Visiones de la Rep¨²blica de Weimar
Cuando por razones pol¨ªticas o econ¨®micas el pa¨ªs se encuentra culturalmente aislado, las secciones culturales de las embajadas acreditadas en nuestro medio cobran la importancia de verdaderas fuentes de nutrici¨®n: para poder sobrevivir, los intelectuales de un pa¨ªs tan remoto como el nuestro en estas circunstancias tienen que apoyarse un poco en ellas. Debemos reconocer una importante deuda de gratitud con estas secciones, que entregan al p¨²blico un constante fluir de informaci¨®n ilustrada acerca de lo que est¨¢ sucediendo culturalmente en esos pa¨ªses y en el mundo -pel¨ªculas no estrenadas en el circuito comercial, exposiciones itinerantes, concursos literarios, becas de intercambio, foros, mesas redondas, conferencias, visitas de personalidades de las ciencias y de las artes-, creando espacios propicios a la cultura descuidada por el Gobierno, y manteniendo de esta manera una destacada presencia de estas naciones en nuestro medio al llevar a cabo una obra de contacto y fructificaci¨®n.Es lamentable que el perfil cultural de Espa?a no se mantenga hoy a este nivel a trav¨¦s del Instituto chileno de Cultura Hisp¨¢nica, tan distinguido en el pasado, tan opaco hoy. Se conoce la inquietud del Gobierno espa?ol por estimular en Latinoam¨¦rica una visi¨®n de Espa?a como la madre patria, pero, hay que decirlo de una vez, esto no se hace mediante la transmisi¨®n de unas modestas joticas de cuando en cuando por radio. La verdad es que Espa?a tiene hoy poca presencia cultural entre nosotros y esa carencia se nota: la juventud ilustrada que encuentra espacio, refugio, foro en otros institutos y se asoma al mundo por ventanas abiertas por ellos, hoy se acerca poco a Cultura Hisp¨¢nica, acudiendo con entusiasmo, en cambio, a lo que aportan las secciones culturales de la Embajada del Reino Unido, Italia o Norteam¨¦rica, pero sobre todo a lo que tan imaginativa y generosamente ofrecen, a trav¨¦s de sus organismos, la Embajada de Francia y su instituto, y la Embajada de Alemania con su Instituto Goethe.
Ha sido un aut¨¦ntico placer asistir a la ¨²ltima exposici¨®n tra¨ªda por el Goethe Institut, que en nuestro cerrado ambiente apareci¨® como una alborotadora ventolera de rebeld¨ªa y tina tribuna abierta: el arte gr¨¢fico de cr¨ªtica social de la Alemania de la Rep¨²blica de Weimar (1918-1933, desde el Tratado de Versalles hasta Hitler). Arte rabioso y coyuntural, comprometido y panfletario, impulsado por una conmovedora vocaci¨®n mesi¨¢nica de cambiar y mejorar la sociedad, desborda, sin embargo, estos l¨ªmites: incluso para los que en general no admiramos esta clase de arte con sus excesivas simplificaciones, la t¨¦cnica exquisita de estos pintores que reh¨²san ser exquisitos, la voluntad desgarrada por la necesidad del bien social y la justicia, la observaci¨®n y conservaci¨®n del detalle vivo y expresivo, el sarcasmo, la cr¨®nica, los iconos que ha consagrado, constituye un arte de perfil admirablemente propio, que con la maduraci¨®n de los a?os ha ido adquiriendo un sabor m¨¢s abstracto y l¨ªrico que el de su intenci¨®n inmediata, quedando encerrado con su esperanza demolida all¨¢ en el pasado, detr¨¢s de las matanzas de la II Guerra Mundial. No es un mundo bonito el de los cr¨ªticos sociales de la Rep¨²blica de Weimar, sino que hay, al contrario, una especie de regocijo en lo feo. ?Por qu¨¦ si se trata, en el fondo, de un discurso esperanzado? La sensaci¨®n es que nos encontramos en un universo masoquista-?el artista, junto con el obrero, regocij¨¢ndose en su papel de m¨¢rtir?- encarnado en el fe¨ªsmo de los fofos burgueses desnudos de George Grosz, de la mujer-calavera con el sombrero del air¨®n de Otto Dix, de las soeces escenas de music-hall y prostituci¨®n de Beckman: libertad sexual, alienaci¨®n, dinero pervertidor, violencia callejera, huelgas, protestas, desfiles por las leyes del aborto. Estos iconos ya han sido consagrados para la imaginaci¨®n del p¨²blico a trav¨¦s de la difusi¨®n por medio de los continuos reestrenos de El ¨¢ngel azul en las salas de cine-arte, y la extraordinaria popularidad alcanzada por la pel¨ªcula Cabaret, que no es m¨¢s que la adaptaci¨®n de algunos de los prodigiosos cuentos del ingl¨¦s Christopher Isherwood contenidos en sus libros Goodbye to Berlin y Mr. Norris Changes Trains.
Los cuentos de Isherwood son lo que la pel¨ªcula Cabaret no es: obras de arte. Sutilmente, inteligentemente, el gran prosista que es Isherwood -que junto con W. H. Auden y Stephen Spender constituyen el tr¨ªo de escritores ingleses m¨¢s considerables de su generaci¨®n- entrega a trav¨¦s de personajes ingleses viviendo en el Berl¨ªn de la ¨¦poca una atm¨®sfera desolada y desenfrenada a la vez, que se introduce debajo de la piel moral de lo que est¨¢ sucediendo y nos descubre un mundo muy cercano al de Grosz, Hubbach, Otto Dix y Beckman. Por lo menos en lo que se refiere a sus iconos, ya que la visi¨®n maniquea de los artistas de esta muestra -todo blanco o negro, bueno o malo, rico o pobre, obrero o burgu¨¦s- y su preocupaci¨®n preponderantemente pol¨ªtica excluye el an¨¢lisis y la meditaci¨®n sobre relaciones y personajes: todo en ellos es inmediato, pura acci¨®n, huelga, toma de posici¨®n, que es lo contrario de la atm¨®sfera ricamente matizada y los inolvidables retratos de Isherwood. En los pl¨¢sticos, la acusaci¨®n por medio del sarcasmo; en el ingl¨¦s, la salvaci¨®n, la matizaci¨®n por medio de la iron¨ªa.
