Santiago Montero D¨ªaz, historiador y maestro
El profesor Santiago Montero D¨ªaz, que falleci¨® el pasado d¨ªa 24, a los 74 a?os de edad, fue ya en torno a los a?os treinta un wunderkind, una espl¨¦ndida promesa de la cultura espa?ola. Tambi¨¦n, desde entonces ya, empez¨® pronto a ser tambi¨¦n alguien que sonaba en la pol¨ªtica. Gallego de pies a cabeza, estudiante primero en la universidad de Santiago, pas¨® luego por Madrid y por Alemania, hasta que, en febrero de 1936, a los 25 a?os, obtuvo su primera c¨¢tedra universitaria en Murcia. Entre tanto, disconforme, como tantos inteligentes e inquietos j¨®venes estudiosos con la Espa?a de entonces, pase¨® de extremo a extremo el mapa pol¨ªtico, como una verdadera personificaci¨®n del no es eso, no es eso, que dir¨ªa Ortega. Despu¨¦s de la guerra civil, en dos momentos tan significativos como los primeros a?os cuarenta y 1965, hubo de sufrir sanciones de confinamiento en el primer caso, y de temporal separaci¨®n administrativa de la c¨¢tedra, en el segundo, por razones pol¨ªticas diversas y, hasta cierto punto, contrarias, pero que respond¨ªan a uno de los m¨¢s acusados rasgos de su car¨¢cter de intelectual insobornable: la autenticidad, envuelta en las elegantes maneras de una refinada cortes¨ªa y aderezada, adem¨¢s, con las chispeantes manifestaciones de un ingenio singular, que en dos palabras y en voz baja retrataba personas y situaciones con la agudeza de un Quevedo de nuestros tiempos, al que no impresionaban t¨ªtulos ni fachadas.Pero yo quiero hacer una escueta referencia al maestro. El profesor Montero D¨ªaz nos deslumbraba, en tercero de facultad, con una visi¨®n hist¨®rica del formidable amanecer que fue la ciencia griega (de sus labios o¨ªmos, por primera vez, lo que desde los puntos de vista del m¨¦todo y de los contenidos mismos debe la filosof¨ªa occidental a la medicina jonia, as¨ª como que para entender el problema del poder pol¨ªtico, en cualquier situaci¨®n hist¨®rica, hay que acercarse a estudiarlo en toda su desnudez en el imperio romano). Muchas de esas cosas, desafortunadamente, quedaron en nuestros cuadernos de apuntes y en los ecos de las lecturas que, por recomendaci¨®n suya, hicimos. Pero se grabaron profundamente en muchos de nuestros esp¨ªritus, y quiz¨¢ estemos todav¨ªa intentando transmitir a nuestros estudiantes algunas de esas ideas-madres o ideas-fuerzas. La obra publicada de Montero D¨ªaz no es tan copiosa como corresponder¨ªa a su saber y a sus diputados estudios. Pero yo me permito sugerir que alguien reimprima su bell¨ªsimo libro sobre Alejandro Magno, que ser¨ªa adem¨¢s ahora un ¨¦xito de venta, o su introducci¨®n al estudio de la Edad Media, que, al cabo de medio siglo, conserva una fresca lozan¨ªa. Otras personas le conocieron mejor y le trataron m¨¢s que yo. Pero no quiero omitir el testimonio de mi gratitud como homenaje a su memoria.
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