El pensamiento de la derecha, hoy / 1
Con este mismo t¨ªtulo, s¨®lo que en franc¨¦s (La pens¨¦e de droite, aujourd'hui), public¨® Simone de Beauvoir en aquellos a?os, intelectualmente tumultuosos, de la posguerra, un libro que se coment¨® no poco, s¨ª mal no recuerdo, por entonces. El libro, claro est¨¢, trataba de intelectuales, de pensadores; o, mejor dicho, de su pensamiento. Y no de cualesquiera intelectuales ni de cualquier pensamiento, sino de quienes pensaban -y de lo que pensaban- los hombres (pues se trataba de hombres, ?o habr¨ªa alguna mujer?) de la derecha francesa en aquel trance hist¨®rico y de los antecedentes m¨¢s o menos pr¨®ximos de aquel pensamiento, que fue muy l¨²cido para s¨ª -?un momento estelar de la derecha?- hasta el punto de que los nuevos fil¨®sofos franceses de hoy, o ya de ayer, han hecho poco m¨¢s que reproducir los postulados de aquella reflexi¨®n anticomunista, con la diferencia, quiz¨¢ entre otras, y a favor desde luego de aquellos pensadores, de que ellos escribieron en un contexto de miedo al comunismo que por entonces presentaba una faz agresiva y prometedora -por lo cual sus puntos de vista estaban mantenidos desde posiciones civilmente valerosas y presuntamente arriesgadas- mientras que nuestros actuales nuevos fil¨®sofos se plantean sus posiciones en el desprecio que permite la seguridad de que la amenaza comunista no es m¨¢s que un viejo fantasma. Poco valor civil puede advertirse, pues, en estos m¨¢s o menos brillantes cachorros del neocapitalismo... Con un poco de gracia basta ahora para hacer un b¨²en escrito, no ya anticomunista sino incluso antimarxista; mientras que entonces era preciso tener alg¨²n valor y no era preciso tener gracia. As¨ª, por ejemplo, uno puede quitarse la gorra respetuosamente ante el Claudel que escribi¨® en sus Memorias improvisadas (la cita es de Simone de Beauvoir) que: "... Es una tonter¨ªa censurar la explotaci¨®n del hombre; por el contrario, el hombre es una cosa que pide ser explotada". Ideas as¨ª -quiz¨¢ no tan radicales- mantienen ahora, reproducen mon¨®tonamente, intelectuales que no se consideran, ni mucho menos, de derecha, as¨ª como los nuevos fil¨®sofos franceses y sus adl¨¢teres espa?oles, m¨¢s modestos y oscuros pero no menos originales que sus colegas franceses u otros. La abolici¨®n de la lucha entre clases, de manera que quede legitimada su existencia en condiciones de aceptaci¨®n generalizada es una tesis que yo pude escuchar desde mi adolescencia en la situaci¨®n generada por la guerra civil; ahora esa, tesis es reproducida en medios intelectuales que manten¨ªan posiciones muy diferentes hace apenas unos a?os. -?Es que han caminado hacia adelante? ?Quienes hoy se reclaman del marxismo se han quedado atr¨¢s? En todo caso, es un viaje a Thierry Maulnier, Claudel, Drieu la Rochelle, Denis de Rougemont y no s¨¦ cu¨¢ntas otras luminarias en el fondo de las cuales se vislumbran figuras como las de Gobineau, pasando, claro est¨¢, si se es espa?ol, por don Jos¨¦ Ortega y Gasset. "Todo burgu¨¦s", dec¨ªa Simone de Beauvoir en el libro que he citado, "est¨¢ interesado pr¨¢cticamente en disimular la lucha de clases; el pensador burgu¨¦s est¨¢ obligado a ello, si quiere adherirse a su propio pensamiento". Hay una cita de Alain que indica cu¨¢n de lejos viene ya la cosa en nuestro tiempo. Es de Alain, precisamente, la siguiente oraci¨®n compuesta: "Cuando se me pregunta