ª, pero tambi¨¦n est¨¢n en la prodigiosa garganta de Bobby McFerrin. Hay muchos otros conciertos, pero todo cuanto de admirativo pueda despertar estuvo en ¨¦ste. M¨¢gico, ¨²nico, inolvidable, con la sublime perfecci¨®n que por esencia se atribuye a la divinidad. Un olimpo de fantas¨ªa, un para¨ªso de imaginaci¨®n, el aut¨¦ntico saber arc¨¢dico.
Con la exclusiva ayuda de un micr¨®fono, esa octava maravilla del universo-mundo la presenta un neoyorquino menudo, un ni?o travieso de 35 a?os, un felino con gafas que calza zapatones colmados de polvo y tejanos, un tipo que tiene la humorada de seguir silbando y tarareando diabluras en el ascensor del hotel cuando se larga a dormir con una sonrisa y cara de aqu¨ª no ha pasado nada. De pel¨ªcula, vaya. Esa voz es una mina, mil voces tiene la noche, Dios y el diablo, en la garganta de Bobby McFerrin.
IX Festival de Jazz de Vitoria
Bobby McFerrin, voz. Herbie Hancock Quartet; Herbie Hancock, piano; Ron Carter, contrabajo; George Coleman, saxo tenor; Billy Higgins, bater¨ªa.Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 14 de julio.
Desde el escenario, entre el p¨²blico, sentado en las gradas, en cuclillas junto al Bosendorfer, compartiendo el taburete con Hancock, vacilando con Coleman, andando, brincando, corriendo, arrastr¨¢ndose, susurrando, respirando, gritando, modulando, impostando, silbando, dirigiendo, sonriendo, jugando. Ah¨ª estuvo McFerrin llenando de arte y felicidad hasta el ¨²ltimo rinc¨®n del polideportivo de Mendizorroza. Y el que ya desde la primera nota fue su rendido p¨²blico, un incondicional compa?ero de viaje en la fiesta organizada por Bobby, se convirti¨® en artista. Bobby lanz¨® el envite con una sonrisa y recogi¨® entrega, saber y admiraci¨®n a quienes nos hac¨ªa artistas y felices ante semejante monstruo art¨ªstico.
McFerrin es al arte vocal lo que Einstein a la f¨ªsica o Picasso a la pintura. Tras haber mirado el cosmos del que se ocupa con sabidur¨ªa y esencialidad propias de un ni?o, lo rumia todo, todo lo recompone y reelabora para ofrecernos un nuevo mundo. Joe Hendrickc, el viejo maestro, Joan La Barbara, Laurie Anderson, Al Jarreau, Swingle Singers, Ella, Sarat, Gigli y la Caball¨¦, la orquesta, los coros, la reververaci¨®n, todo aquello en lo que uno pueda l¨®gicamente pensar y mil cosas m¨¢s que nunca ha imaginado. ?se es McFerrin.
El duende, suelto
Herbie Hancock se sent¨® ante el piano con rostro feliz y un lapidario: "Bobby es fant¨¢stico". El duende andaba suelto y no hab¨ªa forma humana de controlarlo. Georgge Coleman empez¨® a crecer, a crecerse, como si no le bastara con ser un musculoso e inspirado gigante con un saxo tenor en las manos. Ron Carter colgaba a la concurrencia con un sonido redondo, cristalino, puntillista, emotivo, impagable. Higgins pon¨ªa cara de m¨¢s intensa felicidad cuanto m¨¢s se le iban complicando las cosas. Era de no cre¨¦rselo. Como si acab¨¢semos de encontrar otra de las c¨¦lebres sesiones perdidas de Blue Note, una cinta que, por incomprensible olvido, Coscuna tambi¨¦n se dej¨® en los lavabos.La reintegraci¨®n de Bobby al escenario en pleno Viaje inici¨¢tico ya no se pudo aguantar. Al propio Hancock le chispeaban los ojos tras sus gruesas gafas. Aquel grupo hab¨ªa pasado de ser un soberbio cuarteto del m¨¢s rancio hard-bop a convertirse en la filarm¨®nica de los ¨¢ngeles (de los ¨¢ngeles cantores) con s¨®lo a?adirle un Bobby.
Se comentaba con retranca que McFerrin acababa de hundir el festival de Vitoria en su primera hora. Lo suyo vale por un festival entero, por miles de conciertos. ?Qu¨¦ pocas veces se goza de prodigios similares! No lo olvidaremos. Imposible.
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