Victorinos para una pesadilla
Abri¨® plaza un victorino c¨¢rdeno, cornal¨®n y feroche de cara. Un clamor de admiraci¨®n provoc¨® el victorino nada m¨¢s ponerse al sol, pues era bello. Pero a los dos pasos ya le cruj¨ªan las bielas. Le oblig¨® Espl¨¢ bajando la mano y se fue de morro a la arena. El panorama se presentaba sombr¨ªo para la afici¨®n, que hab¨ªa llenado la plaza hasta la bandera, y para los lidiadores no tanto. Saldr¨¢n feroches de cara los victorinos, deb¨ªan pensar, pero si les crujen las bielas hay menos tarea. Sin embargo, el c¨¢rdeno cornal¨®n y feroche de cara que se ca¨ªa fue un espejismo. Luego vino la pesadilla.La pesadilla, para complacencia de la afici¨®n y espanto de los lidiadores, eran unos victorinos impresionantes de estampa, ce?udos, cejijuntos, coronados con unas astas que buscaban las nayas y, adem¨¢s, varios de ellos resultaron broncos y desarrollaban sentido. El cuarto, de esta catadura, le cort¨® la respiraci¨®n a Espl¨¢ en una colada terror¨ªfica. Por bajo de la axila le pas¨® el cuerno y, en la instant¨¢nea, parec¨ªa que Espl¨¢ llevaba bajo el brazo una garrocha. Naturalmente, el diestro enciclop¨¦dico, torero total, que iba "vestido de Joselito por el luto de su madre", traste¨® por bajo ahorm¨® de pit¨®n a pit¨®n, corri¨® lo que era justo correr y se quit¨® con habilidad de en medio el peligroso compromiso.
Plaza de Valencia
25 de julio. Sexta corrida de feria.Cinco toros de Victorino Mart¨ªn, de impresionante trap¨ªo, aunque flojos; tres broncos y dos manejables. Tercero, sobrero de Bernardino Jim¨¦nez, inv¨¢lido y boyante. Luis Francisco Espl¨¢: estocada ca¨ªda (aplausos); pinchazo hondo (pitos). V¨ªctor Mendes: pinchazo hondo tendido y descabello (palmas); media atravesada y descabello (oreja). El Soro: buena estocada (petici¨®n y vuelta); media estocada baja y dos descabellos (divisi¨®n).
No es que Espl¨¢ se limitara a estos ali?os en la tarde valenciana de espectaci¨®n m¨¢xima, pues suyo fue lo m¨¢s torero de la corrida: el quite que le hizo a V¨ªctor Mendes, a cuerpo limpio, a la salida de un par de banderillas. El toro estaba a punto de encunar al portugu¨¦s, y Espl¨¢, corriendo de cara hacia el animal, meti¨® la mano y en ella se llev¨® el derrote.
Tambi¨¦n entraba en el marco de la buena torer¨ªa el par asombroso que prendi¨® Espl¨¢ al cuarto, cambi¨¢ndole el viaje y entrando por los terrenos de dentro. A la salida escap¨® tomando el olivo, pues no ten¨ªa otra opci¨®n. En el quite y en ese par, el p¨²blico le aclam¨® puesto en pie.
El segundo victorino, con el que empezaba el desasosiego de la pesadilla, luc¨ªa aires de morucho. Humillaba bien, pero se desentend¨ªa enseguida del enga?o y buscaba al torero. Bobadas de bruta grey, pues no necesitaba buscarlo: lo ten¨ªa al lado, bien ce?ido. Mendes aguant¨®, templ¨® y consinti¨® en unos derechazos de mucho m¨¦rito, y mat¨® pronto.
El quinto, que a?ad¨ªa sudores de hielo a la pesadilla, tras ser cuidadosamente descuartizado por el individuo del castore?o, acab¨® protagonizando el sue?o de una noche de verano. Quiz¨¢ porque sent¨ªa pr¨®xima la muerte quiso ser bueno y acud¨ªa pastue?ito a la muleta de V¨ªctor Mendes. Ahora bien, la muleta de V¨ªctor Mendes ten¨ªa un toco menos pastue?ito; lo ten¨ªa repetitivo, t¨¦cnico, escasa mente alado, y la faena, decorosa no pas¨® de ser una m¨¢s, cuando la boyant¨ªa del victorino reclamaba otras categor¨ªas; por ejemplo arte -algo extra?o ayer en Valencia-.
En la vuelta al ruedo obsequia ron a V¨ªctor Mendes un pollo, un conejo y un jam¨®n con chorreras que, unidos a la oreja, aseguraban el rancho para la cena. Antes, a El Soro, adem¨¢s del conejo y el pollo, le hab¨ªan ofrendado una paella, con sus langostinos, sus cigalas y en fin, todo lo que la paella contiene. Incluido el arroz, por supuesto El banderillero El Jaro la tent¨® una cucharada y puso cara de que estaba buena. En la vuelta al ruedo las cuadrillas no le quitaban ojo, por si volv¨ªa a dar otro ataque.
En esta ocasi¨®n el rancho no se complet¨® con oreja, a pesar de que lo pidi¨® el p¨²blico. A El Soro le hab¨ªa salido un sobrero de Bernardino Jim¨¦nez, que sustitu¨ªa a otro victorino tullido, y aunque ese sobrero a¨²n era m¨¢s bueno que la paella, no le supo hacer los honores. Dio una serie de redondos y naturales templando bien, luego se pas¨® de faena, y se sumi¨® en un barullo de p¨¦ndulos, pases en cadena y rodillazos. Finalmente, se descar¨¦ ante el suculento sobrero y arroj¨® lejos los trastos. Estuvo bien, para lo que le serv¨ªan.
En el sexto la pesadilla fue para el p¨²blico. El victorino se ca¨ªa, una veces por las patas de delante, otras veces por las patas de detr¨¢s. El Soro lo banderille¨® espectacularmente y con la muleta volvi¨® a los p¨¦ndulos, a tocar al toro, a ponerse all¨ª donde el toreo ni es necesario, ni es posible. Esta vez en lugar de rancho le tiraron almohadillas.
Los matadores banderillearon todos los toros, en los tres primeros cedi¨¦ndose los palos, y entre el calor que hac¨ªa, lo que tardaban en encontrar toro y la vulgaridad con que ejecutaban la suerte, tambi¨¦n eso fue de pesadill a.
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