Los humos del fan¨¢tico
Escribo con la agria intranquilidad de conciencia que me da el saberme fan¨¢tico del tabaco. Contra el tabaco, he debido decir. Ser uno de esos seres -brillantemente satirizados por la v¨ªctima Cueto en este peri¨®dico- que lanzan como un dardo su mirada a los primeros humos vistos en lontananza, uno de esos culos que se agitan en su asiento antes de abalanzarse sobre el distra¨ªdo compa?ero de viaje que no ha respetado la prohibici¨®n de fumar en el tren o en el avi¨®n. Una de esas gargantas que se ponen a toser en cuanto a su lado se enciende una cerilla, uno de esos paladares delicados que no encuentran sabor a la comida si en la mesa pr¨®xima un comensal saciado remata su almuerzo con un puro; uno de esos corazones sensibles que se apenan al o¨ªr el lamento ma?anero del amigo que no logra dejarlo y siente al levantarse mal sabor y ahogos.Ser fan¨¢tico es triste, y encima exige mucho: las fatigas y credos del cruzado. Ser fan¨¢tico hoy resulta anodino, porque nada hay m¨¢s soso que abrazar una causa menor apasionadamente; las mayores, como es sabido, murieron sofocadas por el abrazo ferviente de los antepasados. Y encima est¨¢ la sospecha de que un fanatismo como el m¨ªo, centrado en este vicio tan permitido, no tiene trascendencia, mientras que el esp¨ªritu del tabaco, como escribi¨® el gran poeta fumador Peter Redgrove, "es un poder mayor que el cigarrillo"; yo lo veo flotando, confundido con los miasmas de la poluci¨®n, encima de las mejores cabezas de mi generaci¨®n y todas las generaciones precedentes, siguientes e incipientes. Y como esp¨ªritu, como fantasma cultural, el tabaco resulta indiscutible, atractivo incluso, y nada gaseoso. Nadie pasa a la historia por algo que no hace, sino por lo que deja, causa, destruye o ama. Por eso hoy husmeamos la estela de las grandes figuras que en el mundo han fumado, y es muy pobre, al contrario, el legado escrito o pintado que los no fumadores estamos dejando a la posteridad. El enemigo de los h¨¢bitos ajenos, por nocivos que sean, s¨®lo pasa a la infame historia de la intolerancia.
Y hay otro inconveniente. Rara vez el fan¨¢tico puede ser a la vez inteligente. No hace falta, por ejemplo, pertenecer a una pe?a taurina para verse anualmente dolido por las fan¨¢ticas andanadas que, por lo general coincidiendo con el comienzo de la temporada de corridas, un selecto ramillete de escritores dedica en estas mismas p¨¢ginas y en otras a convencer al resto del pa¨ªs de la brutalidad y bajeza de la fiesta nacional. Son exquisitos alardes de la mejor ret¨®rica al servicio de una cruzada que no consigue fieles.
Cu¨¢nto peor ser¨¢, por tanto, cuando el fan¨¢tico ni siquiera puede revestir su osad¨ªa con un pensamiento o una palabra bella. A¨²n sufro pesadillas recordando la aparici¨®n, hace ya bastantes meses, de un fan¨¢tico de mi cuerda en el programa televisivo Si yo fuera presidente,- un convulso y chill¨®n dirigente de una asociaci¨®n de no fumadores que parec¨ªa dispuesto a liderar en los mismos plat¨®s de Prado del Rey una guerrilla antitabaquista capaz de presentar batalla en la jungla de todos los fumadores de la Tierra.
Pero el espect¨¢culo ingrato del vociferante no debe hacernos caer, a nosotros fan¨¢ticos, en un vicio peor: el de querer esconder nuestra virtud. Si hemos tenido la dudosa fortuna de vernos agraciados con ella, y nos sentimos dotados -aun con el tono elevado y un poco antip¨¢tico del creyente- de un ascua de raz¨®n, debemos ejercerla.
Por eso tambi¨¦n escribo este art¨ªculo con la dulce tranquilidad de conciencia de saber que estoy en el camino recto, en el campo de los que ganar¨¢n el reto. Porque, por mucho que le duela al fumador impenitente, el tabaco no va a tardar en convertirse en una pasi¨®n que s¨®lo podr¨¢ gozarse en privado, entre seres adultos que mutuamente se lo consientan. Es m¨¢s; yo no veo lejano el d¨ªa en que se habiliten lugares acotados -reservas, islas, celdas, estadios, astronaves- para que las personas que han elegido tan aguerridamente un estrago cuyos efectos, olores, humores y dolores sufrimos tan innecesariamente, tan cruelmente, los dem¨¢s, se refugien en ellos a disfrutar a solas.
El tabaco ser¨¢ la perversi¨®n social del siglo XXI. Una lacra vergonzante que algunos desahuciados a¨²n practicar¨¢n tratando de que no se enteren de ella sus hijos, sus esposas ni sus jefes. Actividad tan antinatural, tan desaseada, tan poco productiva como el fumar ser¨¢ entonces peor vista que la sexualidad desviada o las drogas m¨¢s duras, que, si da?an, al menos no afectan al bienestar de los dem¨¢s ni envenenan el aire. No quedar¨¢ hogar sano, pa¨ªs cuerdo ni hombre en sus cabales que justifique el rito.
Estados Unidos, naci¨®n tan pionera si no en lo espiritual s¨ª en lo que significa salvaci¨®n de los cuerpos, ya ha emprendido esta lucha, y all¨ª, como es sabido, fumar va resultando exc¨¦ntrico, nada viril, escasamente femenino, incluso peligroso. La ola es imparable. Todo el universo va a quedar limpio de humos nicot¨ªnicos. Tan rotunda y despiadada va a ser la erradicaci¨®n del fumador que uno, simpatizante, quiz¨¢ por fanatismo, de las especies raras, ya empieza a pensar que una causa tan desprestigiada y tan insolente, tan amenazada de extinci¨®n, ha de encerrar alg¨²n misterio, alguna gracia oculta, alguna recompensa. Quiz¨¢, m¨¢s duro a¨²n que ser fan¨¢tico es ganar las apuestas de la historia.
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