Mae, Mae
Como un fantasma burl¨®n que surge de no se sabe bien qu¨¦ cuartos oscuros de la memoria vuelve -como vuelve te?ido de ternura el recuerdo de una pala brota olvidada o de un pecado de infancia- la imagen gorda, ir¨®nica, apisonadora de antiguas leyes f¨ªsicas y morales, libre, inteligente y perturbadora de Mae West a hurgar debajo de las butacas de la gente de orden. Dijo de ella Kenneth Anger: "No pod¨ªa cantar una nana sin convertirla en un asunto sexual".Lady Lou -Lowell Sherma,n 1933- es el filme con que se inaugur¨® la corta y novelesca carrera de Mae West en Hollywood. No lleg¨® a hacer obras maestras, pero en sus pel¨ªculas, cuyos di¨¢logos escrib¨ªa ella misma, incluida Lady Lou, que TVE emiti¨® el domingo, hay algo dif¨ªcil de definir, una especie de silencio de dinamita, que estallaba cuando esta mujer-espect¨¢culo agred¨ªa con su mirada oblicua, su sonrisa de caballo y frases como "M¨®ntame, muchacho, y dime algo de vez en cuando" a las c¨¢maras.
Era Mae, y a sus indescifrables a?os sigue si¨¦ndolo, una curiosa neoyorquina de rompe, rasga y colegio de acera, que lleg¨® un buen d¨ªa a Hollywood, aquello le pareci¨® una papanatas aldea de monjas disfrazadas, un prost¨ªbulo de aficionadas para desuso de flojos de entrepierna, y la arm¨®: "Me gustan esos hombres que lo hacen despacio". Es memorable su agresi¨®n a un g¨¢nster de la cuadrilla de Buggsie Siegel a la salida de un cabar¨¦. El tipo se le puso enfrente, galle¨® y Mae le bombarde¨®, mir¨¢ndole la entrepierna: "?Que te pasa ah¨ª, muchacho? ?Llevas pistola o te alegra verme?".
Pase¨® en sus primeros meses californianos su mucha humanidad por las francachelas de Sunset Boulevard y Brentwood, que le parecieron guateques rosas de colegialas, top¨® frontalmente con las correveidiles de la prensa amarilla y puso un muro entre sus juergas -al parecer ultrasecretas, pero de las de verdad- y las de la clientela habitual del esc¨¢ndalo de guadarrop¨ªa.
El acoso del cacique
Pero su laconismo acab¨® por convertirse por s¨ª solo en un esc¨¢ndalo m¨¢s inquietante, pues de ¨¦l escapaban los ecos de un ruido ensordecedor de somieres dif¨ªcil de considerar trucado. Desde la ¨¦poca en que Clara Bow se llev¨® a su casa durante un fin de semana, y como aperitivo, a un equipo de rugby al completo, no se conoc¨ªan en Hollywood haza?as sexuales tan rotundas como las que se atribu¨ªan a Mae West en sus c¨¦lebres batidas a gimnasios de boxeo. Sol¨ªa decir: "Cuando me obligan a elegir entre dos pecados, siempre me inclino por el que nunca he probado".Hizo, adem¨¢s de Lady Lou siete pel¨ªculas entre 1933 y 1937: No soy ning¨²n ¨¢ngel, No es pecado Going to Town, Go West, young man, Klondyke Annie y Every day's a Holiday, y su cr¨¦dito se agot¨®. Volvi¨® a hacer una m¨¢s, The Heats on, en 1943, pero ya era tarde. El acoso del cacique de la Prensa William Randolph Hearst -entonces reci¨¦n convertido por Orson Welles en Ciudadano Kane- fue poco a poco haciendo mella en las altas oficinas de los estudios y Mae encontr¨® s¨®lo espaldas hasta que fue expulsada para siempre de su lugar en el Sol.
Hearst no le perdon¨® una iron¨ªa en la que Mae se refiri¨® a la amante del magnate, la actriz Marion Davies, como una experta simuladora de orgasmos. Hearst-Kane mont¨® en c¨®lera y declar¨® la guerra al monstruo de lascivia. No le cog¨ªa de nuevas a Mae. De Nueva York Mae hab¨ªa salido tambi¨¦n de mala manera a?os antes, despu¨¦s del estreno de una comedia suya titulada Sex, que le vali¨® una querella y prisi¨®n simb¨®lica, pero prisi¨®n, por esc¨¢ndalo.
No fue esta vez Mae a la carcel sino al exilio dorado, del que de cuando en cuando se escapa como humo de una hoguera antigua y nos devuelve esas raras im¨¢genes que ella cre¨®, en las que el sexo y el humor son los dos lados de una misma sonrisa burlona dirigida a los hip¨®critas del mundo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.