Pero no todo era el mundo en blanco o negro maniqueo de estos artistas. La Rep¨²blica de Weimar fue en Alemania una de las ¨¦pocas m¨¢s productivas y variadas desde el punto de vista creativo que ha visto este siglo: desde las pel¨ªculas expresionistas hasta el Bauhaus con Gropius y Mies van der Rohe, desde Wozzek de Alban Berg hasta el dadismo de Schwitters, desde Kandinsky, Klee y Kokoshka hasta El hombre sin atributos, de Musil, y La monta?a m¨¢gica, de Thomas Mann, y Los son¨¢mbulos, de Herman Broch, e Hindemith, y La ¨®pera de tres centavos, de Bertolt Brecht, todas las novedades de la vanguardia se daban la mano en la Alemania de la Rep¨²blica de Weimar, y es su conjunci¨®n, m¨¢s que una sola de sus l¨ªneas -pese a que cometemos el error de confundir el arte alem¨¢n de la ¨¦poca con el arte de cr¨ªtica social de Grosz, Beckman y Otto Dix lo que da la sensaci¨®n de vitalidad y fragor de esa ¨¦poca.
Resulta curioso, sin embargo, observar este guirigay cultural desde otro punto de vista: el de un muchacho b¨²lgaro, jud¨ªo sefard¨ª de 23 a?os, estudiante de qu¨ªmica en la universidad de Viena, que pas¨® tres meses de verano de 1923 en Berl¨ªn, y tuvo ocasi¨®n de conocer a Bertolt Brecht, a George Grosz, y a Isak Babel, el gran cuentista ruso autor de Caballer¨ªa Roja, que de regreso a su patria -donde desaparecer¨ªa en las purgas estalinistas 10 a?os m¨¢s tarde, al mismo tiempo que el poeta Ossip Mandelstam- pas¨¦ 15 d¨ªas en Berl¨ªn para ver de qu¨¦ se trataba tanto alboroto. El que da testimonio es El¨ªas Canetti, m¨¢s tarde premio Nobel de Literatura. El primer tomo de sus memorias, La lengua absuelta, es un gran libro, unas memorias como pocas, que resucita con una conmovedora realidad el mundo de la cultura centroeuropea, de la que es el m¨¢s distinguido representante. El segundo tomo, La antorcha en el o¨ªdo, no tiene esa calidad: pero el retrato de Veza, que despu¨¦s ser¨ªa su esposa, y sobre todo al final del libro los retratos desde el punto de vista de un joven que comienza a escribir, de estos tres grandes monstruos de la cultura, resultan inolvidables, m¨¢s que nada por lo inesperado que es encontrarlos aqu¨ª, y a Canetti, siempre el colmo de la discreci¨®n, en las mesas de caf¨¦s de entonces como acompa?ante admirativo, sobre todo, de Babel. Brecht, en un restaurante de moda, llamaba la atenci¨®n al joven Canetti por su indumentaria proletaria. Era una afectaci¨®n, todo un manifesto: "Parec¨ªa incre¨ªble que s¨®lo tuviera 30 a?os, su aspecto no era el de una persona prematuramente envejecida, sino de alguien que siempre hubiera sido viejo": en 1928, Brecht estrenar¨ªa en Berl¨ªn La ¨®pera de tres centavos. Fue al leer los primeros poemas de Brecht, los del Devocionario del hogar o La leyenda del soldado muerto o Contra la seducci¨®n que Canetti,se desilusion¨® de sus propios escritos juveniles y los elimin¨®. De Grosz, a quien visita en su casa, comenta que parece un "capit¨¢n de barco no ingl¨¦s sino americano, vestido de tweed y con pipa". Canetti hab¨ªa admirado enormemente la gr¨¢fica de Grosz, incluso se siente inspirado por ella. Canetti, un archiintelectual desde su ni?ez, y poco interesado en el tema entonces corriente en Berl¨ªn de la libertad sexual, se siente de pronto sacudido por primera vez por esa preocupaci¨®n ambiental, al contemplar algunos dibujos que Grosz le mostr¨® en su presencia a Wieland, su editor.
Canetti parece contemplar todo desde otro circuito, el de Viena, m¨¢s refinado, m¨¢s maduro, culturalmente m¨¢s rico y matizado por la m¨²sica de Mahler, la pintura de Klimt, el psicoan¨¢lisis de Freud y la arquitectura de Loos, que se adelant¨® 30 a?os a las simplificaciones del Bauhaus. Pero es la mesura de este otro punto de vista que ya ha absorbido la ra¨ªz misma de todas estas novedades alemanas lo que pone en perspectiva para Canetti el incre¨ªble guirigay de la Rep¨²blica de Weimar, una de cuyas facetas recoge con tanto vigor la pintura de protesta social de Grosz, Otto Dix y Beckman, que rara vez se rebaja al lugar com¨²n tan gene ralizado de la injusticia social visto como las manos retorcidas de algunas obras de Kathe Kollwitz.
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