si la separaci¨®n entre partidos de derecha y de izquierda, entre hombres de derecha y hombres; de izquierda tiene a¨²n sentido, la primera idea que se me octirre es que quien me formula esta pregunta no es, ciertamente, un hombre de izquierda". "Ya no hay izquierdas ni derechas", nos dec¨ªan a nosotros nuestros profesores de esp¨ªritu nacional, "sino una unidad de destino que se llama Espa?a". Que el marxismo era una doctrina no s¨®lo arcaica sino difunta lo he o¨ªdo siempre y, h¨¦las, sigo oy¨¦ndolo ahora; y, sin embargo, algo cambian las cosas, porque ahora este tipo de predicaci¨®n ha sido asumido tambi¨¦n por gente que se dec¨ªa, e incluso se sigue diciendo, de izquierda.Cierto cambio de fortuna personal ha podido influir en algunos o muchos -?o todos?- de los casos. ?El irle a uno mejor en la feria puede influir en su opini¨®n sobre esa feria? ?Tal opini¨®n es arcaica, es marxista-vulgar? Esto trae a mi memoria, aunque parezca que no viene a cuento, el caso de Pedro Antonio de Alarc¨®n, tal como lo analiz¨® -o lo biografi¨®- do?a Emilia Pardo Baz¨¢n. Esto lo he le¨ªdo en la introducci¨®n que Joan Estruch escribi¨® para una edici¨®n de cuentos de Alarc¨®n (editorilal Fontamara, Barcelona, 1982). Pardo Baz¨¢n record¨® que Alarc¨®n hab¨ªa sido un sublevado contra la sociedad de su tiempo y sus instituciones (y efectivamente casi se puede hablar de ¨¦l como un insurrecto, poco menos que un subversivo), y que luego, a medida que la sociedad le abre sus puertas, que la high life lo recibe, "pareci¨®le", escribe Ern¨ªlia Pardo Baz¨¢n, "que el mundo se volv¨ªa justo -ilusi¨®n de ¨®ptica tan disculpable como frecuente...". Es verdad, do?a Emilia; tiene usted pero que much¨ªsima raz¨®n. En aquel caso, el ingreso del escritor en la Real Academia Espa?ola no fue sino un episodio m¨¢s en el curso de una integraci¨®n en las filas de los defensores del sistema social vigente. ?Adi¨®s a la cr¨ªtica, adi¨®s, a la subversi¨®n! Hoy en d¨ªa se puede hablar, por ejemplo, de las puertas del palacio de la Zarzuela -que tantas veces se abren para los escritores y los artistas- como de ese umbral simb¨®lico al otro lado del cual la vida se ve de otra manera. Insensiblemente se van comprendiendo muchas cosas que antes no secomprend¨ªan; de manera que se empieza a mirar a la izquierda con cierto disgusto. Esto no ha de entenderse, desde luego, como una especie de ley biol¨®gico-social que pudiera formularse diciendo que los organismos humanos -individuales o sociales (partidos, por ejemplo)- se derechizan con el tiempo de modo necesario. Ocurre con lajuventud biol¨®gica que necesariamente envejece -la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, sol¨ªa decir Enrique Jardiel Poncela-, pero no as¨ª lo otro, pues hay muchos y muchos viejos inconform¨ªstas y no pocos j¨®venes extremadamente reaccionarios, como todo el mundo sabe. Las nuevas ideas habitan con frecuencia en el interior de viejos cr¨¢neos, y cu¨¢ntas viejas ideas se pasean como Pedro por su casa en el ¨¢mbito de las redes neuronales m¨¢s flamantes o, si se quiere, menos usadas. Pero ciertamente este s¨ªndrome Alarc¨®n se da muy mucho en virtud de esa ilusi¨®n ¨®ptica que Emilia Pardo Baz¨¢n consideraba, en efecto, muy frecuente. Mao¨ªstas del 68 o felipes de anta?o se te hacen devotos anticomunistas o l¨ªderes de la m¨¢s declarada derecha; hasta ese punto llega, en ocasiones, el fen¨®meno.
