El pobre Heinrich
Los hermanos Grimm anotaron con fidelidad y para los tiempos venideros lo que pasaba con Else la Lista y Hans el Fuerte, con el fiel Ferenand y el infiel Ferenand. Sin embargo, en su colecci¨®n falta el cuento del pobre Heinrich. Es un cuento anacr¨®nico que no correspond¨ªa al Medievo ni al romanticismo burgu¨¦s, sino a nuestra ¨¦poca.El pobre Heinrich creci¨® junto al Rin, en una ciudad que desapareci¨® hace mucho, y en un pa¨ªs que ya no existe, la Alemania amargada y temerosa de los a?os veinte. El pa¨ªs eligi¨® a su Hitler y el pobre Heinrich se fue de aprendiz con un librero. Se fue a una guerra que detestaba, fue herido y apresado y volvi¨® a la desolada ciudad con la mochila vac¨ªa y la ropa hecha jirones. Entonces comenz¨® el trabajo, el ascenso, el ¨¦xito. El pobre Heinrich alcanz¨® los m¨¢ximos honores del mundo y cen¨® con un rey en el Norte.
Pero no fue un final feliz; Heinrich B?ll era el h¨¦roe de un cuento malicioso, sarc¨¢stico. Se hab¨ªa producido un malentendido como los que aparecen en las pesadillas. Quien volv¨ªa a elevarse, quien quer¨ªa ascender, quien realizaba el milagro con las ruinas no era ¨¦l, sino los otros. ?Juntos prisioneros, juntos ahorcados! El ¨¦xito de Heinrich B?ll parodiaba al de la Lufthansa, al del Deutsche Bank, al de la Daimler-Benz AG, al ¨¦xito de toda una rep¨²blica, contra el que se resist¨ªa con u?as y dientes.
El pobre Heinrich se hizo rico. No es que rechazara el dinero con la pasi¨®n de un sectario ni con el ce?o de un puritano. Pero no le gustaba, y comprend¨ªa tan poco a los ricos, que ¨¦l, narrador, ni siquiera era capaz de describirlos. Se ayudaba a s¨ª mismo encontrando siempre a otros a los que poder ayudar. As¨ª se desprendi¨® de nuevo del dinero. Pero no pod¨ªa desprenderse de los honores. Dejaba que cayeran sobre ¨¦l como las gotas de lluvia.
Por lo dem¨¢s, durante 40 a?os estuvo importunando a todos, a los que le le¨ªan y a los que no le le¨ªan. No encajaba en el pa¨ªs donde viv¨ªa, sobre el que escrib¨ªa, que le persegu¨ªa con sus viejos odios y su nuevo y fr¨¢gil afecto. Desde el primer instante produjo inquietud a los mafiosos de la pol¨ªtica. Para un hombre como Geissler, capaz de limpiarse en un santiam¨¦n los espumarajos de la boca para dedicar un sentido recuerdo a los muertos indefensos, las virtudes ancestrales del pobre Heinrich deb¨ªan parecerle desvar¨ªos de un loco peligroso.
Pero Heinrich B?ll tampoco pudo nunca hacer las cosas a gusto de los jueces del arte. Sus juicios de valor pod¨ªan ser acertados o no, pero siempre ten¨ªan un deje de desprecio. Su relaci¨®n con los seguidores de la Verdad Eterna la estrope¨® por tener puntos de vista que le descalificaban para el papel de representante; los seguidores de la Belleza Eterna siempre necesitan un Goethe, ya se llame Gerhart Hauptmann o Thomas Mann. Aunque el pobre Heinrich anunci¨® el fin de la modestia, en lo que a ¨¦l respecta fue incapaz de desprenderse de ella.
Para los fan¨¢ticos de la Novedad Eterna, sus historias eran demasiado clarificadoras. Cualquiera pod¨ªa entenderlas. Les faltaba estridencia y la vaguedad, la exageraci¨®n y el absurdo de las modas. Su buen nombre literario tambi¨¦n result¨® da?ado por el hecho de ser una buena persona. Hasta el genio m¨¢s insignificante sabe que el arte, como la necesidad, no conoce mandatos. ?Pobre de aquel que no sea capaz de llevar su ego¨ªsmo al l¨ªmite y ser un monstruo, o al menos parecerlo! ?C¨®mo se puede tomar en serio a alguien que acumula sobre s¨ª el odio y la bondad?
En lugar de ello, el pobre Heinrich fue adoptado por las buenas personas, y seguramente sab¨ªa lo que le esperaba cuando se puso en sus manos. Inmediatamente iniciaron la tarea de convertirle en una instancia moral, en una figura mod¨¦lica, en ese alem¨¢n totalmente distinto al que compet¨ªa reparar las cerdadas de toda una naci¨®n. ?l se resisti¨® lo mejor que pudo, con un humor mucho m¨¢s abismal de lo que pudiera parecer, y con un understatement que no proced¨ªa de padres alemanes.
Pero sus amigos, al igual que sus enemigos, sab¨ªan d¨®nde estaba el punto d¨¦bil de Heinrich B?ll. Le faltaba la indiferencia; por eso se hac¨ªa, en definitiva, responsable de todo, de Nicaragua y de las jubilaciones de los escritores alemanes, de Solyenitsin y de la paz, y la sobrecarga iba en continuo aumento.
Creo que con frecuencia se sent¨ªa harto. Observaba los ajetreados saltos de sus paisanos, con preocupaci¨®n y melancol¨ªa, asombrado cada vez que un calumniador arremet¨ªa contra ¨¦l. Ninguna experiencia pod¨ªa hacerle perder su asombro. Sab¨ªa demasiado bien con qui¨¦n se las jugaba, y, sin embargo, parec¨ªa siempre escuchar con asombro a los que le gritaban, con la cabeza ligeramente ladeada, atento, paciente, y siempre les respond¨ªa en voz baja, decidido, obstinado. En una ocasi¨®n casi consiguieron que emigrara a Irlanda. Como es natural, no lleg¨® a ser capaz.
Rara vez se quejaba, pero con frecuencia parec¨ªa cansado, enferm¨® y no se pod¨ªa esperar de ¨¦l una obra alegre en su vejez; el candor y la ingenuidad amenazaban con abandonarle. Es triste que ya no est¨¦ con nosotros. En un pa¨ªs que ya no soporta los cuentos, el pobre Heinrich fue el ¨²ltimo de su estirpe. Nadie ocupar¨¢ su lugar.
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