Pero ?en qu¨¦ se diferencia el pensamiento de la derecha de hoy? En relaci¨®n con el comunismo, da la impresi¨®n, como dec¨ªa, de que a aquel. miedo -que Simone de Beauvoir se?al¨® muy bien en su libro- ha sucedido un cierto, superior e ir¨®nico desprecio, en el que participan la derecha tradicional o convencional y -junto a- la posizquierda. Si por aquella ¨¦poca Raymond Aron dec¨ªa que "la URSS es una superstici¨®n", la derecha de hoy, compuesta por las gentes de derechas "de toda la vida" y los socialdem¨®cratas hoy actuantes y, en ese sentido, actuales, no se ve ni siquiera en el trance de decir algo as¨ª. En realidad, el pensamiento de Aron o de pensadores como ¨¦l ha prevalecido y comparte ahora, aunque sea en un nivel no muy aparente, las delicias de la posmodernidad. La idea de atacar al comunismo por el procedimiento de declararlo d¨¦pass¨¦ es bastante genial, dig¨¢moslo as¨ª. Lo curioso es que, siendo una invitaci¨®n a no pensar, gentes que se dicen del oficio intelectual reproduzcan esta idea una y otra vez as¨ª como as¨ª, a la pata la llana.
Pero el miedo ha sido sustituido por el desprecio s¨®lo en cuanto al comunismo se refiere, pues aquel papel de los comunistas bolcheviques o posbolcheviques como chivos expiatorios usados para la ocultaci¨®n de los problemas que justificaban sobradamente su existencia ha sido atribuido en los ¨²ltimos a?os a los terroristas, t¨¦rmino que sirve de cortina de humo tambi¨¦n para la ocultaci¨®n de los horrores -tan bien maquillados muchas veces- del sistema capitalista y, en definitiva, del liberalismo que es su filosof¨ªa, su pensamiento. Yo recuerdo ahora que, hall¨¢ndome preso en la c¨¢rcel de Carabanchel en 1966, junto a Dionisio Ridruejo y unos camaradas del PCE, al que yo pertenec¨ªa -y a mucha honra- por entonces, o¨ª decir a Ridruejo, en una de nuestras prolongadas conversaciones, que el liberalismo era la ¨²nica revoluci¨®n que hab¨ªa habido en los tiempos modernos, y que todo proyecto social avanzado hoy no pod¨ªa consistir sino en profundizar en aquella revoluci¨®n. No garantizo la literalidad de las palabras -yo no tomaba notas y adem¨¢s ha pasado bastante tiempo- pero s¨ª el contenido de su pensamiento, seg¨²n el cual (y aqu¨ª mi memoria es m¨¢s imprecisa) el marxismo habr¨ªa sido, m¨¢s o menos, un obst¨¢culo a aquella revoluci¨®n.
Esa aceptaci¨®n del liberalismo como la ¨²nica revoluci¨®n est¨¢ mantenida hoy por quienes fueron en otros no muy lejanos tiempos mao¨ªstas, ¨¢cratas y radicales de izquierda sin partido, mientras que, curiosamente, una idea tradicionalmente mantenida s obre todo por la derecha -la idea de naci¨®n- viene siendo desde hace ya a?os uno de los motores m¨¢s decisivos en los movimientos revolucionarios. Por no citar sino algunos de los triunfantes: Cuba, Vietnam, Argelia. El liberalismo cosmopolita como filosof¨ªa de las transnacionales encuentra fuertes escollos en el patriotismo, cuya bandera era tradicionalmente reaccionaria. As¨ª tambi¨¦n -o as¨ª lo mismo- el postulado de la diferencia frente a los postulados niveladores, homogeneiz adores, se ha pasado, en t¨¦rminos generales, de signo: estaba en la derecha, est¨¢ en la izquierda revolucionaria hoy, albergada casi exclusivamente en el llamado Tercer Mundo, en el que no es posible pasar de revoluci¨®n, a no ser que se sea un perfecto miserable. El asiento te¨®rico de esta lucha por la diferencia reside, sobre todo, creo yo, en la tesis de que la homogeneizaci¨®n del mundo s¨®lo puede producirse en beneficio de su cocalizaci¨®n (neologismo que acabo de inventar y que viene de la coca-cola), y en tina proposici¨®n cient¨ªfica, apod¨ªptica: la que enuncia que la nivelaci¨®n se produce en t¨¦rminos de entrop¨ªa, o sea, de muerte; y los movimientos revolucionarios est¨¢n por la vida, aunque a veces no lo parezca, en la medida en que no tienen m¨¢s remedio que producirse -as¨ª ha sido siempre- en t¨¦rminos de guerra.
Antes, el coco era el comunismo. Ahora lo es el terrorismo. Desde luego que no se trata de un miedo fingido, pero tambi¨¦n es verdad que la derecha, y su facci¨®n de izquierda (la socialdemocracia), instrumentaliza este miedo con los efectos ocultadores que antes dec¨ªa. Y as¨ª como antes se trataba de explicar la existencia de comunistas como la consecuencia de resentimientos individuales (por ejemplo, la envidia; tesis que creo que ¨²ltimamente ha mantenido Gonzalo Fern¨¢ndez de la Mora, pero que tambi¨¦n tiene una prolongada tradici¨®n), ahora se define el terrorismo como una plaga cuyos agentes est¨¢n seguramente afectados por alguna anormalidad cerebral. Para la derecha siempre ha sido as¨ª: todo antes que pensar. Su pensamiento ha consistido en pensar en lo suyo o, mejor dicho, a lo suyo; actitud sin duda irreprochable, pero que contiene un argumento, tambi¨¦n irreprochable, a favor de la profunda realidad de un fen¨®meno llamado lucha de clases.
Uno de los m¨¢s destacados caballos de la batalla entre la derecha y la izquierda en este territorio de las ideas ha sido siempre el de la concepci¨®n del hombre como un ser individual (por la derecha) o como un ser social (por la izquierda). Esto es una simplificaci¨®n, lo s¨¦; pero tiene que ver con las cosas de modo suficiente como para que se pueda hablar as¨ª, al menos de momento. Desde luego que lo que tiene de bobada te¨®rica el individualismo a ultranza hizo que no se pudiera ocultar por mucho tiempo, incluso,en los ambientes intelectuales de la derecha, la condici¨®n social que ya hab¨ªa sido postulada suficientemente desde que Arist¨®teles dijo aquello del zaon politikon, definici¨®n muy certera sobre todo si se la compara con aquella plat¨®nica del b¨ªpedo implume. (Se recordar¨¢ aquello que cuenta Di¨®genes Laercio sobre un hombre que, escuchando esta definici¨®n, no pudo por menos de desplumar una gallina y arrojarla al centro de la reuni¨®n, al tiempo que exclamaba con profunda iron¨ªa: "?Este es tu hombre!".) Cuando hablo de la derecha intelectual que recogi¨® en nuestro siglo, e incluso como verdad metaf¨ªsica, que es como la derecha suele decir las cosas, esta condici¨®n primariamente social del ser humano, uno se acuerda de Heidegger y de su mitsein, pero dejemos eso: es tema de fil¨®sofos y, para serlo en el sentido t¨¦cnico del t¨¦rmino, por estos pagos, hay que saber por lo menos muy bien el griego cl¨¢sico y el alem¨¢n, lenguas que yo, aunque me est¨¦ mal el decirlo, ignoro casi completamente; de manera que a lo m¨¢s que uno puede aspirar, en este terreno, es a ser un peque?o fil¨®sofo con un paraguas m¨¢s o menos rojo como aquel Azor¨ªn que fue medio ¨¢crata (otro que tal) y que acab¨® escribiendo cosas como ?Arriba Espa?a! y alguna que otra vaciedad semejante, cierto que en malas circunstanc¨ªas; sus a?os ¨²ltimos fueron dignos y presentables, dentro de su posici¨®n, m¨¢s que propiamente reaccionaria, un tanto atemporal... (La atemporalidad es, a veces, un precario refugio para la vejez, la cual es, como dijo el poeta Fern¨¢ndez Moreno senior, "un cansancio que no se quita durmiendo"; pero esto es tambi¨¦n otro problema.) ?Por d¨®nde ¨ªbamos? Trataremos de niirarlo en el pr¨®ximo art¨ªculo.
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